Continuando con la presentación de mis pintores favoritos... Este trabajo recopilatorio está dedicado a Bartolomé Esteban Murillo, para mí uno de los más grandes de la pintura española, qué como los grandes maestros, marcó un estilo muy personal pintando sus figuras con mucha dulzura y un colorido suave y particular, debido a su profunda espiritualidad, especialmente a la Virgen.
Se ha dicho de Murillo que es el pintor de la Inmaculada Concepción, misterio por el que los contemporáneos del artista sintieron especial devoción. Sólo en el Museo del Prado hay cuatro. Y hasta en San Petersburgo (Rusia) se encuentra otra de ellas.
Sus obras más numerosas e importantes son las religiosas, y, entre las de género y retrato destacan las de los niños y ángeles, tiernas, dulces y casi irreales. Se calcula el número de sus pinturas autenticas en más de
cuatrocientas cincuenta obras.
Bartolomé Esteban Murillo. Sevilla. España. (1618-1682)
Nacido el 31 de diciembre de 1617 en Sevilla, cultivador de una temática preferentemente religiosa. A partir de sus primeras obras, representaciones de la Virgen María o la Sagrada Familia, evolucionó hacia un tratamiento de los temas en un tono más humano y sencillo, dentro de interiores cotidianos, en los que introduce pequeños detalles y escenas de la vida doméstica.
Ejecutó lienzos de altar para conventos e iglesias de diversas órdenes monásticas en Sevilla. Sus personajes se caracterizan por una gran dulzura, acentuada por una pincelada suave y fácil y una luz dorada que los envuelve. Como pintor de escenas de género, plasmó con gran maestría y emotividad el mundo de la novela picaresca de la época.
Medallón dedicado al pintor Bartolomé Esteban Murillo en la fachada del Museo del Prado. Madrid
La caída de Murillo:
estaba pintando el retablo de los Capuchinos de Cádiz, obra de grandes dimensiones para la cual requería de un andamio para ejecutar las partes superiores. Estando el pintor subido a dicho andamio, tropezó y cayó, lo que provocó que se le saliesen los intestinos como consecuencia de una hernia anterior que padecía. Esto, al parecer, le llevó a la muerte, pero no en el acto, ya que Murillo, aunque maltrecho, sobrevivió unos meses más.
Retablo Mayor del convento de los Capuchinos, Sevilla. Museo de Bellas Artes de Sevilla. Todas las pinturas son de Murillo.
El 3 de abril de 1682 Bartolomé Esteban Murillo dijo adiós a la vida, de la que se despedía ya muy falto de fuerzas. Su última voluntad fue que se le enterrase en su parroquia de Santa Cruz y que se le dijeran misas en dicha iglesia y en la del Convento de la Merced. A penas terminar de dictar su testamento le faltaron fuerzas para seguir hablando y murió breves instantes después.
Al día siguiente, el 4 de abril, fue enterrado tal y como él había pedido. Esta iglesia, la de Santa Cruz, desapareció durante la ocupación francesa en Sevilla, y su solar lo ocupa actualmente la plaza de Santa Cruz, en cuyo subsuelo y en lugar ignorado reposan los restos del gran pintor sevillano, uno de los grandes maestros que la pintura ha dado a nuestro país.
Catedral de Sevilla, Sala capitular, con la Inmaculada y cuatro de los ocho representaciones de santos, obras de Murillo.
Espero que éste trabajo que he realizado con mucho entusiasmo, dedicado a uno de mis pintores favoritos, sea apreciado por los amantes del arte que frecuentan esta sección del foro de xerbar.
Algunas obras de Murillo
Murillo en el Museo del Prado
Monumento a Murillo. Museo del Prado.
La Inmaculada Concepción de los Venerables/Soult. Bartolomé Esteban Murillo. Óleo sobre tela, 274 x 190 cm., h. 1678. Museo Nacional del Prado. La Inmaculada Concepción de los Venerables/Soult. Autor de numerosas Inmaculadas, en los últimos años de su vida Murillo crea una fórmula ideal en la que aparece la Virgen vestida de blanco y azul, con las manos cruzadas sobre el pecho, pisando la luna y con la mirada dirigida al cielo, con un claro impulso ascensional, muy barroco, que coloca a la figura de María en el espacio empíreo habitado de luz, nubes y ángeles, y que sirve para aunar dos tradiciones iconográficas: la de la Inmaculada propiamente dicha y la de la Asunción.
La pincelada suelta y enérgica, la composición helicoidal, el uso de la luz y la sensación de movimiento que emana de la obra, hacen de ella un extraordinario ejemplo del arte barroco.
Encargada por Justino de Neve (1625-1685) para el Hospital de los Venerables Sacerdotes de Sevilla, fue llevada en 1813 a Francia durante la Guerra de la Independencia por el mariscal Soult y, tras exponerse durante casi un siglo en el Museo del Louvre, en 1941 ingresa en el Museo del Prado.
Inmaculada Concepción de El Escorial. Bartolomé Esteban Murillo, hacia 1660-1665, óleo sobre lienzo, 206 x 144 cm, Madrid, Museo del Prado.
El sueño del patricio. Bartolomé Esteban Murillo. 1662-65. Óleo sobre tela, 232 x 522 cm. Museo Nacional del Prado. Conjunto pictórico que representa el origen milagroso de la fundación de Santa Maria Maggiore de Roma. Fueron encargados para la iglesia sevillana de Santa María la Blanca, remodelada en los años posteriores a 1660 y concebidos como programa de exaltación mariana que desarrolló la bula papal de 1661 sobre el misterio de la Inmaculada Concepción.
El sueño del patricio Juan muestra la aparición de la Virgen al patricio y a su esposa mientras duermen, momento en el que María les encomendó que levantasen una gran iglesia bajo su advocación en el monte Esquilino con la planta diseñada por una milagrosa nevada.
El patricio revelando su sueño al Papa Liberio. Bartolomé Esteban Murillo. 1662-65. Óleo sobre tela, 232 x 522 cm. Museo Nacional del Prado. Conjunto pictórico que representa el origen milagroso de la fundación de Santa Maria Maggiore de Roma. Fueron encargados para la iglesia sevillana de Santa María la Blanca, remodelada en los años posteriores a 1660 y concebidos como programa de exaltación mariana que desarrolló la bula papal de 1661 sobre el misterio de la Inmaculada Concepción.
El patricio revela su sueño al Papa ilustra la visita del matrimonio al papa Liberio, quien había tenido una aparición parecida, para contarle su sueño. Al fondo, el cortejo se dirige hacia el lugar indicado, donde la Virgen, con el Niño en sus brazos, preside el milagro de la nevada.
Ambos lienzos (El sueño del patricio y El patricio revelando su sueño al Papa Liberio) se cuentan entre los más importantes de la producción de Murillo, tanto por su tamaño como por su ambición compositiva y la magistral manera en que está resuelta la narración pictórica. Fueron llevados a Francia por el mariscal Soult con destino al Museo Napoleón. En 1816 son devueltas a España y depositadas en la Real Academia de San Fernando, pasando posteriormente al Museo Nacional del Prado.
El martirio de San Andrés. Bartolomé Esteban Murillo. 1675 - 1682. Óleo sobre lienzo, 123 cm x 162 cmuseo Nacional del Prado. Procedencia: Colección Real (Palacio de Aranjuez, Madrid, pieza de vestir la reina, 1818, nº 419).
Obra de su última etapa, en la que cultiva un estilo que ha sido calificado como "vaporoso", en el que las figuras pierden nitidez de contornos gracias a la utilización de una luz y un color que unifican todo. Esta suavidad en el tratamiento de la materia pictórica no resta contundencia expresiva a las formas, y no impide que Murillo transmita una gran carga expresiva a una de las pocas escenas de contenido dramático que realizó. Tanto el tono general de la composición como muchos de sus detalles revelan el conocimiento de los cuadros y estampas de Rubens, y especialmente del Martirio de San Andrés del Hospital de San Andrés de los Flamencos de Madrid.
El buen pastor. Bartolomé Esteban Murillo. 1660. Óleo sobre lienzo. 123 x 101,7 cm. Museo Nacional del Prado. Procedencia: Colección Real (adquirido por el cardenal Gaspar de Molina y Oviedo, Sevilla; adquirido por Isabel de Farnesio, Madrid, 1744; colección Isabel Farnesio, Palacio de la Granja de San Ildefonso, Segovia, 1746, nº 831; La Granja, sala de la princesa, 1766, nº 831; Palacio de Aranjuez, Madrid, pieza de dormir los Reyes, 1794, nº 831).
Murillo es uno de los grandes pintores de temas infantiles, tanto por sus famosas escenas costumbristas protagonizadas por niños como por sus representaciones religiosas. En esta obra aparece el Niño Jesús en la parábola bíblica del buen pastor que apacienta y cuida de sus ovejas. Se trata de un tipo de imágenes de gran éxito entre la sociedad sevillana de la época, y cuya eficacia devocional se ha mantenido intacta a través de los siglos. En ellas se conjuga un estilo sabio y delicado con un contenido amable y dulce.Originariamente era algo más pequeño, pero fue ampliado antes de 1746 para que formara pareja con San Juan Bautista niño (P00963).La flor de lis indica la pertenencia a la colección de Isabel de Farnesio, gran coleccionista de la obra de Murillo.Procede
de la Colección Real.
Los niños de la Concha. Bartolomé Esteban Murillo. Hacia 1670. Óleo sobre lienzo, 104 cm x 124 cm. Museo del Prado. Ingresó en las Colecciones Reales a través de la reina Isabel de Farnesio, gran coleccionista de la obra de Murillo. El Niño Jesús da de beber con una concha a su primo Juan, identificado por la Cruz y el Cordero. En el cielo, en un rompimiento de Gloria, unos ángeles niños presencian la escena, sacralizando el hecho. En la filacteria la frase “Ecce Agnus Dei”, palabras de San Juan Bautista que aluden a la condición de Cristo como Cordero de Dios.
Murillo juega con el encanto de los temas infantiles tan habituales en él, pero al tiempo, introduce una prefiguración del Bautismo de Cristo por parte de Juan a orillas del río Jordán. La composición procede de una estampa del pintor boloñés Guido Reni, a su vez inspirada en Annibale Carracci.
Sagrada Familia del pajarito. Bartolomé Esteban Murillo, hacia 1649-1650, óleo sobre lienzo, 144 x 188 cm., Madrid, Museo del Prado. Con un tratamiento de la luz y un estudio de los objetos inanimados todavía zurbaranescos, Murillo crea un ambiente intimista de apacible cotidianidad que será el característico de su pintura, abordando el hecho religioso, en el que la figura de San José cobra especial protagonismo, con los recursos propios del naturalismo y una personal y humanísima visión.
Virgen de la Servilleta. Bartolomé Esteban Murillo. 1664-66. Óleo sobre lienzo, 68 x 72 cm. Museo del Prado. Madrid. Existen dos tradiciones recogidas por O´Neill en 1883 relacionadas con el título de esta obra, una de las más populares de Murillo. La primera de ellas hace referencia a que el pintor solía desayunar en el Convento de los Capuchinos tras oír misa. Un día, tras el cumplido desayuno, los frailes se apercibieron que faltaba una servilleta que días más tarde fue devuelta por Murillo tras pintar una Virgen con un Niño. La segunda versión narra como un devoto fraile solicitó al pintor una Virgen con Niño de pequeño formato para concentrase en sus oraciones. Murillo le respondió afirmativamente pero le solicitó la tela necesaria para su ejecución. El fraile le entregó la servilleta y el pintor la realizó sobre ella. Ambas leyendas son falsas ya que el soporte sobre el que está realizada la obra es lienzo, no tela de mantel. La Virgen con el Niño forma parte de la decoración del retablo mayor del Convento de los Capuchinos de Sevilla, ubicándose concretamente en la portezuela del tabernáculo. Murillo ha sabido captar a la perfección en ambos personajes la ternura y la afectividad. El Niño se inclina hacia el espectador, dirigiendo sus grandes ojos hacia nosotros, lo que motivó la popularidad del lienzo entre los sevillanos. La obra está realizada con una pincelada rápida y certera, rodando a ambos personajes de una sensación atmosférica que diluye sus contornos y crea un efecto de espiritualidad. Los vivos colores y la delicadeza de las carnaciones recuerdan a Rafael mientras que las atmósferas serán tomadas de Velázquez o Rubens, dos pintores importantes para Murillo tras su viaje a Madrid, sin dejar de lado a Tiziano y Van Dyck.
Virgen del Rosario. Bartolomé Esteban Murillo. 1650/55. Óleo sobre lienzo, 164 x 110 cm. Museo del Prado. La devota sociedad española del Barroco solicitará a los pintores un importante número de imágenes de la Virgen María debido a que los protestantes estaban cuestionando muchos dogmas relacionados con ella, como la virginidad o haber sido concebida sin pecado original. Esto provocó una inmensa devoción mariana en nuestro país, paladín del catolicismo, frente a la impiedad de los protestantes, según los contemporáneos de Murillo. Por lo tanto, el pintor aprovechó la enorme demanda de obras marianas para crear iconografías personales. Una de ellas es la Virgen del Rosario, donde aparece María sentada con el niño en brazos, sosteniendo el rosario con la mano derecha. Ambas figuras están recortadas sobre un fondo neutro para dar un mayor efecto volumétrico, acentuado al llevar las piernas a un lateral del cuadro. A pesar de estar juntos apenas se relacionan entre sí, ya que miran hacia el espectador; sólo sus mutuos abrazos les ponen en contacto, omitiendo los juegos de miradas entre madre e hijo tan característicos de Rafael. Los tonos que emplea son bastante oscuros aunque intenta alegrar la gama cromática con el rojo y el azul, símbolos de martirio y eternidad respectivamente. Bien es cierto que María no fue martirizada, pero sufrió el martirio de su hijo siendo considerada, pues, mártir psicológica. La pincelada empleada por el artista es algo más suelta que en la Sagrada Familia del Pajarito y anticipa el efecto vaporoso que pronto le convertirá en el primer pincel de Sevilla.
La Anunciación. Bartolomé Esteban Murillo. Hacia 1660. Óleo sobre lienzo. 125 x 103 cm. Museo del Prado. Escena del Nuevo Testamento (Lucas 1, 26-38) que narra la Anunciación del Arcángel San Gabriel a la Virgen y la aceptación de María de convertirse en la madre Dios por medio de la intercesión del Espíritu Santo. La Virgen aparece acompañada de tres de sus atributos tradicionales, el costurero y el libro, símbolos de su laboriosidad y devoción, y las azucenas, símbolo de su pureza.
Cuadro de carácter devocional, esta obra forma parte de un tipo de pintura sencilla y llena de ternura que gozó de gran éxito entre la sociedad sevillana tras la epidemia de peste de 1649.
Este lienzo fue adquirido en Sevilla en 1729-33 por la reina Isabel de Farnesio, citándose en el inventario de 1746 del Palacio de la Granja y en el inventario de 1794 del Palacio de Aranjuez, ambos en Madrid.
La conversión de San Pablo. Bartolomé Esteban Murillo. 1675 - 1682. Óleo sobre lienzo, 125 cm x 169 cm. Museo del Prado. Narra el momento en que San Pablo cae del caballo y oye la pregunta de Cristo "¿Por qué me persigues?", lo que provoca su conversión. La escena posee un sentido muy dinámico y utiliza el color, la luz y las masas de una manera muy barroca, en la que se juega con el contraste entre el espacio casi vacío ocupado por la luz y Cristo, y el abigarrado grupo de San Pablo y sus acompañantes ante un fondo tenebroso.Se considera compañero del Martirio de San Andrés (P00982) debido a sus similitudes en cuanto a caracteres estilísticos y formato.
San Jerónimo. Bartolomé Esteban Murillo. Hacia 1650-52.Óleo sobre lienzo, 187 x 133 cm. Museo del Prado.
San Jerónimo medita ante un crucifijo en la soledad de su retiro. A su alrededor se despliega una amplia variedad de objetos que hacen alusión a diferentes facetas de su vida. Los libros, papeles y recados de escribir remiten a su gran actividad intelectual; la calavera a sus penitencias y el sombrero encarnado a su dignidad cardenalicia. Este lastimero pero conmovedor San Jerónimo penitente se constituye en la obra maestra que mejor representa la admiración y regocijo del joven Murillo a los pinceles del gran pintor José de Ribera. En efecto, la autoría de esta obra ha sido tradicionalmente muy discutida por la crítica especializada, a la vista de la portentosa ejecución en detalles tan excelsos como el tratamiento de la naturaleza muerta -los libros, el crucifijo, la pluma, la calavera-, el rostro arrugado y las manos curtidas del santo. Asimismo, está íntimamente relacionada con las representaciones de santos penitentes de Ribera, y en concreto con el San Pedro arrepentido de la Colegiata de Osuna, que Murillo muy probablemente pudo haber visto. Curtis en 1883 fue el primero en atribuir el San Jerónimo a Murillo, adscribiéndolo a su segunda manera; luego Mayer hará lo mismo entre 1936 y 1940, admitiendo la influencia de Ribera; finalmente lo hará Angulo, en 1981, con ciertas reservas.
De cuerpo entero, Murillo presenta la figura de San Jerónimo arrodillado, en actitud de recogimiento, con las manos juntas mientras contempla el crucifijo que yace sobre un roquedo. El ambiente lúgubre y tenebrista del cobijo, ayudado por un potente haz de luz procedente del exterior del cuadro, hacen la figura más potente y escultural. La intensidad del rostro del santo, concentrado en oración, y los objetos de escritorio, desparramados en dos niveles, evidencian la capacidad del artista para pintar al natural. Al fondo, en la embocadura de la gruta, se puede adivinar un sobrio celaje, desprovisto de todo exorno paisajístico que pueda distraer nuestra atención. Hoy en día, despejadas las dudas sobre su atribución, se puede reafirmar con palabras de Pérez Sánchez que este San Jerónimo es un auténtico homenaje del pintor sevillano al mejor arte del "spagnoletto". Como ejemplo de otra de las fuentes visuales de Murillo para esta obra, cabe señalar la cercana dependencia que hay entre la figura de San Jerónimo y la estampa del mismo asunto del pintor y grabador genovés Bartolomeo Biscaino (1629-1657), siendo Murillo aficionado a transmitir ese espíritu amable y delicado que le proporcionaban ciertas estampas italianas y flamencas, lejos de ese otro pietismo, frío y distante, visto en los santos ermitaños de Ribera.
Este San Jerónimo podría ser el que Ceán menciona en su "Diccionario histórico" al referirse a los dos cuadros comprados por Carlos IV en Sevilla, y que más tarde aparecen documentados en el inventario del Palacio Real de 1814. Nada sabemos sobre su procedencia anterior, aunque no sería descabellado pensar que, en su origen, formara parte junto a una de las Magdalenas penitentes u otro santo en esa misma actitud, práctica harto frecuente en este momento. (JL. R. BL: en Catálogo de la Exposición "El joven Murillo", 2010).
La adoración de los pastores. Bartolomé Esteban Murillo. Hacia 1657. Óleo sobre lienzo, 187 cm x 228 cm. Museo del Prado
Caballero de Golilla. Bartolomé Esteban Murillo. 1670. Óleo sobre lienzo. 198 x 127 cm. Museo del Prado.
Algunos especialistas consideran que este retrato podría ser el último pintado por Murillo. Desconocemos quién es el retratado, apuntándose a que fuera un secretario de Felipe IV llamado "El Judío", aunque la hipótesis carece de base documental. El personaje aparece en pie, vistiendo el característico traje negro con medias blancas de la nobleza española. Lleva la espada al cinto y sujeta el sombrero y los guantes con la mano izquierda mientras la diestra la apoya sobre una mesa cubierta con un tapete de terciopelo rojo. La expresividad del personaje es lo mejor del retrato, dirigiendo su penetrante mirada hacia el espectador.
Retrato de Nicolás de Omazur. Bartolomé Esteban Murillo. 1672, óleo sobre lienzo, 83 x 73 cm, Madrid, Museo del Prado.
Aunque Murillo se dedicó, sobre todo, a la pintura religiosa, de su mano salieron varios retratos que representan a destacados miembros de la sociedad sevillana. El protagonista de este cuadro fue un amigo y admirador del pintor que nació en Amberes en torno a 1609 y se había asentado en Sevilla, donde se dedicó al comercio y, en sus ratos libres, a la poesía. También al coleccionismo de arte, como prueba el inventario de los bienes que dejó a su muerte, entre los cuales se incluían varios cuadros de su amigo. Era, pues, un miembro de la destacada colonia de comerciantes extranjeros asentados en Sevilla, que proporcionaron a esta ciudad un dinamismo y un cosmopolitismo infrecuentes en el resto de las poblaciones peninsulares, y que, probablemente, tuvieron cierto peso en la orientación del gusto artístico local. Se trata de una obra recortada por todos sus lados y que, a juzgar por una copia antigua, incluía en origen una inscripción latina y una firma y fecha. La austeridad con que está resuelta la imagen, muy lejana de la exuberancia y riqueza cromática de los cuadros religiosos de su autor, enlaza no sólo con las tradiciones retratísticas españolas sino también con las flamencas. La calavera convierte al cuadro en una vanitas que sirve al espectador para reflexionar sobre lo efímero de las glorias terrenales. Tuvo como compañero un retrato de su mujer con una rosa en la mano, también emblema de la caducidad de la vida. Como en su autorretrato (Londres, National Gallery), Murillo ofrece una imagen nítida y certera en el formidable retrato de su amigo, reduciendo los elementos retóricos de la obra a sólo dos: la calavera con su inscripción, que califican al modelo desde un punto de vista moral e intelectual, y su rostro, de gran viveza, que se convierte en el centro expresivo de toda la pintura (Texto extractado de Portús, J.: Guía de la pintura barroca española, Museo del Prado, 2001, p. 206).
Aparición de la Virgen a San Bernardo. Bartolomé Esteban Murillo, hacia 1655. Museo del Prado.
Rebeca y Elíecer. Murillo. Bartolomé Esteban Murillo. Hacia 1655. Óleo sobre lienzo, 108 cm x 151,5 cm. Museo del Prado.
La descensión de la Virgen para premiar los escritos de San Ildefonso. Bartolomé Esteban Murillo. Museo del Prado.
Visión de San Francisco de Porciúncula. Bartolomé Esteban Murillo, hacia 1670. Museo del Prado.
San Agustín entre Cristo y la Virgen. Bartolomé Esteban Murillo. 1663 - 1664. Óleo sobre lienzo, 274 x 195 cm. Museo del Prado
Cristo en la Cruz. Bartolomé Esteban Murillo. Hacia 1675. Óleo sobre lienzo, 185 x 109 cm. Museo del Prado.
El fondo nublado y tenebroso crea un contexto dramático donde se expone el sacrificio de Cristo en la cruz. La luz modela su cuerpo, y el breve giro de su torso y sus piernas acentúan la sensación de bulto redondo. Es una de las obras donde mejor se aprecia la influencia en Murillo de las estampas y pinturas de Anton van Dyck.
Santa Ana enseñando a leer a la Virgen. Hacia 1655. Bartolomé Esteban Murillo. Óleo sobre lienzo, 219 x 165 cm.Museo del Prado
Representa un tema muy querido por los pintores sevillanos, que alude a un episodio de la niñez de la Virgen transmitido a través de relatos apócrifos, y que da pie a Murillo para incorporar en un mismo espacio pictórico varios niveles de la realidad: por una parte, la realidad histórica trasladable a la vida cotidiana de una madre que ha dejado las labores de costura para enseñar a su hija; por otra, un espacio modelado a base de referencias arquitectónicas como columnas balaustradas que sitúan la escena en un ámbito indeterminado y en absoluto doméstico; en tercer lugar, un espacio alegórico formado por un rompimiento de gloria del que emergen dos ángeles que se disponen a colocar sobre la niña una corona de flores. La gran eficacia del pintor consiste en haber logrado reunir de una forma natural y armónica esos tiempos y espacios tan distintos, para formar, entre todos, una escena verosímil en la que se juega con el atractivo devocional que para una parte importante del público de la época tenían los temas infantiles. Como en muchas otras obras, Murillo prodiga en ésta los detalles que dan fe de su maestría como artista y de su conocimiento perfecto de los guiños estéticos e iconográficos que podían ganarle el entusiasmo de los espectadores. Es el caso de la cesta con la costura que aparece en primer término, y que constituye un magnífico fragmento de naturaleza muerta, o la delicada guirnalda de flores que transportan los ángeles, que debe su origen a tradiciones flamencas interpretadas de una manera muy personal (Texto extractado de Portús, J.: Guía de la pintura barroca española, Museo del Prado, 2001, p. 174).
Santiago apóstol. Bartolomé Esteban Murillo, c. 1655. Óleo sobre lienzo, 134 x 107 cm. Museo del Prado.
Una de las imágenes más monumentales pintadas por Murillo es el Santiago Peregrino o Santiago Apóstol. Su figura solemne y grandiosa sorprende gratamente al espectador del Museo del Prado. El apóstol está representado de frente al espectador, portando en su mano derecha el bordón de peregrino y en la izquierda un libro que alude a las epístolas. Viste una túnica azul y un precioso manto rojo que hace resaltar la figura del fondo neutro. Estos colores forman parte de la iconografía, ya que el azul simboliza la eternidad y el rojo el martirio. Posiblemente formaría parte de un Apostolado, muy popular en la España del Barroco debido a los ejemplos tan importantes que nos han quedado: Rubens, Ribera o El Greco. Habitualmente son figuras aisladas, captadas con el mayor realismo posible, como ocurre en este caso.
Ver obra de Murillo en el Museo del Prado
Pinturas para la iglesia del Hospital de la Caridad de Sevilla
San Juan de Dios (detalle), 1672, Sevilla, iglesia del Hospital de la Caridad. Bartolomé Esteban Murillo
Murillo pintó entre 1666 y 1670 «seis jeroglíficos que explican seis de las obras de Misericordia» para la nueva iglesia que, impulsada por Miguel de Mañara, construía la Hermandad de la Caridad, a la que el pintor había ingresado en 1665. En 1672 entregó otros dos cuadros de altar, los únicos que junto con dos de los jeroglíficos de las obras de misericordia se conservan en su lugar.
Abraham y los tres ángeles, Ottawa, National Gallery. Bartolomé Esteban Murillo
El regreso del hijo pródigo, Washington, National Gallery of Art. Bartolomé Esteban Murillo
La curación del paralítico en la piscina probática, Londres, National Gallery. Bartolomé Esteban Murillo
Santa Isabel de Hungría curando a los tiñosos, hacia 1672. Óleo sobre lienzo, 325 × 245 cm. Iglesia de San Jorge (Hospital de la Caridad), Sevilla. Bartolomé Esteban Murillo
Moisés golpeando la roca de Horeb. 1666-1670, óleo sobre lienzo, 62,8 x 145,1 cm (Hospital de la Caridad), Sevilla. Bartolomé Esteban Murillo
Otras obras
Joven mendigo o El mendigo es una obra de Bartolomé Esteban Murillo adaptada hacia 1650. Se trata de un óleo sobre lienzo que mide 134 cm de alto por 110 de ancho. Se encuentra actualmente en el Museo del Louvre de París, Francia, donde se exhibe con el título de Le Jeune Mendiant. Fue adquirido en 1782 para las colecciones reales de Luis XVI.
El pintor sevillano Murillo es conocido ante todo por su pintura religiosa. Pero, como otros pintores barrocos españoles (Ribera, Velázquez), también realizó obras realistas. Entre ellas están los mendigos o pilluelos, bien en escenas, bien solos. El realismo no le impide presentarlos de forma amable, con la gracia propia de Murillo, sin expresar dolor o miseria. Se ha apuntado la posibilidad de que esta obra fuera un encargo de mercaderes extranjeros en Sevilla, dado el gusto flamenco por las obras de género que reflejan la vida cotidiana. Igualmente, se ha indicado la posibilidad de que se pintara por influencia de los franciscanos, para quien Murillo solía trabajar, y sus teorías sobre la caridad.
La primera de estas representaciones de estos golfillos urbanos es este Joven mendigo del Louvre. Aparece un mendigo vestido con harapos, que se concentra en su ropa apretada entre las manos. Se cree que está despiojándose. Tiene los pies sucios. Puede ser un mendigo o más bien un pícaro de los que aparecen en las novelas el Lazarillo de Tormes (1511) o las Ejemplares de Cervantes (1613).
Por todo acompañamiento, Murillo pinta un cántaro de barro y un cesto con manzanas. En el suelo, restos de camarones u otros crustáceos. Forman un bodegón por sí mismos. Gracias a ellos, demuestra su gran capacidad para pintar diferenciadamente materiales y texturas. Mendigo La escena está iluminada con un fuerte claroscuro propio de la época barroca, de influencia caravagista. La luz proviene de la ventana que queda a la izquierda e incide plenamente en el cuerpo sentado del chico, dejando en penumbra el resto de la estancia.
La composición está dominada por ejes diagonales, lo cual es típicamente barroco. En cuanto al cromatismo, dominan los colores amarillentos y castaños, desde los más claros hasta los oscuros, casi negros.
Niños comiendo melón y uvas o Dos niños comiendo melón y uvas. Bartolomé Esteban Murillo. Hacia 1650. Óleo sobre lienzo, 145,6 × 103,6 cm. Neue Pinakothek, Munich. Alemania.
Murillo se convertirá en uno de los principales pintores infantiles del Barroco, tanto a la hora de representar figuras divinas como el Niño Jesús o San Juanito o personajes absolutamente reales como estos niños que aquí observamos. Se trata de una obra juvenil, fechada entre 1645-50 y en ella apreciamos la influencia naturalista en la pintura de Murillo. Las dos figuras aparecen ante un edificio en ruinas, interesándose el artista por presentarlos como auténticos pícaros, destacando sus ropas raídas y sus gestos de glotonería. Los detalles están captados a la perfección -especialmente las frutas- creando Murillo una apreciable sensación de realidad. La pincelada comienza a adquirir una mayor soltura y los efectos de vaporosidad y transparencia empiezan a surgir gracias a su contacto con Herrera y la pintura veneciana.
Muchacho con un perro. Bartolomé Esteban Murillo, entre 1655 y 1660. Óleo sobre lienzo, 70 × 60 cm. Museo del Hermitage, San Petersburgo, Rusia. El cuadro representa a un niño harapiento, pícaro y alegre,2 jugueteando con un perro, y que es el modelo temático de muchos cuadros de Murillo, niños víctimas de la penuria que a mediados del siglo XVII, afectaba a una Sevilla ahogada por los impuestos y la competencia de Cádiz, después de la peste de 1649.
Tres muchachos (Dos golfillos y un negrito), hacia 1670, óleo sobre lienzo, 159 x 104 cm. Londres, Dulwich Picture Gallery. Murillo tuvo un esclavo negro llamado Juan que había nacido en 1657. Puede tratarse del modelo empleado para esta composición, también titulada en algunas ocasiones El pobre negro. Al igual que su compañero Invitación al juego de pelota a pala, el maestro sevillano realiza una nueva demostración de cómo captar las reacciones psicológicas de los niños. La escena tiene lugar al aire libre donde dos niños están dispuestos a iniciar su merienda cuando aparece un tercero que porta un cántaro, demandando un trozo de la tarta que están a punto de comer. El que tiene la tarta en sus manos la retirada del campo de acción del muchacho negro mientras que el otro dirige su mirada al espectador y sonríe abiertamente. El pequeño negro muestra un gesto amable en su demanda.
Un triángulo organiza la composición, ocupando la cabeza del niño negro el vértice, creando un juego de luces y sombras con el que refuerza la sensación atmosférica, de la misma manera que hizo Velázquez en Las Meninas. Las tonalidades pardas y terrosas contrastando con claras son habituales de esta época caracterizada por el aspecxto naturalista de las composiciones, especialmente las populares.
Niño sonriendo. Colección Abelló. Madrid. Obra de Bartolomé Esteban Murillo
Niño riendo asomado a la ventana, hacia 1675, Londres, National Gallery. Obra de Bartolomé Esteban Murillo
Joven frutera. 670-1675. Óleo sobre lienzo. 145,5 x 113 cm. Alte Pinakothek. Munich. Alemania. Obra de Bartolomé Esteban Murillo
Muchachas con Flores. 1670-1675. Óleo sobre lienzo. 120 x 98 cm. Dulwich Gallery. Londres. Obra de Bartolomé Esteban Murillo entre 1665 y 1670. La técnica utilizada por Murillo en este cuadro es ligerísima, impresionista y su coloración una de las más bellas de toda la obra del artista.1 La pintura muestra a una muchacha sentada ofreciendo sonriente las flores que lleva en su chal.
Niños comiendo en una tartera. 1670 -1675. Óleo sobre lienzo. 123,5 x 102 cm. Alte Pinakothek. Munich. Alemania. Obra de Bartolomé Esteban Murillo
Niños jugando a los dados, hacia 1665-1675, óleo sobre lienzo, 140 x 108 cm, Múnich, Alte Pinakothek. Obra de Bartolomé Esteban Murillo
Vieja despiojando a un niño. 1670-1675. Óleo sobre lienzo. 147 x 113 cm. Alte Pinakothek. Munich. Alemania. Obra de Bartolomé Esteban Murillo
Vieja comiendo gachas con un chico y un perro, c. 1650-1660, óleo sobre lienzo, 147 x 107 cm. Museo Wallraf-Richartz. Colonia. Alemania. Obra de Bartolomé Esteban Murillo
Preparación de tortas de harina, c. 1655-1660, óleo sobre lienzo, 164 x 120 cm. Museo del Hermitage. San Petersburgo. Obra de Bartolomé Esteban Murillo
Mujeres en la ventana o Joven y su dueña. Bartolomé Esteban Murillo. 1670 h. Óleo sobre lienzo, 127,7 x 106,1 cm. National Gallery (Washington). Murillo representa un profundo cambio en el gusto de los clientes del arte en la España del siglo XVII. Tras la severidad de naturalistas como Zurbarán, Maíno, el joven Velázquez, etc., Murillo proporciona imágenes bellas, iluminadas con suaves tonos dorados y rostros gentiles. Es el caso de esta pintura, realizada con frescura e ingenuidad. Muestra un tema muy explotado en la pintura española, como es el de la maja asomada a la ventana y acompañada de una mujer mayor. En el caso de Goya serán con frecuencia Celestinas exhibiendo a sus pupilas. En el caso de Murillo, la joven parece una muchacha del pueblo, con grandes ojos llenos de confianza y alegría. La dueña parece divertida por lo que ve en la calle y se tapa el rostro para ocultar la risa. La composición del lienzo es muy acertada: se basa en un ángulo recto acodado en la esquina inferior izquierda del marco. El ángulo está subrayado arquitectónicamente por el alféizar y la contraventana de madera, y así como por los personajes, con la jovencita apoyada y la dueña que se asoma. De este modo, gran parte del cuadro queda absolutamente vacío y la mirada del espectador se ve atrapada por las dos simpáticas figuras femeninas, que destacan contra un fondo oscuro sin iluminación ni referencias espaciales.
Abraham y los ángeles. 1667-1670. Óleo sobre lienzo. 236 x 261 cm. National Gallery of Art Ottawa. Obra de Bartolomé Esteban Murillo
La escala de Jacob (el sueño de Jacob), hacia 1660-1665, óleo sobre lienzo, 246 x 360 cm. Museo del Hermitage. San Petersburgo. Obra de Bartolomé Esteban Murillo
Jacob bendecido por Isaac, c. 1660-1665, óleo sobre lienzo, 213 x 358 cm Museo del Hermitage. San Petersburgo. Obra de Bartolomé Esteban Murillo
Magdalena penitente, c. 1640-1645, óleo sobre lienzo, 196 x 144 cm. Matthiesen Gallery. Londres. Obra de Bartolomé Esteban Murillo
Santa Rufina, c. 1660, óleo sobre lienzo, 93 x 64 cm. Museo Meadows. Dallas. Obra de Bartolomé Esteban Murillo
Santa Justa, c. 1660, óleo sobre lienzo, 93 x 64 cm. Museo Meadows. Dallas. Obra de Bartolomé Esteban Murillo
Sagrada Cena. 1650. Óleo sobre lienzo. 265 x 265 cm. Iglesia de Santa Maria la Blanca. Sevilla. Obra de Bartolomé Esteban Murillo
San Antonio de Padua, 1656, óleo sobre lienzo, Catedral de Sevilla. El cuadro marca, en opinión de A. E. Pérez Sánchez, la «definitiva inflexión» de Murillo hacia el estilo barroco pleno. Obra de Bartolomé Esteban Murillo
San Diego de Alcalá dando de comer a los pobres, hacia 1646, óleo sobre lienzo, 173 x 183 cm, Madrid, Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Obra de Bartolomé Esteban Murillo
Adoración de los Pastores. Óleo sobre tabla. 49 x 37 cm. Museo del Hermitage. San Petersburgo. Rusia. Obra de Bartolomé Esteban Murillo
El nacimiento de San Juan Bautista, c. 1655, óleo sobre lienzo, 147 x 188 cm. Museo Norton Simon. Pasadena (California. USA)
Adoración de los pastores. 1668. Óleo sobre lienzo. 283 x 188 cm. Museo de Bellas Artes de Sevilla. Obra de Bartolomé Esteban Murillo
Desposorios misticos de Santa Catalina. 1682. 440 x 315 cm. Museo de Bellas Artes de Cádiz. Obra de Bartolomé Esteban Murillo
Curación del paralítico en la piscina probatica. 1679. Óleo sobre lienzo. 237 x 261 cm. The National Gallery. Londres. Obra de Bartolomé Esteban Murillo
Fray Junípero y el pobre. 1645-1646. Óleo sobre lienzo. 176 x 222 cm. Museo del Louvre. París. Francia. Obra de Bartolomé Esteban Murillo
La Virgen del Rosario con el Niño. 1650. Óleo sobre lienzo. 166 x 125 cm. Museo Goya. Castres. Francia. Obra de Bartolomé Esteban Murillo
La cocina de los ángeles. 1646. Lienzo. 180 x 450 cm. Museo del Louvre. París. Francia. Obra de Bartolomé Esteban Murillo
La muerte de Santa Clara. 1646. Óleo sobre lienzo. 189,5 x 446 cm. Dresde, Gemäldegalerie Alte Meister. Obra de Bartolomé Esteban Murillo
La huída a Egipto. 1648. Óleo sobre lienzo. 207 x 162 cm. Instituto de Arte e Imagen de Detroit. Michigan. USA. Obra de Bartolomé Esteban Murillo
La huída a Egipto. 1655-1660. Óleo sobre lienzo. 155,5 x 125 cm. Museo de Bellas Artes de Budapest. Budapest. Hungría. Obra de Bartolomé Esteban Murillo
La Virgen presentando el rosario a Santo Domingo. 1638-1640. Óleo sobre lienzo. 207 x 162 cm. Palacio Arzobispal de Sevilla. Obra de Bartolomé Esteban Murillo
La Virgen y el niño con Santa Rosalía de Palermo. Museo Thyssen. Madrid. Obra de Bartolomé Esteban Murillo
Las dos Trinidades. 1679-1680. Óleo sobre lienzo. 293 x 207 cm. The National Gallery. Londres. Obra de Bartolomé Esteban Murillo
San Buenaventura y San Leandro. Museo Bellas Artes de Sevilla. Obra de Bartolomé Esteban Murillo
San Francisco abrazando a Cristo en la Cruz. Aprox. 1668. Óleo sobre lienzo. 283 x 188 cm. Museo Provincial de Bellas Artes. Sevilla. Obra de Bartolomé Esteban Murillo
San Antonio de Padua y el Niño, 1656, óleo sobre lienzo. 190 x 120 cm. Catedral de Sevilla. Obra de Bartolomé Esteban Murillo
"San Antonio de Padua y el Niño". así es como bautizó Bartolomé Esteban Murillo a esta tela de 190 cms. de alto y 120 de ancho que está colgada en la sala V del Museo de Bellas artes de nuestra ciudad.
Hoy, día de los Antonios, no hay mejor recurso que acordarnos de ellos y, a su vez, recordar la obra de este insigne pintor barroco sevillano.
El conjunto más importante de pinturas de Murillo que están en el museo procede la Iglesia del Convento de Capuchinos de Sevilla, donde constituían el retablo mayor y los altares de las capillas laterales. El San Antonio era uno de ellos.
Realizado en 1665, año de su plenitud artística, se encuentra entre las mejores de su producción. San Antonio con hábito franciscano y ramo de azucenas, símbolo de virginidad, en su mano derecha, abraza al Niño sentado sobre un libro que le sirve de pedestal.
La zona superior la ocupa un rompimiento de gloria con grupos de ángeles y un torrente de luz que sirve de fondo a la figura del Niño.
La atmósfera de comunicación afectiva vuelve a ser el eje de toda la composición, como vehículo para acceder al camino de la Salvación.
No hay estampa más tierna para felicitar a todos los que son Antón, Antonios y Antonias, nombres cuyo significado real puede ser "el que se enfrenta a sus enemigos" o "el inestimable".
San Isidoro. 1655. Lienzo, 193 x 165 cm. Catedral de Sevilla. Obra de Bartolomé Esteban Murillo
Murillo ejecutó para la Sacristía Mayor de la Catedral de Sevilla dos lienzos casi cuadrangulares, representando a sus dos santos arzobispos de origen cartagenero, Isidoro y Leandro, encargados por el arcediano Juan Federigui, que había solicitado al Cabildo permiso para colocar dos cuadros que “serían de mano del mejor pintor que avia oy en Sevilla que es Pedro (sic) de Murillo”.
El espacio arquitectónico elegido para la ubicación de estas piezas es uno de los más relevantes de la catedral hispalense e, incluso, del renacimiento español, por lo que se dan una serie de circunstancias que lo convierten en un escenario privilegiado para las artes y la complementariedad de las mismas.
Siempre se ha pensado que el rostro del santo responde al del licenciado Francisco López Talabán, muerto en 1655, uno de los benefactores de la Catedral. San Isidoro aparece aquí sentado y absorto en la lectura, revestido con sus atributos episcopales, donde existen unos magníficos contrastes de color, de plenitud extrema y riqueza, con un fondo de cortinaje y soporte de columnas que recuerdan la pintura veneciana y al pintor flamenco Van Dyck.
Estigmatización de San Francisco. 1.645-1.650. Óleo sobre lienzo, 178 x 208 cm. Colección Maestre. Museo de Cádiz. Obra de Bartolomé Esteban Murillo
Se representa al santo arrodillado en primer plano, con los brazos abiertos y mirando hacia el ángulo superior derecho del lienzo donde Cristo crucificado se le aparece en forma de serafín, rodeado de un halo dorado que incide especialmente en el rostro del santo. Aparece ataviado con el hábito de la Orden Franciscana, descalzo y con las palmas de las manos marcadas por los estigmas que le han provocado los rayos dorados que se desprenden de las heridas de Cristo. Sobre el terreno rocoso que se extiende frente a él, aproximadamente en el ángulo inferior derecho del cuadro, reposan una cruz, un libro y una calavera. En segundo plano, al fondo a la izquierda, figura el hermano León derribado sobre la tierra con su mano derecha levantada en actitud de asombro. Al fondo, un paisaje iluminado tenuemente donde figura una ermita.
Iconografia. Asunto representado en el cuadro: Estigmatización de San Francisco de Asís; Se representa la escena de la vida del santo cuando se le aparece Cristo-serafín crucificado en el monte de La Verna y de sus heridas salen rayos dorados que alcanzan su cuerpo.
Santo Tomás de Villanueva dando limosna. Obra de Bartolomé Esteban Murillo. Museo de Bellas Artes de Sevilla. Obra de Murillo, hacia 1668, óleo sobre lienzo, 2383 x 188 cm. Pintado para una de las capillas laterales de la iglesia de los capuchinos, Murillo llamaba a este cuadro su Lienzo, según cuenta Antonio Palomino, quien destacaba la figura del mendigo de espaldas, «que parece verdad».
Jacob pone las varas al ganado de Labán. Obra de Bartolomé Esteban Murillo, hacia 1660-1665, óleo sobre lienzo, 213 x 358 cm., Dallas, Meadows Museum. El lienzo, perteneciente a una serie de historias de la vida de Jacob, muestra la habilidad de Murillo en la creación de paisajes.
Virgen de la Faja. 1675. Óleo sobre lienzo. 137 x 104,5 cm. Museo de Bellas Artes de Cádiz. Obra de Bartolomé Esteban Murillo
Saint Joseph with the Christ child. Óleo sobre lienzo. 164,2 x 108,5 cm. Colección particular. Obra de Bartolomé Esteban Murillo
La Virgen con fray Lauterio, san Francisco de Asís y santo Tomás de Aquino, Bartolomé Esteban Murillo, hacia 1638-1640, óleo sobre lienzo, 216 x 170 cm, Cambridge, Fitzwilliam Museum. Una cartela en el ángulo inferior derecho explica el contenido de este inusual asunto, en el que la Virgen aconseja al franciscano fray Lauterio, estudiante de teología, la consulta de la Summa Theologiae del aquinatense para resolver sus dudas de fe.
Retrato de Josua van Belle. Obra de Bartolomé Esteban Murillo. 1670, óleo sobre lienzo, 125 x 102 cm., Dublín, National Gallery of Ireland. Murillo retrató a Belle, comerciante holandés llegado a Sevilla en 1663, con la elegante actitud propia del retrato nórdico que pudo conocer en las colecciones de pintura de los comerciantes de esa procedencia establecidos en la ciudad, ante una cortina de vivo color púrpura que no se aprecia en esta reproducción.
La Virgen con fray Lauterio, san Francisco de Asís y santo Tomás de Aquino. Obra de Bartolomé Esteban Murillo, hacia 1638-1640, óleo sobre lienzo, 216 x 170 cm, Cambridge, Fitzwilliam Museum. Una cartela en el ángulo inferior derecho explica el contenido de este inusual asunto, en el que la Virgen aconseja al franciscano fray Lauterio, estudiante de teología, la consulta de la Summa Theologiae del aquinatense para resolver sus dudas de fe.
El nacimiento de la Virgen es una obra del pintor Bartolomé Esteban Murillo, realizada originalmente en 1660 para la capilla de la Concepción de la Catedral de Santa María de la Sede de Sevilla. Actualmente se encuentra en el Museo del Louvre de París.
Durante la ocupación francesa de Sevilla, en el marco de la invasión napoleónica a España, el Tesoro Catedralicio fue objeto de un expolio perpetrado por las tropas del mariscal francés Jean de Dieu Soult. Una de las obras confiscadas por el militar fue la Inmaculada de Soult y el Nacimiento de la Virgen, de Murillo. En principio, el francés pensaba obtener la Visión de San Antonio de Padua, pero el cabildo propuso intercambiarla por el Nacimiento de la Virgen y la obra permaneció en la capilla de San Antonio.
Es una de las obras más importantes en la producción artística de Murillo, quien se basó en modelos de la vida cotidiana de Andalucía para realizar el cuadro. Salvo por la presencia de los ángeles, no existe ninguna otra clave de que se trata de un cuadro de tema religioso.
La figura de la Virgen María centra toda la composición, sostenida en los brazos de varias mujeres, al mismo tiempo que emana un foco de luz que ilumina toda la escena aunque deja en penumbra al grupo de Santa Ana, incorporada en el lecho. También aparece San Joaquín.
El juego de luces que Murillo emplea recuerda a las obras de Rembrandt, que el pintor pudo haber admirado en las colecciones privadas.
Jacob pone las varas al ganado de Labán, hacia 1660-1665, óleo sobre lienzo, 213 x 358 cm, Dallas, Meadows Museum. El lienzo, perteneciente a una serie de historias de la vida de Jacob, muestra la habilidad de Murillo en la creación de paisajes. Obra de Bartolomé Esteban Murillo.
Santo Tomás de Villanueva. Obra de Bartolomé Esteban Murillo, hacia 1668, óleo sobre lienzo, 2383 x 188 cm, Sevilla, Museo de Bellas Artes. Pintado para una de las capillas laterales de la iglesia de los capuchinos, Murillo llamaba a este cuadro su Lienzo, según cuenta Antonio Palomino, quien destacaba la figura del mendigo de espaldas, «que parece verdad».
José y la mujer de Putifar, obra de Bartolomé Esteban Murillo, hacia 1645, óleo sobre lienzo, 196,5 x 245,3 cm., Kassel, Gemäldegalerie Alte Meister. El cuadro, con una carga erótica poco usual en la pintura española, fue adquirido a nombre de Murillo por el landgrave de Hesse antes de 1765. Confiscado por las tropas francesas, se expuso en el Louvre de 1807 a 1815. Devuelto a sus propietarios fue considerado obra italiana y atribuido por el museo a Simone Cantarini. En 1930 se descubrió la firma del pintor tras una limpieza, lo que no impidió que continuasen las dudas acerca de su autoría reivindicada tras la aparición en colección particular de una segunda versión del mismo asunto de autografía indiscutida.
Las bodas de Caná, hacia 1670-1675,obra de Bartolomé Esteban Murillo, óleo sobre lienzo, 179 x 235 cm, Birmingham, The Barber Institute. El banquete de bodas permite a Murillo representar una escena de vivo colorido y diversidad de vestuario, con toques orientalizantes también en el mantel, además de un variado repertorio de objetos de bodegón, con el gran cántaro de cerámica como eje de la composición.
Las Santas; Justa y Rufina, h. 1666. Óleo sobre lienzo. 200 x 176 cm. Museo de Bellas Artes de Sevilla. Sevilla. Bartolomé Esteban Murillo. Esta obra se ha convertido en una de las imágenes más populares del artista.
El cuadro marca, en opinión de A. E. Pérez Sánchez, la «definitiva inflexión» de Murillo hacia el estilo barroco pleno. Se trata de una de las pinturas realizadas para decorar la iglesia del Convento de los Capuchinos de Sevilla. En este cuadro están representadas ambas hermanas, de pie, sosteniendo en las manos una representación de la Giralda, pues popularmente se creyó que fue su intercesión la que impidió que el minarete, para entonces ya campanario de la catedral se cayera en el terremoto de 1504. Las vasijas de barro que aparecen en el suelo son atributo de las santas, al ser hijas de un alfarero. También, por ser mártires, aparece la hoja de palma del martirio.
Autorretrato de Murillo. 1672-1675. Óleo sobre lienzo. 122 x 107 cm. The National Gallery. Londres. Bartolomé Esteban Murillo. Autorretrato, hacia 1670, óleo sobre lienzo, 122 x 107 cm. Londres, National Gallery. Inscripción: Bartus Murillo seipsum depin/gens pro filiorum votis acpreci/bus explendis. En este cuadro, pintado por deseo de sus hijos, Murillo se autorretrató dentro de un marco ovalado con molduras apoyando en él una mano para reforzar el efecto naturalista del trampantojo y acompañado por algunos instrumentos propios de su profesión, en una demostración de orgullo por la posición social alcanzada con su oficio solo comparable en la pintura española al autorretrato de Velázquez en Las meninas.
Anexo Wikipedia: Galería de cántaros y lozas en Murillo
Medallón de Bartolomé Esteban Murillo y estatua de la Magnificencia. Fachada principal del Museo del Prado, Madrid.
Monumento a Murillo en Sevilla. Obra de Sabino de Medina y Peñar (1812-1888) fue un escultor español del siglo XIX cuya obra se englobaba dentro la corriente neoclásica. Discípulo de Valeriano Salvatierra se formó artísticamente en Roma.
En 1859, realizó la estatua de Murillo situada frente a la fachada sur del Museo del Prado (el pedestal es del arquitecto González Pescador), réplica de la que él mismo realizó anteriormente para ser colocada en Sevilla, una de sus obras más relevantes.
Sabino de Medina intervino también en la decoración del Palacio de las Cortes de Madrid, en cuyo Salón de sesiones, en la parte alta del testero, se encuentran cuatro efigies que simbolizan La Marina, La Agricultura, El Comercio y Las Ciencias; también lleva su firma el busto de Agustín Argüelles, en el mismo Palacio. Hizo igualmente labores de restauración de la Puerta de Alcalá, e intervino en la decoración escultórica del Obelisco del Dos de mayo, haciendo también la figura principal (Alegoría del río Lozoya) de la Fuente del Lozoya en la calle Bravo Murillo de Madrid. Otra de sus obras destacadas es Eurídice mordida por una víbora, expuesta en el Museo del Prado.
Pues esto es todo amigos, espero que os haya gustado el trabajo recopilatorio dedicado a Bartolomé Esteban Murillo, gran maestro de Barroco, y sin lugar a dudas uno de los mas grandes de la pintura española, su pintura refleja a la sociedad religiosa sevillana y española en general del siglo XVII.
MURILLO (Bartolomé Esteban Murillo)
- megaurbanismo
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