
Este trabajo recopilatorio está dedicado al Museo del Prado, concretamente a las nuevas salas dedicadas a pintores y escultores españoles del siglo XIX, que abarca desde Goya hasta Sorolla. Son 12 nuevas salas que pondrán al alcance del público todo el arte del brillante siglo XIX, un poco rezagado o descuidado hasta el momento en el mejor Museo de España y uno de los mejores del mundo.
Por lo que ya podemos ver en el Prado, todo representado de manera cronológica en función de diferentes tendencias y géneros que se sucedieron a lo largo del siglos: El arte Románico, Gótico, Renacentista, Barroco y los siglos XVIII y XIX. Además de la pintura española, cuenta en su colección con grandes artistas de la pintura italiana, flamenca, francesa, alemana, holandesa o británica. Además últimamente la escultura también está mejor representada, lo cual es de agradecer para los olvidados aficionados de esta disciplina artística.

Campus Museo Nacional del Prado.
El Museo del Prado ha puesto fin al "éxodo" y al "destierro" al que han estado sometidas las obras del siglo XIX para devolverlas a su casa de forma definitiva, gracias a la apertura de doce nuevas salas que permitirán recorrer, por primera vez, la historia del arte español desde el Románico hasta los maestros del siglo XIX.
Desde el último Goya hasta Sorolla, la colección denominada como "la otra ampliación" se prolonga en doce salas como un nuevo eslabón de 176 obras de las colecciones del siglo XIX -154 pinturas, 21 esculturas y una maqueta- que permiten incorporar definitivamente a la pinacoteca las obras de los maestros del ochocientos junto los grandes artistas del pasado.
Así, el recorrido por el arte español comenzará con la pintura románica de San Baudelio de Berlanga, del siglo XII y cerrará con Aureliano de Beruete y Joaquín Sorolla a principios del siglo XX.
La ampliación de la colección supone, en palabras del director del Prado, Miguel Zugaza, la "definitiva puesta en escena del siglo XIX" y el "reencuentro" del museo con la historia para situarlo a las puertas del siglo XX.
"Éste es un momento muy oportuno para mirar con intensidad lo que tenemos y no perpetuarnos en lamentar lo que no tenemos", ha señalado Zugaza en la presentación de las nuevas salas que hoy se abrirán al público y que suponen un incremente del 20 por ciento de las obras expuestas hasta el momento.
El director adjunto de conservación del Prado, Gabriele Finaldi, destacó la importancia de esta colección, que "se asienta ya en su casa" y recupera un capítulo importante de la historia del arte pues la escuela del XIX es "rica, variada, valiente y con un marcado carácter internacional".
Por su parte, el jefe de conservación de la pintura del siglo XIX, José Luis Díez, ha recordado las idas y venidas de las obras del siglo XIX en el Prado, desde su primera salida en 1896, su posterior regreso en los años setenta al Casón del Buen Retiro, hasta la última exposición el año pasado de una selección de obras que regresaban a las salas de la pinacoteca después de 12 años "guardadas".
fecha histórica "Estamos ante una fecha histórica que todos los manuales de historia del arte tendrán que reflejar", afirmó Díez, quien subrayó que esta ampliación "afectará a la propia historia del arte y cambiará la propia museística". La colección del siglo XIX, presente en el Prado desde su inauguración en 1819 y ubicada en el Edificio Villanueva de la pinacoteca, se presenta cronológicamente y en función de diferentes tendencias y géneros que se sucedieron a lo largo del siglo. El recorrido arranca en la galería central de la planta baja con las últimas obras neoclásicas de Francisco de Goya como la Marquesa de Villafranca o la Marquesa de Santa Cruz para adentrarse en el ochocintos con pinturas de Federico de Madrazo, Antonio María Esquivel, Eduardo Rosales o Fortuny y Rico, y concluir con Joaquín Sorolla.
Espero que la información que he recopilado de las nuevas salas dedicadas al arte español del siglo XIX en el Museo del Prado os resulte interesante.

Puerta principal del Museo del Prado.

Edificio Villanueva del Museo del Prado.
El Museo del Prado reordena el esplendor del siglo XIX en doce nuevas salas y 176 obras

El Museo del Prado presentó en Otoño de 2009 las doce nuevas salas dedicadas a las colecciones del siglo XIX, que ofrecen, por primera vez un recorrido cronológico y continuo desde los albores del Románico hasta el despertar de las vanguardias. Este proyecto, que se abre este martes al público, constituye uno de los hitos más importantes de la historia del Museo.
Un paseo por el arte español desde las últimas obras de Goya hasta Sorolla a través de 176 obras, algunas de ellas nunca vistas. "Nunca antes se ha mostrado un recorrido tan completo de la colección, que sitúa al Museo del Prado a las puertas del siglo XX", señaló hoy su director, Miguel Zugaza, orgulloso de esta nueva "puesta en escena de las colecciones" del siglo XIX, que incluye un repaso de las principales tendencias y géneros del arte a través de 152 pinturas, dos acuarelas, veintiuna esculturas y una maqueta del museo.
Tras la recuperación que supuso la exposición inaugural de la ampliación del museo, 'El Siglo XIX en el Prado', visitada por más de un millón de personas, las obras de los grandes maestros españoles del siglo XIX se incorporan definitivamente al discurso histórico del Museo junto a los maestros del pasado en las nuevas salas del edificio Villanueva.
Según explicó el director adjunto de Conservación del Museo del Prado, Gabriele Finaldi, este nuevo discurso expositivo supone un "magnifica narración compacta y fértil" del arte del siglo XIX, abanderado por maestros como Eduardo Rosales, Madrazo, Antonio Maria Esquivel o Mariano Fortuny.

Vista de las nuevas salas del Museo del Prado dedicadas a las colecciones del siglo XIX, con las que la pinacoteca superará la barrera temporal de Goya y prolongará el recorrido del visitante con obras de Sorolla, Fortuny, Madrazo y Rosales.
EL FIN DE UN DESTIERRO
Para José Luis Díez, jefe de Conservación de pintura del siglo XIX, esta muestra supone el "final de un destierro" de más de un siglo de duración desde que salieron del edificio Villanueva en 1886 y tras permanecer más de diez años guardadas en los almacenes del Museo.
Junto a estos clásicos de la pintura moderna, el Prado exhibirá nuevas obras nunca antes expuestas como 'El coracero francés' de José de Madrazo, adquirida este mismo verano, 'Penitentes en la Basílica inferior de Asís' de José Jiménez Aranda, adquirida en 2001, o 'Gran paisaje' (Aragón) de Francisco Domingo Marqués o 'La niña María Figueroa' vestida de menina de Joaquín Sorolla, adquiridas ambas en el año 2000.
La reordenación de las colecciones del siglo XIX concluye con un nuevo concepto expositivo: una la sala 'temporal', la 60, que está concebida como un instrumento para exponer de forma periódica conjuntos singulares del siglo XIX seleccionados entre los fondos que se han integrado en este recorrido.
Los evocadores paisajes de Beruete inauguran esta propuesta de sala "temporal" que pone broche al discurso expositivo de las nuevas salas de la pintura decimonónica. Aureliano de Beruete y Moret (1845-1912) es, junto a Joaquín Sorolla, el artista más destacado con el que culminan las colecciones de pintura española del Museo. En la sala se exponen los mejores paisajes que conserva el Prado de este artista.
Las colecciones del siglo XIX en el Prado superan ya los 3000 cuadros, según apuntó hoy Javier Barón, jefe de Departamento de pintura del siglo XIX, quien recordó que muchas de estas obras están visibles en diferentes museos españoles gracias al Programa de 'El Prado Disperso'.
Doce nuevas salas permitirán recorrer, por primera vez, la historia del arte español desde el Románico hasta los maestros decimonónicos. En la imagen Retrato de Goya, pintado por Vicente López.

José Álvarez Cubero - Isabel de Braganza, reina de España. 1826. Mármol de Carrara, 145 x 77 x 140 cm - 1437,5 kg. Museo Nacional del Prado. Estatua a tamaño natural de la reina Isabel de Braganza (1797-1818) segunda esposa de Fernando VII (1784-1833) realizada a título póstumo.
ARRANQUE EN EL NEOCLASICISMO
Este nuevo discurso narrativo, que se inaugura mañana en el Museo del Prado, arranca en la galería central de la planta baja en una sala titulada con el epígrafe de 'Goya. Neoclasicismo y Clasicismo Académico', presidida por la escultura de Isabel de Braganza, número uno del catálogo de esculturas del Museo y reina fundadora del Prado. Con esta pieza , la sala recupera su misión original dotando de protagonismo a la escultura al incluir trece piezas.
En este sentido, Leticia Azcue, Jefe de Conservación de escultura y artes decorativas explicó que se ofrece al visitante un paseo por las tendencias más significativas en el arte escultórico, que se inicia en la primera sala con los "nombres indispensables del Neoclasicismo español".
Asimismo, indicó que la reordenación de las colecciones del siglo XIX ha permitido "rescatar de cierto olvido" la escultura presente en el Museo del Prado.
El recorrido por el siglo XIX continúa con la sala dedicada al Romanticismo, que agrupa la obra de los principales ejemplos de esta corriente: Leonardo Alenza, Eugenio Lucas y Antonio María Esquivel.
Tras ellos, se exhibe la obra de Federico de Madrazo, que fue el artista español más influyente de todo el panorama cultural de su época gracias a su formación y su posición privilegiada en la Corte como pintor de Cámara. Acompaña a las mueve pinturas de Madrazo, la sensual escultura de Sabino de Medina, 'La ninfa Eurídice mordida por la víbora'.
SALA TEMÁTICA PARA ROSALES
A continuación, el Prado ha destinado una sala temática a la figura de Eduardo Rosales (1836-1873), con siete obras del pintor y su famoso lienzo 'Doña Isabel la Católica dictando su testamento' como protagonista. Está presenta también en la sala la 'Rendición de Bailén' de Casado del Alisal, autor que como Rosales tuvo a Velázquez como punto de referencia en su pintura.
Tras la primera sala que el Prado ha titulado como 'Pintura de Historia' con la gran escultura de Agustín Querol, Sagunto, el recorrido da paso a Fortuny y Rico, antesala de Raimundo de Madrazo, para adquirir un tono más intimista con el Paisaje Realista protagonizado por Carlos de Haes.
Tras exponentes claros del Naturalismo como Pinazo y Muñoz Degrain, se abre la segunda generación de pintores de historia con algunas de las pinturas más impresionantes de las colecciones modernas del Museo como el 'Fusilamiento de Torrijos', de Antonio Gisbert.

La ministra de Cultura, Ángeles González-Sinde, y el director del Museo del Prado, Miguel Zugaza visitando en 2009 las nuevas salas dedicadas a los pintores españoles del siglo XIX. En primer plano una obra de Sorolla.
SOROLLA Y SUS LIENZOS UNIVERSALES
Joaquín Sorolla concluye este nuevo recorrido de visita a las colecciones del Prado con lienzos tan universales como 'Chicos en la playa' y '`Aún dicen que el pescado es caro!' para abrir paso a la sala de presentación de colecciones, dedicada en esta ocasión a Aureliano Beruete.
Respecto a la presencia de artistas europeos, aunque de momento más reducida, destacan las esculturas de Antonio Cánova Venus y Marte y Bartolomeo Thorwaldsen Hermes, además de pinturas características de David Roberts, Alma Tadema o Meissonier.
Ver vídeos
http://www.rtve.es/mediateca/videos...do/599477.shtml
http://www.youtube.com/watch?v=QfZQ-xMrKjs
Un nuevo siglo en el Museo del Prado
Desde el último Goya hasta Sorolla, el recorrido de la colección se amplía con 12 nuevas salas y 176 obras. El Museo ha presentado hoy sus doce nuevas salas dedicadas a las colecciones del siglo XIX, un avance fundamental del plan de colecciones denominado La colección: La otra ampliación. La apertura de estas nuevas salas constituye uno de los hitos más importantes de este proyecto tanto porque suman a la colección permanente casi doscientas obras, incluidas algunas nunca expuestas hasta ahora, como porque, desde este momento -y por primera vez-, el itinerario de la visita al Prado recorrerá de forma completa e ininterrumpida el discurso histórico del arte español desde el Románico hasta los maestros modernos del siglo XIX.
El Museo del Prado presenta un nuevo y fundamental avance del plan de reordenación de colecciones con la incorporación a su colección permanente de ciento setenta y seis obras de las colecciones del siglo XIX -ciento cincuenta y dos pinturas, dos acuarelas, veintiuna esculturas y una maqueta- que cierran su discurso histórico permitiendo que el Prado se muestre ahora más completo que nunca.
Tras la recuperación que supuso la exposición inaugural de la ampliación del museo, El Siglo XIX en el Prado, visitada por más de un millón de personas, las obras de los grandes maestros españoles del siglo XIX se incorporan definitivamente al discurso histórico del Museo junto a los maestros del pasado. La generosa representación de obras del ochocientos completa particularmente la narración de la historia del arte español en el Prado, que se inicia con la pintura románica de San Baudelio de Berlanga del siglo XII y que ahora se prolonga a través de la obra de Sorolla hasta principios del siglo XX, en estricta contemporaneidad con las primeras vanguardias.
Esta colección de pintura moderna, presente en el Prado desde su inauguración en el año 1819, se ha ido incrementando mediante significativas incorporaciones, algunas de ellas muy recientes y que se exponen ahora por primera vez en el Museo como El coracero francés de José de Madrazo, adquirida este mismo verano, Penitentes en la Basílica inferior de Asís de José Jiménez Aranda, adquirida en 2001, o Gran paisaje (Aragón) de Francisco Domingo Marqués o La niña María Figueroa vestida de menina de Joaquín Sorolla, adquiridas ambas en el año 2000.

Puerta Goya del Museo del Prado. Madrid
El recorrido de esta colección se articula en doce salas ordenadas cronológicamente y en función de las diferentes tendencias y géneros que se sucedieron a lo largo del siglo XIX y que concluye definitivamente con un nuevo concepto expositivo: la sala de presentación de colecciones, una sala de estudio o de carácter temático que permitirá –a través de una instalación temporal- mostrar periódicamente conjuntos de obras que hasta el momento no se han podido ver y que se inaugura ahora con una amplio conjunto de paisajes de Aureliano Beruete donados al Museo por la familia del artista.
El discurso arranca en la galería central de la planta baja, consagrada a los artistas del primer tercio de siglo que estuvieron estrictamente ligados al arte cortesano y a la apertura del Museo del Prado en 1819. La nueva galería, bajo el epígrafe Goya. Neoclasicismo y Clasicismo Académico, se abre con la gran escultura de Isabel de Braganza –número uno del catálogo de esculturas del Museo-, reina fundadora del Prado que preside este gran espacio, tal y como lo ha hecho históricamente a la entrada del Museo. Además, la sala recupera su misión original dotando de protagonismo a la escultura al incluir catorce piezas escultóricas más. Adquieren también especial relevancia en esta sala los retratos de la reina y su esposo Fernando VII, por su relación con los orígenes del Museo, que conviven con los últimos cuadros de Goya neoclásicos, como la Marquesa de Villafranca o la Marquesa de Santa Cruz, y los de sus contemporáneos, como Vicente López con su emblemático Retrato del pintor Francisco de Goya.
El recorrido continúa con la sala dedicada al Romanticismo, que agrupa la obra de los principales ejemplos de esta corriente: Leonardo Alenza, Eugenio Lucas y Antonio María Esquivel. Tras ellos, Federico de Madrazo, dando paso a otra sala dedicada al gran maestro Eduardo Rosales, presidida por su famoso lienzo Doña Isabel la Católica dictando su testamento como protagonista.
Tras la primera sala de Pintura de Historia con la gran escultura de Agustín Querol, Sagunto, el recorrido da paso a Fortuny y Rico, antesala de Raimundo de Madrazo, para adquirir un tono más intimista con el Paisaje Realista protagonizado por Carlos de Haes. Tras exponentes del Naturalismo como Pinazo y Muñoz Degrain, se abre la segunda generación de pintores de historia con algunas de las pinturas más impresionantes de las colecciones modernas del Museo como el Fusilamiento de Torrijos, de Antonio Gisbert.
Joaquín Sorolla concluye este nuevo recorrido de visita a las colecciones del Prado con lienzos tan universales como Chicos en la playa y ¡Aún dicen que el pescado es caro! para abrir paso a la sala de presentación de colecciones, dedicada en esta ocasión a Aureliano Beruete.
Por su parte, la presencia de artistas europeos, aunque de momento más reducida, significa un contrapunto imprescindible al desarrollo de la prácticas artísticas de la centuria en España. Entre las obras más destacadas se encuentran las esculturas de Antonio Cánova Venus y Marte y Bartolomeo Thorwaldsen Hermes, además de pinturas características de David Roberts, Alma Tadema o Meissonier, entre otros.
El plan de reordenación de colecciones La Colección: La otra ampliación constituye uno de los proyectos prioritarios del Plan de Actuación 2009-2012 del Museo. Dicho proyecto contempla un incremento de alrededor de un 50% de obras expuestas a lo largo de sus cuatro años de desarrollo. La apertura de las nuevas salas dedicadas al siglo XIX presentadas hoy supone aproximadamente una ganancia de alrededor de un 20% respecto al número de obras expuestas hasta el momento.
(Texto: Fundación Amigos del Museo del Prado)

Imagen de La era o El verano, de Goya, 1786. Sala de cartones. Museo del Prado.

Ver salas dedicadas a las colecciones del Siglo XIX
Algunas imágenes de las obras expuestas del siglo XIX en el Prado

Sala 60. Los paisajes de Aureliano Beruete (1845-1912), en un montaje que evoca la exposición-homenaje organizada por su amigo Joaquín Sorolla en su propia casa con motivo de su fallecimiento.

Aureliano de Beruete. Vista de Madrid desde la pradera de San Isidro, lienzo 62 x 103 cm. Museo del Prado

Aureliano de Beruete. Orillas del Manzanares, 1878. Museo del Prado. Madrid

Aureliano Beruete. Paisaje de Otoño (Madrid) 1910. Óleo sobre lienzo, 66 x 95 cm. Museo del Prado. Madrid

Aureliano Beruete. Venta del Macho (Toledo) 1910. Óleo sobre lienzo, 39 x 50 cm. Museo del Prado. Madrid

Aureliano Beruete. Vista de Cuenca, 1910. Óleo sobre lienzo, 66 x 88,5 cm. Museo del Prado. Madrid

Aureliano Beruete. Orillas del Manzanares. 1878. Óleo sobre lienzo, 82 x 149 cm. Museo del Prado. Madrid

Joaquín Sorolla. El pintor Aureliano Beruete. 1902. Óleo sobre lienzo, 115,5 x 110,5 cm. Museo del Prado. Madrid

Sala 60a. Espacio consagrado a Joaquín Sorolla (1863-1923) a través de diez destacadas obras, acompaña en la sala la delicada escultura de Mariano Bennlliure "Canto de amor". Entre las pinturasi má aquí expuestas, puede destacarse ¡Aún dicen que el pescado es caro!, obra cumbre del realismo social en España; Chicos en la playa, uno de los lienzos más conocidos de las colecciones modernas del Museo y por la primicia de su presentación en el Prado, La niña María Figueroa vestida de menina, pintura inacabada adquirida en el año 2000 que interpreta la obra velazqueña.

Joaquín Sorolla. Chicos en la playa. 1910. Óleo sobre lienzo, 118 x 185 cm. El pintor valenciano es uno de los inductores de la modernidad en España con sus brochazos de luz y el uso de colores muy vivos.

Joaquín Sorolla. Y aún dicen que el pescado es caro, 1894. Óleo sobre lienzo, 151.5 × 204 cm. Museo del Prado, Madrid.

Joaquín Sorolla. La actriz Doña María Guerrero como "Dama boba". Óleo sobre lienzo. 1.31 x 1.20 cm. Museo del Prado

Mariano Benlliure. Canto de amor, 1900-01, mármol, 126 x 60 x 73 cm. Museo del Prado

Sala 61. Pintura de Historia I. Incluye seis monumentales obras creadas para la exaltación de los valores nacionales entonces emergentes, temática que se convirtió en la preferida de la escena artística oficial durante la segunda mitad del siglo XIX con...

Francisco Pradilla. Doña Juana la Loca, 1877. Museo del Prado. Es din duda uno de los ejemplos más destacados de la sala. Es una de las obras más impactantes del género histórico. Representa el viaje de doña Juana acompañando el féretro de su marido, Felipe el Hermoso.

Agustín Querol. Sagunto, 1886, mármol, 230 x 120 x 94 cm. Museo del Prado. Una madre hunde en su pecho un puñal, con el que previamente ha dado muerte a su hijo, para impedir ser capturados por los soldados cartagineses que, mandados por Aníbal, asediaban Sagunto, ciudad protegida por Roma durante la Segunda Guerra Púnica, hacia el año 218 a. C. Realizada en Roma, la escultura combina un estudio realista con una fuerte carga expresiva y dramática.

Lorenzo Valles. Demencia de Doña Juana de Castilla. 1866, óleo sobre lienzo, 238 x 313 cm. Fue uno de los temas que más fascinaron a los pintores de historia del siglo XIX. Una historia de amor con muerto incluido, y encima cierta y ocurrida entre reyes. La representación de la muerte y la agonía fueron las imágenes preferidas por los artistas para intensificar el dramatismo de sus obras. Una y otra vez la muerte se vuelve la protagonista de los grandes cuadros de historia del siglo XIX español.

Manuel Domínguez. Séneca, después de abrirse las venas, se mete en un baño y sus amigos, poseídos de dolor, juran odio a Nerón que decretó la muerte de su maestro. 1871. Óleo sobre lienzo, 270 x 450 cm.

Alejandro Ferrant. El entierro de San Sebastián. 1877. Óleo sobre lienzo, 305 x 430 cm.

Dióscoro Puebla. Las hijas del Cid, del Romance XLIV del "Tesoro de Romanceros". 1871. Óleo sobre lienzo, 232 x 308 cm.

Sala 61a, Pintura de Historia II. La segunda sala dedicada a la pintura de historia nos presenta cinco decisivos cuadros de los pintores jóvenes del último tercio del siglo XIX que utilizan las composiciones históricas para triunfar, conscientes de la importancia de este género en la Exposiciones Nacionales.

Antonio Gisbert. Fusilamiento de Torrijos (Fusilamiento de Torrijos y sus compañeros en las playas de Málaga) Una obra maestra y un manifiesto político en defensa de la libertad. Cuando Gisbert pintó en 1888 este cuadro realizó un alegato en defensa de la libertad, gritando contra el autoritarismo. No debemos olvidar que Gisbert estaba vinculado al partido progresista por lo que este gran lienzo se convertiría en icono de su tiempo. El cuadro fue encargado por el gobierno liberal de Práxedes Mateo Sagasta, durante la regencia de María Cristina, para servir de ejemplo de la defensa de las libertades a las generaciones futuras. José María Torrijos (1791-1831) había sido capitán general de Valencia y ministro de la Guerra durante el Trienio Liberal, teniendo que exiliarse al recuperar Fernando VII el poder. Desde su exilio en Inglaterra intentó en varias ocasiones sublevarse contra el monarca. El gobernador Vicente González Moreno le ofreció su apoyo si embarcaba desde Gibraltar hacia Málaga con 60 de sus más allegados hombres, apoyo que se convirtió en traición por lo que Torrijos y sus compañeros fueron abordados por un guardacostas y obligados a desembarcar en Fuengirola. Tras su apresamiento, el 11 de diciembre de 1831 fueron fusilados en las playas malagueñas, por delito de alta traición, sin juicio previo.
En esta obra, Gisbert recurre al purismo academicista, empleando un firme y seguro dibujo así como una simple pero no por menos estudiada composición. Los prisioneros que van a ser ejecutados se alinean en pie y maniatados, de frente al espectador, esperando el próximo momento de la muerte. Torrijos encabeza el grupo y se dispone en el vértice, cogiendo de las manos a dos de sus compañeros, Flores Calderón, vestido con clara levita, y el anciano Francisco Fernández Golfín, ex ministro de la Guerra, que está siendo vendado por el fraile. Conocemos a tres de los personajes que se sitúan a la derecha de Flores Calderón: el coronel López Pinto, el oficial inglés Robert Boyd y Francisco Borja Pardio, los dos últimos con la mirada baja. El conjunto se conforma por los frailes que tapan los ojos a aquéllos que lo solicitan mientras uno de ellos lee en voz alta textos sagrados, mientras que en primer plano se hallan los cadáveres de los primeros ajusticiados, recurso de inevitable recuerdo goyesco. El fondo está ocupado por los soldados que esperan las órdenes para continuar con la ejecución.
Uno de los elementos más interesantes de la composición es la facilidad de Gisbert para mostrar las sensaciones a través de los gestos de los personajes: preocupación, rabia, desaliento, resignación, desafío, etc. También debemos destacar el encuadre empleado por el maestro, dejando fuera de campo algunos de los cadáveres, manifestando una clara influencia de la fotografía. El empleo de una gama de color fría subraya la sensación desapacible de la escena y lo terrible del desenlace.

Antonio Muñoz Degrain. Los amantes de Teruel. 1884. Óleo sobre lienzo, 330 x 516 cm. Museo del Prado. El cuadro fue presentado a la Exposición Nacional de 1884, consiguiendo la Primera Medalla, siendo adquirido por el Museo del Prado en 9.000 pesetas.
En Italia Muñoz Degrain realizará uno de sus primeros cuadros de historia. En él narra el amor imposible de doña Isabel Segura con el archiempobrecido noble don Juan Martínez de Mansilla en el año 1212. El caballero se había marchado en busca de fortuna y la doncella esperó cinco largos años a su amado, siendo obligada por su padre a contraer matrimonio con don Rodrigo de Azara. En ese preciso instante llegó don Juan a Teruel para ver el enlace matrimonial de su amada, solicitándola posteriormente un beso. Ante la negativa de la recién desposada, el amante se murió. Acto seguido también falleció doña Isabel.
Lo que vemos en el cuadro de Muñoz es el interior de la iglesia turolense de San Pedro, donde yace el cuerpo sin vida de don Diego, amortajado con el traje de guerrero con el que había regresado de su aventura en búsqueda de riquezas, colocado en un sencillo féretro que se ubica sobre un catafalco, adornado con rosas y coronas de laurel como homenaje a las glorias y los triunfos del caballero. Sobre su pecho reposa la cabeza de su amada; Isabel acaba de exhalar su último suspiro, tras besar los labios de su eterno e imposible amor. La dama va vestida aún con los lujosos ropajes de sus recientes desposorios. Junto a ella observamos un candelero con su velón humeante, volcado por la novia al precipitarse sobre el cadáver de su amado. La escena es contemplada con curiosidad y ternura por dos dueñas y el resto del cortejo fúnebre, apenas distinguible en la penumbra formada por el velo que cubre el gran ventanal del fondo del templo. En esa misma zona se aprecia al oficiante, que se ha girado bruscamente para observar el suceso.
Las novedades que aporta Muñoz Degrain en esta pintura serán muy interesantes para el género de la pintura de historia: la interpretación expresionista de la materia pictórica y el exultante colorido resaltado por la luz mediterránea. El pintor ha conseguido plasmar el denso y casi asfixiante ambiente que hay en el interior de la iglesia, pudiendo casi observarse la mezcla del humo de los cirios, el aroma desprendido por el incensario, las flores marchitas y la lámpara de aceite, apreciándose casi la respiración de los asistentes al desdichado suceso.
Degrain muestra la escena desde un punto de vista oblicuo con el fin de acentuar la profundidad espacial, iluminando fuertemente la escena de primer plano para resaltar a los protagonistas, centrando en éstos la intensidad dramática del asunto. Emplea una pincelada amplia y jugosa, con toques enérgicos y empastados, recurriendo a pinceladas de colores puros, sin renunciar a las calidades táctiles de las telas como la transparencia del velo de la novia, la brillantez del raso, la gruesa alfombra o los terciopelos de los trajes de las plañideras. Mientras, las figuras del fondo apenas están sugeridas, trabajadas con gruesas pinceladas, sin apenas matizar.

Antonio Muñoz Degrain. Desdémona. Museo del Prado

José Moreno Carbonero. Conversión del duque de Gandía. También conocido como: Francisco Borja ante el féretro de Isabel de Portugal. 1884. Características: 315 x 500 cm. Museo del Prado. Gracias al lienzo protagonizado por el príncipe don Carlos de Viana, Moreno Carbonero consiguió la ansiada pensión para estudiar en Roma y París. Como estudio de segundo año de pensionado realizó el lienzo que contemplamos, enviado a la Exposición Nacional de 1884, obteniendo de nuevo la primera medalla. El cuadro presenta la renuncia al mundo de don Francisco de Borja, marqués de Lombay y duque de Gandía, tras contemplar el putrefacto cadáver de doña Isabel de Portugal, esposa de Carlos V, fallecida en Toledo el 1 de mayo de 1539. Su cuerpo fue conducido a Granada por expresa orden de la finada, sucediéndose en esa ciudad andaluza la escena que Moreno representa. La belleza de la emperatriz cautivó a toda la Corte, especialmente al duque de Gandía, encargado de trasladar el cadáver a su lugar de enterramiento y entregarlo a los monjes. Cuando el féretro fue abierto y el duque contempló el cuerpo descompuesto de su señora, pronunció la famosa frase "Nunca más serviré a un señor que se me pueda morir", ingresando años después en la Orden de Jesús, llegando a ser canonizado. El marqués aparece representado en el centro de la composición, inclinando su cabeza sobre un gentilhombre al que abraza. Tras estas figuras contemplamos a un canónigo mientras varios hombres y mujeres se pierden en la penumbra. La zona derecha está ocupada por el féretro, colocado sobre un túmulo que se cubre con un grueso paño decorado con el águila imperial bordada. El féretro es abierto por un hombre que se tapa la nariz para evitar el hedor, observándose el rostro aún bello de líneas de la emperatriz, a pesar de su avanzado estado de descomposición. La emperatriz lleva las manos sobre su pecho y un velo blanco y vaporoso cubre parte de su rostro. Un niño mira al cadáver con espanto y a su lado, una dama se cubre la cara con las manos. Carbonero domina el dibujo y la reproducción fiel al tacto de las diferentes superficies, empleando una materia pictórica jugosa y suelta que recuerda a los grandes maestros del Barroco español. También llaman la atención los espléndidos retratos de algunos personajes, así como la correcta iluminación dramática que envuelve la cripta, penetrando por el ventanal visible en el lado izquierdo y por un foco ajeno a la composición. En el estilo empleado por Carbonero encontramos ecos de Pradilla.

José Moreno Carbonero. El príncipe don Carlos de Viana. 1881. Óleo sobre lienzo 310 x 242 cm. Museo del Prado. Madrid. A la Exposición Nacional de 1881 presentó Moreno Carbonero este lienzo, consiguiendo una primera medalla. El lienzo nos presenta al príncipe don Carlos (1421-61), hijo primogénito de Juan II de Aragón y Blanca de Navarra, heredero al trono de ambos reinos. El príncipe cayó en desgracia tras las segundas nupcias de su padre con doña Juana Enríquez, madre de Fernando el Católico. La popularidad del príncipe en Cataluña motivaría que fuese hecho prisionero por orden real. El saberse despreciado para la sucesión a la corona y el fracaso de los distintos pactos y tratados auspiciados por él, le llevaron a aceptar con resignación su sino y retirarse de la política para llevar una vida dedicada al estudio y la lectura, huyendo a Francia en primer lugar y posteriormente a Nápoles, donde se refugió en un monasterio cercano a la localidad de Mesina, lugar en el que el pintor emplaza al personaje. Don Carlos viste un grueso manto de pieles y se adorna con un gran medallón al cuello, apareciendo en la soledad de la biblioteca conventual, sentado en un sitial de estilo gótico, con la única compañía de su fiel perro a los pies. El príncipe parece pensativo, con gesto de amargo desencanto, recostado sobre un almohadón al tiempo que apoya su pie izquierdo en otro, con la mirada perdida mientras sostiene en la mano un legajo que acaba de leer. Ante él se observa un gran libro en un atril, destacando la librería del fondo, con grandes tomos encuadernados, ocupando el primer plano varios rollos de documentos y grandes volúmenes. El pintor ha reducido la narración a una sola persona, al protagonista, concentrando su atención en mostrar la personalidad interior del personaje, melancólico e introvertido, y en los elementos accesorios que envuelven su figura y que adquieren un protagonismo tan destacado como el propio príncipe. Todos los objetos que le rodean introducen al espectador en el ambiente de abandono, concibiendo todo el conjunto de manera vetusta, de tal manera que hasta los colores son austeros. La luz está muy bien estudiada y la pincelada empleada por el pintor es bastante rápida y empastada, siguiendo el estilo de Pradilla. El lienzo fue adquirido por el Museo del Prado por 5.000 pesetas.

Emilio Sala Francés. Expuslión de los judíos (año de 1492). 1889. Óleo sobre lienzo. 313 x 281 cm. Museo del Prado.
La escena representa una supuesta audiencia que los Reyes Católicos concedieron al máximo representante judío tras la orden de expulsión de su pueblo. Según la tradición literaria el inquisidor Torquemada irrumpió en la audiencia arrojando un crucifijo sobre la mesa y exclamando que no debía de aceptarse el dinero que el judío ofrecía para evitar la expulsión, comparándolo con el dinero con el cual Judas traicionó a Cristo.
Sala realizó el cuadro durante su estancia en París, ciudad donde el tema no fue plenamente comprendido. En Madrid, chocó por la modernidad de sus planteamientos, en contraposición a lo trasnochado del argumento histórico, ya no tan en boga en el momento en que fue realizada la pintura.
La riqueza decorativa, y la elegancia de algunas figuras recuerda a la pintura parisina del momento. El formato vertical, inusitado para el tema histórico, es otro aspecto novedoso. El colorido, encendido y brillante junto con la utilización atmosférica de la luz, adelantan lo mejor del luminismo valenciano de fin de siglo.

Sala 61b, Rosales. Esta sala temática está dedicada a la figura de Eduardo Rosales (1836-1873), con siete obras del pintor y la conocida Rendición de Bailén de Casado del Alisal. Acompañan estas pinturas la escultura de Agapito Vallmitjana, Cristo yacente.

Retrato de Eduardo Rosales, 1867 obra de Federico de Madrazo, Óleo sobre lienzo. 46,5 x 37 cm. Museo del Prado

Eduardo Rosales. Desnudo femenino, o Al salir del baño. Hacia 1869. Óleo sobre lienzo, 185 x 90 cm. Museo del Prado

Eduardo Rosales. Tobías y el Ángel. 1858-63. Óleo sobre lienzo, 198 x 118 cmMuseo del Prado

Eduardo Rosales - Doña Isabel la Católica dictando su testamento. 1864. Óleo sobre lienzo, 290 x 400 cm. Museo del Prado.

Eduardo Rosales. La muerte de Lucrecia. 1871. Óleo sobre lienzo, 258 x 347 cm. Museo del Prado.
Tras ser violada por Tarquinio, hijo del rey de Roma, Lucrecia se da muerte ante su padre y su esposo, quienes sostienen su cuerpo, mientras su primo Bruto con el puñal ensangrentado en la mano, clama venganza.
Rosales volvió en esta ocasión a la historia clásica para abordar una pintura, aludiendo a los acontecimientos que, tras la venganza de Bruto, supusieron el paso de la Monarquía a la República en la antigua Roma.
Presentada a la Exposición Nacional de 1871 logró una primera medalla gracias a la modernidad con que fue abordada. La técnica de ancha factura y golpes de pincel muy empastado, no está reñida con un dibujo firme y fuerte. Por otro lado la emocionante utilización de la luz en claroscuro, resaltando las figuras pero dejando en penumbra la estancia, contribuyen a crear el efecto dramático deseado y convirtiendo esta pintura en una de las más notables del artista.

Eduardo Rosales. 1869. Présentation de Don Juan de Austria a Carlos V. Óleo sobre lienzo, 76 x 123 cm. Museo del Prado.
Ignorante hasta entonces de su parentesco, un jovencísimo don Juan de Austria, conoce la identidad de su verdadero padre, el emperador Carlos V, a quien es presentado por su tutor en el Monasterio de Yuste.
Rosales reconstruye este hecho histórico en un cuadro realizado tras una profunda reflexión formal e histórica. La composición dividida en dos grupos refleja el abismo psicológico y emocional que separa al joven de la figura majestuosa del emperador. El colorido aplicado con brillantez, la pincelada breve y abundante, el dibujo preciso y la habilidad compositiva, son características que hacen de ésta una de sus mejores pinturas. Realizado en un formato inusual para la pintura de historia por su pequeño tamaño, Rosales se preocupó mucho por la reconstrucción histórica precisa, tanto de los trajes, como del escenario palaciego. Prueba es la incorporación en el fondo del Cristo y la Dolorosa de Tiziano, cuadros que efectivamente Carlos V trasladó al Monasterio de Yuste durante su retiro.

José Casado del Alisal. La rendición de Bailén. 1864. Óleo sobre lienzo, 500 x 338 cm. Museo del Prado, típica pintura de historia con claras alusiones a la obra de Velázquez. Es representativo del género "realismo retrospectivo": gran tamaño, luz velazqueña, actitud variada en los personajes y una notable verosimilitud general.
Representación de la primera derrota de los ejércitos napoleónicos a manos de las tropas españolas, firmada en Bailén (Jaén) el 19 de julio de 1808.
La composición, cuya fuente fundamental fueron Las lanzas de Velázquez (P01172), muestra a la izquierda al ejército español al mando del general Castaños (1756 - 1852) y, a la derecha, a los vencidos franceses encabezados por el general Pierre Dupont (1765 - 1838). Al fondo, el campo de batalla todavía humeante.
El cuadro fue realizado en París, donde Casado del Alisal pudo documentarse más fácilmente sobre los uniformes franceses.
En cuanto a la técnica, destaca la sólida base de dibujo y la gran calidad retratística, pudiéndose reconocer a todos los altos mandos representados.
Este cuadro fue adquirido para sí por la reina Isabel II. Alfonso XIII lo donó en 1921 al desaparecido Museo de Arte Moderno, desde donde pasó a las colecciones del Museo del Prado.

Agapito Vallmitjana, Cristo yacente. 1872, Mármol, 43 x 216 x 72 cm. Según fuentes del Prado, para la realización de esta escultura actuó como modelo el pintor Eduardo Rosales, gran amigo del artista.
Con esta obra, Agapito testimonia su especial dedicación a la escultura religiosa, que enlaza con la tradición española de cristos yacentes, especialmente de Gregorio Fernández, y con la tradición clásica de las bacantes dormidas, pero absolutamente filtradas por una visión realista y severa, de excepcional perfección técnica, con una nobleza que resulta habitual en la visión romántica del Cristo hombre, abandonado, rendido y trágico, tan distante del Cristo triunfante, que se centra en la individualidad. Su serenidad clásica y su sensibilidad, así como el reflejo del concepto del decoro, quedan patentes en esta obra. Es una muestra única de la síntesis entre el sentimiento y la técnica, en el tratamiento de un tema tan del gusto del romanticismo del hombre, la individualidad vencida, que sirve para trasmitir el recogimiento y la piedad a través del virtuosismo y su rigurosa plasticidad.

Sala 62, Fortuny y Rico. Dedicada a Mariano Fortuny (1838-1874) y su círculo, esta sala acoge quince obras. El deslumbrante éxito de Fortuny en la Europa de su tiempo lo convirtió en uno de los protagonistas más relevantes del panorama artístico internacional. Su pintura, brillante y preciosista alcanzó mayor reputación con escenas de género y con otras inspiradas en el norte de África y Oriente.

Mariano Fortuny. Viejo desnudo al sol. Óleo sobre lienzo, 76 x 60 cm. Museo del Prado. La representación del torso desnudo de un viejo, fuertemente iluminado por los rayos del sol fue un tema muy trabajado por el pintor, para estudiar la incidencia de la luz sobre fondos oscuros.
La obra como es habitual en las pinturas de Fortuny, muestra diferentes grados de acabado en su superficie. La parte inferior, está tan solo esbozada mientras que la cabeza del modelo, en la parte superior, muestra un trabajo más profundo de extraordinaria naturalidad, favorecido por el estudio de la luz que ofrece zonas contrastadas de claros y sombras.

Mariano Fortuny. Desnudo en la playa de Portici. 1874. Óleo sobre tabla, 13 x 19 cm. Museo del Prado

Mariano Fortuny. Las Reinas María Cristina e Isabel II pasando revista a las tropas liberales. Museo del Prado

Mariano Fortuny. Los hijos del pintor en el salón japonés. 1874. Son Mª Luisa y Mariano, hijos de Fortuny. el lienzo era un regaloa a su abuelo, Federico de Madrazo. Museo del Prado

Martín Rico. La torre de las damas, en la Alhambra de Granada. 1871. Óleo sobre lienzo, 63,5 x 40 cm. Museo del Prado

Martín Rico. Vista de París desde el Trocadero. 1883. Óleo sobre lienzo, 79 x 160 cm. Museo del Prado

Sala 62a, Naturalismo. Espacio dedicado a los autores del último cuarto del siglo XIX herederos de Rosales y Fortuny en una época en la que empiezan a tener protagonismo los centros artísticos regionales entre los que destacó la escuela valenciana, con Muñoz Degrain, Francisco Domingo Marqués, Emilio Sala e Ignacio Pinazo, artistas que abordaron diversos géneros, como el retrato y el paisaje, consiguiendo cotas de gran modernidad.

Francisco Domingo Marqués. Gran paisaje (Aragón) Óleo sobre lienzo, 300 x 232 cm. Museo del Prado.

Ignacio Pinazo. La lección de memoria. 1898. Óleo sobre lienzo, 107 x 107 cm. Museo del Prado.

Antonio Muñoz Degrain. Antes de la boda. 1882. Óleo sobre lienzo, 119 x 96 cm. Museo del Prado.

Sala 62b, Federico de Madrazo. Esta sala monográfica dedicada a Federico de Madrazo (1815-1894), el artista español más influyente de todo el panorama cultural de su época. Profundamente influido por su experiencia en Italia, su personalidad artística se fraguó también con la admiración por la pintura francesa de su época y su conocimiento de los grandes maestros del Museo del Prado, del que fue director al igual que su padre José de Madrazo.

Federico de Madrazo. Amalia de Llano y Dotres, condesa de Vilches. Óleo sobre lienzo, 126 x 89 cm. Es la obra cumbre del retrato romántico. Federico de Madrazo pintó en 1853 a su modelo a la manera francesa. Museo del Prado.
Obra cumbre de la retratística romántica española y el más atractivo de los retratos femeninos de su autor, es, sin duda, la obra más emblemática de las colecciones del siglo XIX del Museo del Prado. Amalia de Llano y Dotres (Barcelona, 1821- Madrid, 06/07/1874) contaba con treinta y dos años cuando Madrazo la retrató. Casó el 12/10/1839 con Gonzalo José de Vilches y Parga (1808 - 1879), que sería I conde de Vilches desde 1848, del que el Prado conserva dos retratos (P02879 y P02887). Destacada defensora de la causa monárquica desde la caída de Isabel II, fue escritora aficionada, llegando a publicar las novelas Berta y Lidia. Fue madre del II conde de Vilches, quien legó este cuadro al Prado, ingresado en 1944, después de haberlo cedido en usufructo a su hijastro, el conde de la Cimera. Unida por una gran amistad a Federico de Madrazo, quizá ésto explique el especial encanto y el primor exquisito que el pintor supo alcanzar en este retrato. La Condesa frecuentó la casa de los Madrazo, especialmente con motivo de sus veladas musicales, en las que incluso llegó a cantar, acompañada del piano.
Madrazo alcanza en esta efigie la conjunción perfecta de todos los recursos plásticos alcanzados en su producción madura, alcanzando en esta ocasión su refinamiento más esmerado, al servicio de una de las mujeres más hermosas y encantadoras del Madrid isabelino. Interpreta el retrato con un marcado aire francés, muy adecuado a la elegancia de la modelo, aprendido durante su formación en París junto a Ingres. La pose de la dama consigue transmitir una sensualidad bien ajena a la tradición española. La pose coqueta de la modelo es, sin embrago, estudiadamente informal, lo que sirve al artista para conceder a la obra un grácil movimiento. La iluminación empleada por Madrazo hace que la blancura de las carnaciones femeninas destaquen contra la acusada oscuridad del fondo, a la vez que acentúa la sensación cromática. La sutileza de ciertos gestos de la modelo, como la delicadeza con que sostiene el abanico, el contacto casi imperceptible de sus dedos con el óvalo facial o la dulcísima sonrisa, replicada por su seductora mirada, suponen el culmen de los aciertos de este soberbio retrato (Texto extractado de Díez, J. L. en: El siglo XIX en el Prado, Museo Nacional del Prado, 2007, pp. 172-175).
Lawrence Alma Tadema. Escena pompeyana (The Siesta) 1868. Óleo sobre lienzo, 130 x 360 cm. Museo del Prado.

Sabino de Medina. La ninfa Urídice mordida por la víbora, 1865, mármol, 107 x 51 x 88 cm. Museo del Prado.
Un importante número de escultores que desarrollaron con éxito su carrera en España en el siglo XIX lo hicieron tras una etapa formativa como pensionados en Roma, donde se imbuyeron de las tendencias del momento. Destacado ejemplo es el de Medina, cuya formación italiana fue definitiva a la hora de desarrollar su trabajo como escultor. La obra que posee el Prado es la ejecutada en mármol a partir del yeso que realizó en su cuarto año de pensionado en Roma en 1836.
La escultura, representaba a la bella ninfa Eurídice, esposa del poeta y músico divino Orfeo, quien, durante un paseo, al intentar escapar de Aristeo, que había quedado prendado de su belleza, fue mordida por una serpiente que le provocó la muerte. Estéticamente sigue el estilo clasicista en la formalidad de la figura, su serenidad, la perfecta factura y dominio técnico, y se considera una de las obras más importantes de su autor. Su semblante presenta una expresión que no refleja el dolor del momento, y casi parece que juega con la serpiente, más que sufrir su mordedura. La relación entre la producción de Lorenzo Bartolini (1777-1850) y la de Medina es muy evidente, lo que junto con la cercanía al escultor Giuseppe Tenerani, del que fue discípulo, centran su producción en su etapa romana. Es indudable su inspiración en la obra de Bartolini Ninfa mordida por un escorpión, realizada antes de 1837 por encargo del príncipe Charles de Beauveau, que fue expuesta en el Salon de París de 1844, y cuyo yeso se conserva en la Gipsoteca Bartolini de la Academia de Florencia, y la obra definitiva en el Louvre junto con otras versiones. La obra de Bartolini resulta menos idealizada, pues refleja el dolor en el rostro de manera más evidente, aunque siempre de forma muy sutil, y, partiendo de una idealización formal, plasma su interpretación de la belleza (Texto extractado de Azcue, L. en: El siglo XIX en el Prado, Museo Nacional del Prado, 2007, pp. 404-407).

Vista de la Sala 61. Con la escultura Sagunto de Agustín Querol y la pintura La muerte de Séneca de Manuel Domínguez aparecen iluminadas con luz halógena mientras que Demencia de doña Juana de Castilla de Lorenzo Vallés se ilumina con leds.