
Vista de la fachada y puerta principal del Museo del Prado, con la estatua de Velázquez.
Este trabajo extenso trabajo recopilatorio está dedicado a los Bodegones del Museo del Prado. Una prolífica colección de floreros, bodegones y naturalezas muertas que la pinacoteca madrileña ha ido engrandeciendo a lo largo de los años. La componen grandes maestros, entre los que hay que destacar a los pintores españoles: Juan Sánchez Cotán, Juan van der Hamen, Francisco de Zurbarán, Luis Egidio Meléndez, Tomás Yepes, Juan Fernández 'el Labrador', Pedro de Camprobín, Alejandro de Loarte, Miguel March, Juan de Arellano, Bartolomé Pérez de la Dehesa, Pedro de Medina Valbuena, Gabriel de la Corte, Mateo Cerezo, Ignacio Arias, Antonio de Pereda, Juan de Espinosa, José Ferrer, Miguel March, Luis Paret, Benito Espinós, Francisco de Goya, Eugenio Lucas Velázquez, Juan Bautista Romero, Antonio Viladomat, Vicente Victoria, José Romá, Miguel Parra, Francisco Barrera, Antonio Ponce, José del Castillo o Bartolomé Montalvo por citar algunos de los más conocidos.
También destacar a los maestros extanjeros como: Willem Heda, Rubens, Jan Brueghel el Viejo, Andries Benedetti, Joachim Beuckelaer, Frans Snyders, Adriaen Van Utrecht, Jan Fyt, Daniel Seghers, Clara Peeters, Melchior d' Hondecoeter, Alexander Adriaenssen, Paul de Vos, Frans Ykens, Catharina Ykens, Jan Philips van Thielen, Osias Beert el Viejo, Gabriel Metsu, David Teniers el Joven, Mariano Nani, Herman van Vollenhoven entre otros. Quizá el Prado debería adquirir alguna obra del primer bodegonista alemán Georg Flegel o del prestigioso francés Chardin; dos de los grandes, y que la pinacoteca madrileña no tiene representación.

El último lote de bodegones el Prado lo incorporó en 2006, procede de la colección Naseiro. Fueron 40 lienzos fechados entre las primeras décadas del siglo XVIII y mediados del XIX. Todos ellos son bodegones de autores españoles y proceden de la colección madrileña que Don Rosendo Naseiro reunió desde principios de los años ochenta. Veintiocho de esas piezas datan del siglo XVII, siete del XVIII, y cinco del XIX. Han sido realizadas por diecinueve autores diferentes, nueve de los cuales no estaban representados en la colección del Museo con cuadros de esta naturaleza. Se trata de Pedro Camprobín, Ignacio Arias, Pedro de Medina, Miguel March, Felipe Gabriel Ochoa, José Ferrer, Juan Bautista Romero, Santiago Alabert y José Romá.
En primer lugar habría que definir lo que es un bodegón, también conocido como naturaleza muerta, es una obra de arte que representa objetos inanimados, generalmente extraídos de la vida cotidiana, que pueden ser naturales (animales, frutas, flores, comida, plantas, rocas o conchas) o hechos por el hombre (utensilios de cocina, de mesa o de casa, antigüedades, libros, joyas, monedas, pipas, etc.) en un espacio determinado. Esta rama de la pintura se sirve normalmente del diseño, el cromatismo y la iluminación para producir un efecto de serenidad, bienestar y armonía.

Juan Sánchez Cotán - Bodegón de caza, hortalizas y frutas. 1602. Óleo sobre lienzo, 68 cm x 88,2 cm. Museo Nacional del Prado. Los primeros bodegones españoles firmados y fechados que conocemos fueron pintados en Toledo antes de 1603 por Juan Sánchez Cotán: justamente famosos en vida del artista, siguen contándose entre las más admiradas muestras del género en toda la historia del arte. Este Bodegón de caza, hortalizas y frutas, pintado en 1602, no solo es el primero español con fecha y firma, sino también una de las obras maestras de su autor.

Francisco de Zurbarán - Naturaleza muerta con jarra y tazas. Óleo sobre lienzo, 46 cm × 84 cm. Madrid, Museo del Prado. La obra Naturaleza muerta con jarra y tazas es más conocida con el nombre de «Bodegón con cacharros» o, como figura en los catálogos del Museo del Prado, simplemente, El Bodegón de Zurbarán (datado en el año 1635). Esta obra es el ejemplar, por antonomasia, de los bodegones zurbaranescos (e, incluso, de la España barroca), debido a la conjunción magistral del crudo realismo y la ternura por las pequeñas cosas cotidianas, que dan como resultado un misticismo rústico y de hermosa solidez.
Con orígenes en la antigüedad y muy popular en el arte occidental desde el siglo XVII, el bodegón da al artista más libertad compositiva que otros géneros pictóricos como el paisaje o los retratos. Los bodegones, particularmente antes de 1700, a menudo contenían un simbolismo religioso y alegórico en relación con los objetos que representaban. Algunos bodegones modernos rompen la barrera bidimensional y emplean técnicas mixtas tridimensionales, usando así mismo objetos encontrados, fotografía, gráficas generadas por ordenador o sonido y vídeo.
Un poco de historia

Detalle de una escena de ofrenda de diversos alimentos, de una pintura al fresco de la tumba de un escriba. Hacia 1422-1411 a.C. Menna, Tebas (Egipto)
Los bodegones ya adornaban el interior de las tumbas del Antiguo Egipto. Se creía que los objetos relacionados con la comida y la vida doméstica se harían reales en el más allá, dispuestos para que los muertos los usaran. Las pinturas sobre jarras de la Antigua Grecia también demuestran gran habilidad al representar objetos cotidianos y animales. Bodegones parecidos, más simples decorativamente, pero con perspectiva realista, se han encontrado en pinturas murales de la Antigua Roma y en mosaicos en Pompeya, Herculano y la Villa Boscoreale, incluyendo el motivo posteriormente tan familiar de un bol de cristal con frutas.

Bodegón romano, Casa de Julia Felix, Pompeya (NÁpoles, Italia)
Los mosaicos decorativos llamados emblema, que se han encontrado en casas de romanos ricos, demuestran la variedad de comida de la que disfrutaban las clases superiores, y también funcionaban como signos de hospitalidad y como celebraciones de las estaciones y de la vida. En el siglo XVI, la comida y las flores reaparecerán como símbolos de las estaciones y de los cinco sentidos.

Tazón de fruta transparente y jarros. Frescos romanos en Pompeya (alrededor del año 70). Museo Archeologico Nazionale (NÁpoles, Italia)
También desde la época romana existe la tradición del uso de cráneos en las pinturas como símbolo de mortalidad y de fugacidad, a menudo acompañada por la frase Omnia mors aequat (La muerte iguala a todos). Este motivo de la vanidad de las cosas vanitas —es el término latino, que puede traducirse por vanidad, que designa una categoría particular de bodegón, de alto valor simbólico, un género muy practicado en la época barroca, particularmente en Holanda—, cobrará un gran auge en la pintura barroca posteriormente, en especial con los pintores holandeses de alrededor del año 1600. (Varios pintores y obras las varemos más abajo)

Pieter Van Steenwyck - Emblema de la muerte. Hacia 1335-40, óleo sobre tabla, 36 x 46 cm. Museo Nacional del Prado. Nos encontramos ante uno de las naturalezas muertas de mayor calidad del Museo del Prado. Este bodegón es del tipo llamado Vanitas, es decir, vanidad, debido al simbolismo de los objetos que presenta. Es un género propio del Barroco, que reflexiona sobre la futilidad del mundo y el conocimiento humano. En este encontramos la calavera, que representa la muerte, la vela apagada, huesos, libros e instrumentos de música, todos ellos placeres inútiles cuando llega la muerte.La composición es sencillamente deliciosa, organizada a través de una marcada diagonal que proviene de un foco de luz amarillenta. El autor ha empleado una única gama de color, en ocres y amarillos dorados. El predominio del vacío en prácticamente dos tercios de la superficie del cuadro provoca una sensación casi metafísica. Estas composiciones de origen holandés alcanzaron mucho éxito en España, donde se las imitó e importó. (artehistoria.jcyl.es)

Antonio Pereda - San Jerónimo, 1643, óleo sobre lienzo, 105 x 80 cm. Museo Nacional del Prado.
La apreciación popular del realismo en el bodegón se relaciona con la leyenda griega antigua de Zeuxis y Parrasio, de quienes se dice que compitieron por crear los objetos más parecidos a la realidad, siendo éstas las descripciones más antiguas de la historia de pintura de trampantojo. Como Plinio el Viejo relataba en los tiempos romanos, los artistas griegos de siglos antes ya eran muy diestros en el retrato y el bodegón. Distinguió a Peiraikos, «cuya maestría muy pocos sobrepasan... Pintó tenderetes de zapateros y barberías, asnos, plantas y cosas semejantes, y por esa razón le llamaron el 'pintor de los objetos vulgares'; aun así estas obras eran en conjunto deliciosas, y se vendían a precios más altos que las más grandes [pinturas] de muchos otros artistas».
Edad Media
A partir de 1300, comenzando por Giotto y sus seguidores, la pintura de bodegón revivió en las pinturas de tema religioso en forma de objetos de la vida cotidiana que acompañaban a las figuras protagonistas. Este tipo de representación pictórica fue considerado menor hasta el Renacimiento, por cuanto aparecía generalmente subordinada a otros géneros, como la pintura religiosa o los retratos, conllevando a menudo un significado religioso o alegórico. Esto era particularmente patente en la obra de los artistas del norte de Europa, cuya fascinación por el simbolismo y el realismo óptico muy detallado les llevó a prodigar gran atención en el mensaje general de sus pinturas. Pintores como Jan Van Eyck a menudo usaron elementos de bodegón como parte de su programa iconográfico.
El desarrollo de la técnica de pintura al óleo por van Eyck y otros artistas del norte de Europa permitió pintar objetos cotidianos en un estilo hiperrealista, debido a su secado más lento, y la posibilidad de mezclar y trabajar por capas los colores al óleo.

Petrus Christus: San Eligio orfebre (pareja burguesa con un orfebre, 1449). Metropolitan Museum of Art, Nueva York
El retrato que hizo Petrus Christus de un novio y una novia visitando a un orfebre es un ejemplo típico de un bodegón de transición que representaba tanto un contenido religioso como secular. Aunque su mensaje es principalmente alegórico, las figuras de la pareja son realistas y los objetos que se muestran (monedas, vasijas, etc.) están minuciosamente descritas; pero el joyero es en realidad una representación de san Eligio y los objetos son intensamente simbólicos. En esta época, las representaciones sencillas de bodegones sin figuras empezaban a pintarse en la parte externa de las puertas de pinturas de devoción privada, con función principalmente decorativa.5 Otro paso hacia el bodegón autónomo fue pintar flores en jarros u otros objetos con un contenido heráldico o simbólico en la parte posterior de retratos seculares alrededor del año 1475.
Renacimiento
En el Renacimiento, entre los primeros en liberarse del significado religioso del bodegón estuvieron Leonardo da Vinci, quien creó estudios a la acuarela de fruta (alrededor de 1495) como parte de su incansable examen de la naturaleza, y Alberto Durero, quien también hizo dibujos detallados de la flora y la fauna.

Jacopo de’ Barbari - Perdices y armas sobre tabla (1504), óleo sobre tabla, 52 x 42,5 cm, Alte Pinakothek, Múnich.
Jacopo de’ Barbari dio un paso más allá con su Bodegón con perdiz, guanteletes y flechas de ballesta (1504), uno de los primeros bodegones trampantojo firmados y datados, con un contenido religioso reducido al mínimo.
El siglo XVI vio una explosión de interés en el mundo natural y la creación de lujosas enciclopedias botánicas que documentaban los descubrimientos del Nuevo Mundo. También impulsó el comienzo de la ilustración científica y la clasificación de las especies. Los objetos naturales comenzaron a apreciarse como elementos de estudio individuales aparte de cualquier asociación mitológica o religiosa. La temprana ciencia de los remedios a base de hierbas comenzó igualmente en esta época, una extensión práctica de este nuevo conocimiento. Además, los patronos ricos comenzaron a financiar la colección de especies animales y minerales, creando amplios «gabinetes de curiosidades». Estos ejemplares sirvieron como modelo para los pintores que buscaban realismo y novedad. Empezaron a coleccionarse y comercializarse conchas, insectos, frutas exóticas y flores, y la llegada de plantas nuevas, como el tulipán (importado a Europa desde Turquía), se plasmaban fielmente en los bodegones. La explosión de la horticultura despertó amplio interés por toda Europa, tendencia que los artistas capitalizaron produciendo miles de bodegones. Algunas regiones y cortes tenían intereses particulares. La representación de cítricos, por ejemplo, era una pasión particular de la corte de los Médicis en Florencia.13 Esta gran difusión de los ejemplares naturales y el creciente interés en la ilustración natural por toda Europa, dio como resultado la creación prácticamente simultánea de bodegones modernos alrededor del año 1600.

Caravaggio - Canasta de fruta. 1596. Óleo sobre lienzos, 46 × 64,5 cm. Milán, Pinacoteca Ambrosiana

Annibale Carracci - Carnicería (ca.1580).Christ Church Picture Gallery, Oxford
A lo largo de la segunda mitad del siglo XVI había evolucionado el bodegón autónomo. Gradualmente, el contenido religioso disminuyó en tamaño y lugar en estas pinturas, aunque las lecciones morales siguieron estando implícitas. Un ejemplo es La carnicería de Joachim Beuckelaer (1568), con su representación realista de carnes crudas dominando el primer plano, mientras que la escena del fondo transmite los peligros de la ebriedad y la lascivia. El tratamiento de Annibale Carracci del mismo tema en 1583 comienza a eliminar los mensajes morales, como hicieron otras pinturas de bodegón de «cocina y mercado» de este período.

Giuseppe Arcimboldo - La primavera. 1563. Madrid, Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Sin duda fue un retratista muy especial. Pintaba las cabezas a base de elementos naturales y objetos.
Arcimboldo -Giuseppe Arcimboldo. (Milán 1527 - ídem; 1593), pintor italiano. En su época fue un gran innovador del Renacimiento, inventando un estilo, que anunciaba el surrealismo del siglo XX, en el que los rostros estaban compuestos por grupos de animales, flores, frutas y demás objetos. Ha sido fuente de inspiración para muchos pintores surrealistas, que redescubrieron su juego visual y originalidad, La obra de Arcimboldo cayó en el olvido y el desprecio hasta principios del siglo XX, cuando los surrealistas como Salvador Dalí lo redescubrieron e imitaron como un artista imaginativo y revolucionario para su época.
Siglo XVII
Juan van der Hamen (Madrid, 1596-1631). Pintor español, excelente retratista que también tuvo ocasión de llevar a cabo encargos de carácter religioso, como lo prueban sus telas para el monasterio de la Encarnación de Madrid, inmersas en el llamado naturalismo tenebrista. Pero fueron los bodegones y las pinturas de flores las obras que le reportaron fama y un amplio mercado. Pintó para Felipe IV y para el cardenal-infante don Fernando y Diego Mesía y Guzmán, marqués de Leganés; también poseyó bodegones de su mano; pero la obra de Van der Hamen llegó sobre todo a pequeños funcionarios de la corte, quienes pudieron encontrar en ella un buen remedo de los excelentes bodegones flamencos que atesoraban los grandes coleccionistas de la nobleza española.

Juan van der Hamen y León - Florero y bodegón con perro, h. 1625, óleo sobre lienzo, 228,5 x 100,5 cm. Museo Nacional del Prado

Juan van der Hamen y León - Bodegón con dulces y recipientes de cristal, 1622, óleo sobre lienzo, 52 x 88 cm. Museo Nacional del Prado

Juan van der Hamen y León - Bodegón con alcachofas, flores, y recipientes de vidrio, 1627, óleo sobre lienzo, 81 x 110 cm. Museo Nacional del Prado. Fue el principal pintor de naturalezas muertas que trabajó en la Corte en las primeras décadas de siglo XVIII. El Museo ya contaba con una buena representación de obras suyas, pero su Bodegón con alcachofas, flores y recipientes de vidrio (cat. p-7907), firmado en 1627, es una obra maestra del género.

Juan van der Hamen y León - Cesta y caja con dulces, 1622, óleo sobre lienzo, 84 x 105 cm. Museo Nacional del Prado. Juan van der Hamen, descendiente de una familia de origen flamenco, fue el pintor de bodegones más importante de la Corte durante los comienzos del reinado de Felipe IV. El Prado cuenta con varias obras de altísima calidad.

Juan van der Hamen y León - Bodegón de frutas y hortalizas. 1625. Lienzo, 56 cm x 110 cm. Museo Nacional del Prado. Procedencia: Museo de la Trinidad
Sobre un poyete o alacena se sitúa una cesta con albaricoques y ciruelas, con una calabaza a un lado y al otro un grupo de brevas. La simetría de la composición, la iluminación tenebrista, la minuciosa ejecución y la segura captación del espacio enlazan con la tradición de bodegones sobrios y sencillos de Sánchez Cotán o Zurbarán, creadores de este tipo de obra y paradigma del género en España. La humildad de los elementos representados es excepcional en la producción de Hamen, comparado con otros bodegones mucho más exuberantes.

Tomás Yepes (o Hiepes) - Frutero de Delft y dos floreros. 1642. Óleo sobre lienzo, 67 x 96 cm. Museo Nacional del Prado. Procedencia: Adquisición Colección Rosendo Naseiro, 2006
Este lienzo y el P7910 son las obras firmadas más tempranas que se conocen de Tomás Hiepes, el principal punto de referencia del bodegón levantino durante el siglo XVII. Muestran muchas de las características que le otorgan una personalidad diferenciada en el contexto de la naturaleza muerta española de la época: el gusto por la simetría, el uso de vistosos y ostentosos recipientes de cerámica, y el empleo de una escritura pictórica muy minuciosa que hace que cada fruta, cada recipiente o cada flor tengan una presencia individualizada y muy precisa. A todo ello se suma una gran monumentalidad, que logra el pintor utilizando un punto de vista alto y colocando a los objetos en un plano muy próximo, lo que hace que llenen con su presencia casi toda la superficie del lienzo.

Tomás Yepes (o Hiepes) - Paisaje con una vid. Siglo XVII. Óleo sobre lienzo, 67 x 90 cm. Museo Nacional del Prado.
Una de las cosas que distinguen el catálogo de Tomás Hiepes, es su versatilidad temática y la variedad de soluciones formales a través de las cuales explotó las posibilidades del género del bodegón. Prueba de ello es este cuadro, en el que recurrió a uno de los temas más frecuentes de los inicios de la pintura de naturaleza muerta en España: las uvas. Pero en vez de representar los racimos aislados o en un interior, los muestra en el campo, colgados de la vid a la que pertenecen. La maestría con la que están pintadas las uvas, y la jugosidad que transmiten, corroboran los elogios que dedicó en el siglo XVIII Marcos Antonio de Orellana a “un canasto lleno de uvas, cuyos granos diáfanos, y transparentes, con sus pámpanos, pudieran engañar a las aves”. En esta obra, Hiepes ha abandonado la pincelada minuciosa y precisa de sus cuadros más tempranos, y ha utilizado una factura más suelta y rápida, propia de etapas más avanzadas.

Tomás Yepes (o Hiepes) - Florero con cuadriga vista de perfil. 1643. Óleo sobre lienzo, 115 x 86 cm. Museo Nacional del Prado. Procedencia: Adquisición Colección Rosendo Naseiro, 2006
La pintura de flores se convirtió pronto en un subgénero de la naturaleza muerta en el que se especializaron varios artistas españoles. Hiepes lo cultivó con asiduidad a lo largo de toda su carrera, y se especializó en floreros como éste y su pareja (P7912), que no se parecen a los de ningún otro pintor español. Son obras de tamaño muy notable, en las que prima la monumentalidad y la simetría y en las que, en vez de buscar un efecto de conjunto, el artista ha tratado que cada una de las flores tenga una presencia muy precisa, lo que convierte cada uno de estos cuadros en un muestrario de especies vegetales. Como es habitual en sus obras, juega con el contraste entre la belleza natural y la de los objetos manufacturados, haciendo que el recipiente que contiene tal despliegue floral sea un sofisticado jarrón de porcelana con apliques de bronce, adornado con una profusa decoración figurativa.

Tomás Yepes (o Hiepes) - Dulces y frutos secos sobre una mesa. Cronología: Primer tercio del siglo XVII. Óleo sobre lienzo, 66 cm x 95 cm. Museo Nacional del Prado. Procedencia: Adquisición Colección Rosendo Naseiro, 2006
La presencia del escudo de Valencia en uno de los barquillos y el turrón que aparece sobre el plato de plata sugieren un origen levantino para esta composición temprana de Hiepes. Los bodegones de dulces ya habían sido popularizados en Madrid por Juan van der Hamen; pero en el interés del pintor valenciano por este tema no hay que ver sólo el deseo de explotar una temática apreciada por la clientela. Enlaza también con algunos aspectos de la biografía del pintor, pues su hermana Vicenta era propietaria de una confitería en la ciudad.

Juan Fernández, el Labrador - Bodegón con cuatro racimos de uvas, siglo XVII, óleo sobre lienzo, 45 x 61 cm. Madrid, Museo del Prado.
Juan Fernández, el Labrador (activo en Madrid en la primera mitad del siglo XVII). Pintor español. Las referencias contemporáneas lo dotan de una especial singularidad al referir su alejamiento de la corte, a la que acude tan solo para vender sus cuadros -especialmente durante la Semana Santa-, como si se tratase de una decisión personal por la que el artista prefiere vivir cerca de la naturaleza que refleja en sus bodegones.

Juan Fernández, el Labrador - Bodegón con dos racimos de uvas. Segundo tercio del siglo XVII. Óleo sobre lienzo, 29x 38 cm. Madrid, Museo del Prado. Procedencia: Adquisición Colección Rosendo Naseiro, 2006
El sobrenombre “el Labrador” lo adquirió Juan Fernández debido a que vivía en el campo, donde se especializó en cuadros que representaban frutos. Su calidad hizo que fueran apreciados en las cortes inglesa y española, y que el nombre del pintor haya sido mencionado con admiración por los primeros historiadores de la pintura española. Entre esos frutos, desarrollo un especial interés por la descripción de racimos de uvas, que construye con una técnica claroscurista, destacándolos sobre un fondo oscuro y utilizando las luces y las sombras para modelar los volúmenes y crear un poderoso efecto de ilusión y de realidad. A través de esa técnica alcanza una gran capacidad individualizadora, que le permite no sólo precisar las distintas variedades a las que pertenecen las uvas, sino también su diferente estado de maduración.

Juan Fernández, el Labrador - Cuatro racimos de uvas colgando. Hacia 1630. Óleo sobre lienzo, 45 x 61 cm. Madrid, Museo Nacional del Prado.
Tiene varios cuadros con racimos de uvas, una temática que 'el Labrador' se especializó, disponiendo los racimos en parejas o grupos en diferentes posiciones, logrando una sugerente vistosidad. La calidad de sus obras hizo que fueran apreciados en las cortes inglesa y española, y que el nombre del pintor haya sido mencionado con admiración por los primeros historiadores de la pintura española. Entre esos frutos, desarrollo un especial interés por la descripción de racimos de uvas, que construye con una técnica claroscurista, destacándolos sobre un fondo oscuro y utilizando las luces y las sombras para modelar los volúmenes y crear un poderoso efecto de ilusión y de realidad. A través de esa técnica alcanza una gran capacidad individualizadora, que le permite no sólo precisar las distintas variedades a las que pertenecen las uvas, sino también su diferente estado de maduración.

Juan Fernández, el Labrador - Florero. Hacia 1635-36. Óleo sobre lienzo, 44 x 34 cm. Madrid, Museo Nacional del Prado. Procedencia: Adquisición, 1946
Juan Fernández fue uno de los pintores de bodegones más conocidos del siglo XVII. Fue una figura poco convencional para su época por ser un artista que vivía en el campo y trabajaba la tierra, lo que le valió el apodo de El Labrador.El artista ha pintado las flores bajo una potente iluminación sobre un fondo oscuro lo que hace que el color rosa quede casi desvaído en los puntos de luz.La flores se colocan en muy distintas posiciones, incluso totalmente vueltas, para proporcionar un mejor conocimiento de sus características. Aparecen en un modesto jarrón de barro, en una deliberada referencia al mundo rústico en el que vivía y que tanto intrigaba y deleitaba a sus coleccionistas.La relativa escasez de flores de este bodegón puede ser explicada, en parte, por el hecho de que, originalmente este motivo formaba parte de una composición más grande. Tal como conocemos el cuadro, es un fragmento de otro de mayor formato que fue recortado en el pasado por motivos desconocidos.
La serie de 'Los Sentidos' que conserva el Museo del Prado es uno de los mayores logros estéticos de la colaboración artística entre Pedro Pablo Rubens, que realizó las figuras alegóricas de cada uno de los sentidos, y Jan Brueghel el Viejo, que representó los exuberantes escenarios cortesanos. Artes plásticas, música, caza, naturaleza y armas, aparecen exhibidos en escenas que transmiten la riqueza y sofisticación de la corte de los archiduques Alberto e Isabel Clara Eugenia, retratados en la escena de La Vista, y cuyos palacios se aprecian en la lejanía. En El Olfato (P01396), vemos referencias al coleccionismo de flores y plantas, que era parte de la cultura cortesana de la época, y también a otros objetos perfumados muy del gusto de la nobleza, como los guantes de ámbar. En El Tacto (P01398) las armaduras reflejan el interés por el coleccionismo de armaduras en los inicios del siglo XVII, mientras que en La Vista (P01394) el protagonismo es para el coleccionismo de pintura y otros objetos. El edificio que se ve al fondo de este cuadro es el Castillo de Coudenberg, sede principal de la corte de los Archiduques. La opulencia del bodegón que se ve en el primer plano de El Gusto (P01397), y la frondosidad del paisaje exterior, aluden a la abundancia de los Países Bajos. La serie pasó por las manos de varios nobles y aficionados al arte de la pintura antes de ser entregada a Felipe IV. En 1636 colgaba ya de las paredes del Alcázar de Madrid.

La Vista - Autores: Pedro Pablo Rubens y Jan Brueghel el Viejo. 1617. Óleo sobre tabla, 64,7 x 109,5 cm. Museo Nacional del Prado

El Oído - Autores: Pedro Pablo Rubens y Jan Brueghel el Viejo. 1617-18. Materia: Acero. Óleo sobre tabla, 64 x 109,5 cm. Museo Nacional del Prado

El Olfato - Autores: Pedro Pablo Rubens y Jan Brueghel el Viejo. 1617. Óleo sobre tabla, 65 x 111 cm. Museo Nacional del Prado

El Tacto - Autores: Pedro Pablo Rubens y Jan Brueghel el Viejo. 1617. Óleo sobre tabla, 64 x 111 cm. Museo Nacional del Prado

El Gusto - Autores: Pedro Pablo Rubens y Jan Brueghel el Viejo. 1617. Óleo sobre tabla, 64 x 109 cm. Museo Nacional del Prado
Aunque la pintura de bodegón italiana en el siglo XVII estaba ganando en popularidad, permaneció históricamente menos respetada que la pintura de «gran estilo» de temas históricos, religiosos y míticos. Destacados académicos de principios de los años 1600, como Andrea Sacchi, sentía que la escena de género y el bodegón no portaban la gravitas que hace que la pintura sea considerada grande. Por otro lado, exitosos artistas de bodegón italianos encontraron amplio mecenazgo en su tiempo. Más aún, las pintoras, siendo pocas, normalmente elegían o se veían constreñidas a pintar temas como el bodegón, como ocurría, por ejemplo con Giovanna Garzoni, Laura Bernasconi y Fede Galizia.

Abraham van Beyeren - Bodegón de banquete. 1667. Óleo sobre lienzo, 141 × 121.9 cm. Los Angeles County Museum of Art. USA
Muchos artistas italianos destacados en otros géneros, también produjeron algunos cuadros de bodegones. En particular, Caravaggio (1573-1610) fue uno de los primeros artistas que representó naturalezas muertas con conciencia de obra pictórica. Aplicó su influyente forma de naturalismo al bodegón. Su Cesto con frutas (h. 1595-1600) es uno de los primeros ejemplos de bodegón puro, presentado con precisión y ubicado a la altura del ojo. Aunque no abiertamente simbólica, esta pintura era propiedad del cardenal Borromeo y pudo haber sido apreciada tanto por razones estéticas como religiosas.
Jan Brueghel el Viejo pintó su Gran buqué milanés (1606) también para el cardenal, señalando que la pintura era «fatta tutti del natturel»' (hecha entera del natural) y aumentó el precio por el esfuerzo extra. Eran unos bodegones más en la colección del cardenal, junto con su amplia colección de curiosidades. Entre otros bodegones italianos, La cocinera, de Bernardo Strozzi, es una «escena de cocina» a la manera holandesa, que es por un lado un detallado retrato de una cocinera, y por otro, la representación de las aves de caza que está preparando. En una manera semejante, uno de los escasos bodegones de Rembrandt, Muchacha con pavos reales muertos combina de igual manera un simpático retrato femenino con imágenes de aves de caza.

Willem Claesz Heda - Bodegón con vaso de plata y reloj, 1635, óleo sobre tabla, 52 x 73,8 cm. Museo Nacional del Prado

Willem Claesz Heda - Bodegón con vaso de plata y reloj. 1633. Óleo sobre tabla, 52 cm x 74 cm. Museo Nacional del Prado

Willem Claesz Heda - Bodegón con jarra de cerveza y naranja. 1633. Óleo sobre tabla, 54 cm x 71 cm. Museo Nacional del Prado
Este género fue muy cultivado en la pintura holandesa del siglo XVII, como puede verse, por ejemplo, en la Naturaleza muerta de Willem Heda (1637). El bodegón se independizó en el nuevo clima artístico de los Países Bajos, con el nombre de stilleven («naturaleza tranquila»), mientras que en las lenguas romances, y en ruso, se prefieren términos relacionados con la «naturaleza muerta». Mientras los artistas encontraban oportunidad limitada para producir la iconografía religiosa que durante mucho tiempo había sido su principal industria, ya que las imágenes de temas religiosos estaban prohibidas en la iglesia protestante reformada holandesa, la tradición septentrional de realismo detallado y símbolos ocultos atraían a las crecientes clases medias holandesas, que estaban reemplazando a la iglesia y el estado como los principales mecenas del arte en los Países Bajos.

Jerónimo Jacinto Espinosa - Vendedores de frutas. Hacia 1650. Óleo sobre lienzo, 79,5 x 123 cm. Museo Nacional del Prado. Aunque este pintor valenciano, se dedicó a la pintura religiosa, en esta obra reprenta a la perfección una escena de mercado.

Gabriel de la Corte - Mascarón con rosas y tulipanes. Museo Nacional del Prado.

José Ferrer - Bodegón de uvas y granadas, 1781. Óleo sobre tabla, 39 x 51 cm. Museo Nacional del Prado.

Pedro de Medina Valbuena - Bodegón con manzanas, nueces y caña de azúcar. 1645. Óleo sobre lienzo, 43 cm x 60 cm, Museo Nacional del Prado.

Pedro de Camprobín - Cesto con melocotones y ciruelas. 1654. Óleo sobre lienzo, 36 cm x 46 cm. Museo Nacional del Prado.

Juan de Arellano - Guirnalda de flores. 1652. Óleo sobre lienzo, 58 x 73 cm. Museo Nacional del Prado.

Bartolomé Pérez de la Dehesa - Guirnalda con San Francisco Javier. 1675-80. Óleo sobre lienzo, 95 x 73 cm. Museo Nacional del Prado
Miguel March - Milano atacando un gallinero. Cronología: Segunda mitad del siglo XVII. Lienzo, 113,5 cm x 136,5 cm. Museo Nacional del Prado. Procedencia: Adquisición Colección Rosendo Naseiro, 2006
Aunque se dedicó sobre todo a obras religiosas, el valenciano Miguel March (1633-1670) también cultivó la pintura de género, a la que pertenece este cuadro que es obra importante para la historia intelectual? de la naturaleza muerta en España.Unos versos firmados por el autor del cuadro nos aclaran que, como sucedía con toda la pintura de bodegones, el pintor ha jugado a tensar los límites entre la realidad y su representación, y a convertir lo fingido en una nueva realidad.
Un subgénero, dentro del bodegón, es el bodegón floral, que representa floreros y guirnaldas, género que contó también con especialistas, como Mario Nuzzi o Margarita Caffi en Italia, y en España, Pedro de Camprobín, Pedro de Medina Valbuena, Gabriel de la Corte, José Ferrer, Juan de Arellano y su yerno Bartolomé Pérez de la Dehesa, entre otros.

Puerta de Goya. Museo Nacional del Prado. Madrid.