Guillermo Gómez Gil

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megaurbanismo
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Guillermo Gómez Gil

Mensaje por megaurbanismo » Vie, 31 Dic 2021, 17:48

Este trabajo recopilatorio está dedicado a Guillermo Gómez Gil (Málaga, 1862 - Cádiz, 1942) fue un pintor español, célebre por sus marinas.

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Blanco y Negro, Guillermo Gómez Gil

Nació en Málaga y se formó en esta ciudad, siendo su maestro Emilio Ocón, catedrático de Bellas Artes que creó escuela en Málaga y dejó varios discípulos. Se especializó en paisajes y marinas por las que se hizo célebre. Participó en varias Exposiciones Nacionales, obteniendo algún galardón en las de 1892, 1897, 1899, 1901, 1904, 1906, 1908, 1915 y 1917. Fue profesor en la Escuela de Artes y Oficios de Sevilla, ciudad en la que vivió muchos años, hasta su jubilación en 1932.


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Atardecer. Lienzo de Guillermo Gómez Gil

Pintor de depurada técnica y gran sensibilidad, dejó para la posteridad numerosas marinas que son modelos en el género, destacando especialmente en la representación del reflejo del Sol y la Luna sobre la superficie del agua.
Su obra se puede contemplar en el Museo del Patrimonio Municipal de Málaga (Mupam), en el Museo de Bellas Artes de Sevilla y en la Colección Carmen Thyssen-Bornemisza en Málaga.
Espero que la recopilación que he conseguido de este pintor andaluz, sea del interés de los aficionados al arte que frecuentan esta sección, y contribuya en su divulgación.

Algunas obras
Gómez Gil en el Museo Carmen Thyssen de Málaga
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Lavandera. Guillermo Gómez Gil. 1896. Óleo sobre lienzo, 110 x 54 cm Colección Carmen Thyssen-Bornemisza en préstamo gratuito al Museo Carmen Thyssen Málaga.
En el interior de un humilde patio doméstico una joven muchacha enjabona y restriega la ropa sobre una tabla de lavar y, concentrada en su labor, la sumerge en un lebrillo de barro apoyado sobre un viejo cajón de madera. La acción transcurre junto a la fachada de una vivienda muy modesta, descrita sintéticamente. El interés del pintor por el costumbrismo tardío se concentra en la descripción amable y conformista de los afanes cotidianos de las clases populares –del mismo modo que desarrolló cierto interés por la iconografía de la vida burguesa - sin mezclarse en absoluto con las reivindicaciones de la pintura social, ni tampoco con las corrientes regionalistas.
Realizado con un vivo afán colorista propio del realismo decorativo del fin de siglo en España, en el que se concentra todo el atractivo de esta obra, Gómez Gil pone el acento en los tonos brillantes de color en el echarpe que se cruza al pecho de la lavandera, en las flores de su pelo, o en las que parecen nacer silvestres bajo la ventana de la casa. El cuadro es un ejemplo claro de la vocación de paisajista con la que Gómez Gil afrontó sus escenas con figuras. En ellas, el interés plástico principal está concentrado en la descripción, sumaria, pero efectiva, de la naturaleza, mientras el resto de la composición queda tan sólo abocetado. De hecho, su formación académica como pintor de paisajes le llevó en pocas ocasiones a afrontar escenas protagonizadas por figuras humanas como ésta, en las que siempre se delata su escaso interés por el dibujo anatómico y por la figura. Aunque esta pintura está realizada con una apariencia abocetada al gusto de la burguesía de finales del siglo XIX, Gómez Gil puso cierto interés en elaborar algunos detalles, como el efecto del enrejado de la ventana delante de las macetas, o la descripción de la jaula para gallinas y codornices que, al pie del árbol, permanece cubierta por un trapo y con un cacharro, detallando así el modo popular de engordar rápidamente a las aves para su posterior consumo.
La obra apareció en el comercio madrileño junto a otra pintura de similares dimensiones, firmada y fechada en el mismo año, que representa a una joven alimentando a las gallinas, en un entorno que el autor repite a menudo en obras de este género, y que probablemente sea pareja de ésta .
Carlos G. Navarro / carmenthyssenmalaga.org
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Vista del puerto de Málaga. 1896. Oleo sobre lienzo, 56 x 105 cmGuillermo Gómez Gil. Colección Carmen Thyssen-Bornemisza en préstamo gratuito al Museo Carmen Thyssen Málaga.
Gómez Gil, conocido sobre todo por las marinas que tomó desde las costas malagueñas y gaditanas, fue autor también de varias vistas del puerto de Málaga. Así, en la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1892, cuatro años antes de firmar esta obra de la colección de Carmen Thyssen, presentó una Vista del puerto de Málaga de dimensiones casi idénticas a este lienzo y el mismo año de 1896, en la Bienal del Círculo de Bellas Artes, mostró otra pintura que, con el genérico título de Marina, representaba una vista de las mismas características, de la que se hizo eco la crítica. Además, en la colección de Carmen Thyssen se conserva otra vista de Málaga desde un punto muy parecido a ésta, fechada en 1899, que corrobora su interés por captar esta imagen de la ciudad vista desde el mar. En este caso, se trata de una representación tomada desde el lado derecho del puerto, junto al Faro. Al fondo puede verse el viejo muelle de la ciudad que, sólo un año después, en 1897, terminaría de renovarse por completo. Tras el muelle, pueden intuirse, descritos con pinceladas breves y muy imprecisas, los edificios más emblemáticos del perfil de la ciudad desde el mar, como el Palacio de la Aduana, mientras que a la izquierda del lienzo se divisa, ya a lo lejos, la cercana población de Torremolinos.
En el primer término un marinero arregla los aperos de pesca de su barca, anclada en el espigón, y surcan las aguas portuarias algunas modestas embarcaciones de vela. En una pequeña embarcación aparece una pareja que se pasea por el mar en una barca, en compañía del remero que les guía entre los barcos del puerto en lo que parece, quizás, una excursión romántica. Gómez Gil solía pintar escenas de esa naturaleza asiduamente para el comercio, y en cierto modo este cuadro respondería a dicho interés añadido para su venta. Que el lienzo esté enriquecido por el reconocible fondo de la ciudad malagueña la haría especialmente apetecible a la burguesía de la ciudad. Pero tras los amorosos paseantes se divisa un enorme crucero acorazado de la Armada española que parte del puerto andaluz y que redunda precisamente en el reconocimiento de la actividad portuaria de la capital andaluza en sentido menos pintoresco. Los cruceros eran buques de guerra muy veloces y la Armada española había encargado la construcción de varios poco antes de pintarse el cuadro, por lo que la presencia de uno de ellos en el puerto de Málaga poseía un atractivo aún más llamativo. Todos ellos fueron de parecido aspecto al del barco pintado en este lienzo, pero la poca precisión descriptiva de Gómez Gil no permite individualizar de cual se trata.
Realizado con una técnica sintética y rápida, Gómez Gil optó por simplificar la información iconográfica más relevante, como la de los edificios de la ciudad o la de los atractivos elementos constructivos de la embarcación militar, para concentrar todo el interés estético de la pintura en las calidades vítreas del agua del mar y en la factura efectista de las nubes del cielo.
Carlos G. Navarro / carmenthyssenmalaga.org
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La fuente de Reding. Guillermo Gómez Gil. 1880-85. Óleo sobre lienzo, 100 × 142 cm. Colección Carmen Thyssen-Bornemisza en préstamo gratuito al Museo Carmen Thyssen Málaga.
Aunque a Guillermo Gómez Gil se le identifica, dentro del panorama pictórico español, como marinista, en su biografía comprobamos que fue esencialmente un pintor dedicado a la realización de una pintura comercial; de hecho, si las circunstancias se lo exigían aparece en exposiciones con floreros y pintura orientalista. La obra que nos ocupa, pertenece a esta intención, siendo encuadrable en el género costumbrista a pesar de lo tardío de su realización.
La composición se centra en torno a la fuente de Reding, hito que personaliza los planes urbanísticos de proyección hacia el este de Málaga. En origen fue símbolo de un programa de modernización de las infraestructuras de la ciudad en el siglo XVII (1675), según consta en las lápidas que adornan su frontal, reformado con un mascarón en forma de pez en época de Carlos IV. La fuente de Reding abría una de las principales vías de acceso a la ciudad –el llamado camino de Vélez–, y fue el elemento generador de una placeta en donde se propiciaban escenas costumbristas como pueden ser las referidas al aprovisionamiento de agua por las clases populares.
En el siglo XIX se integró en un área residencial de viviendas unifamiliares u hotelitos habitados por la alta burguesía malagueña, por lo que su personalidad se incrementó convirtiéndose en referencia histórica de una zona sinónima del progreso y la riqueza económica de la ciudad.
La fuente fue objeto de la atención de José Moreno Carbonero y Rafael Murillo Carreras que pintaron obras similares a la de Gómez Gil, presumiblemente la de aquellos a partir de 1885, fecha de la urbanización del lugar, ya que este proceso queda reflejado en detalles de los cuadros como las farolas, en el de Moreno Carbonero, y una alameda, en el de Murillo Carreras, ausentes éstos en el cuadro de Gómez Gil.
Aunque sin datar, la obra que nos ocupa podríamos encajarla en la primera etapa de su producción, y anterior a los lienzos de los citados autores, ya que el enclave referido por Gómez Gil presenta el camino flanqueado por viviendas humildes y sin signos de urbanización.
La composición también sugiere un apego excesivo a normas académicas al estar centrado el espacio por un jinete sobre un burro con serones ¬para transportar mercancías, que sirve de eje distribuidor. La fuente y los aguadores ocupan la masa de la izquierda y el camino de Vélez, transitado por una carreta, a la derecha.
Tanto el jinete como la aguadora, aislados en sus respectivos espacios, mantienen esquemas iconográficos que reproducen prototipos de raíz costumbrista. La técnica en general, de contornos muy marcados, aísla las formas y ofrece unos perfiles duros y algo estereotipados. Por último, la paleta –muy brillante y festiva– denota un vínculo estrecho con las enseñanzas de Bernardo Ferrándiz, activo en Málaga hasta 1885 y maestro de todos los pintores en ejercicio en la ciudad por esos años; responsable, igualmente, de esa falta de interacción de las figuras con su entorno, defecto que suele aparecer en las obras del valenciano.
Por todo ello pensamos que estamos en un momento inicial de la carrera de Gómez Gil, en el que bebe muy directamente de los modos formales de sus maestros, ¬Ferrándiz, Ocón e incluso Moreno Carbonero, como queda sugerido en el tratamiento del celaje.
Aun así no deja de ser una deliciosa obra representativa de una línea de la pintura malagueña que mantiene el costumbrismo pictórico como un modelo que permite hacer lienzos sin complicaciones de lecturas y en donde la percepción directa del natural se puede suavizar con el anecdotismo de las situaciones escogidas para representar.
Teresa Sauret Guerrero / carmenthyssenmalaga.org
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Atardecer sobre la costa de Málaga. Guillermo Gómez Gil. 1918. Óleo sobre lienzo, 90 x 116 cm. Colección Carmen Thyssen-Bornemisza en préstamo gratuito al Museo Carmen Thyssen Málaga.
Atardecer sobre la costa de Málaga y Claro de luna. Pintar el mar significó en el cambio del siglo interesarse por los valores puramente formales de la pintura. El movimiento de las aguas, la reverberación de la luz sobre las olas, la diversidad de tonos verdes, y azules marinos, la luz presente a través del reflejo del cielo sobre el agua, fueron posibilidades que los pintores que sólo querían retener el natural mediante su observación directa no podían dejar pasar. Por todo esto, las marinas empezaron a ocupar producciones completas de autores que se especializaron en este tema.
Tal fue el caso de Guillermo Gómez Gil, quien empezó temprano a pintar marinas, y ejemplo de ello es aquella con la que participó en la exposición organizada por el Ayuntamiento de Málaga en 1880 y con la que fue premiado con apenas dieciocho años. Gómez Gil optó a partir de entonces por especializarse en este género, al amparo primero de Emilio Ocón y después de los paisajistas mediterráneos con los que contactó en Madrid. En tal sentido fue Cecilio Pla uno de los que más pudo influir en él, como se observa al final de su carrera, cuando opta por una pincelada abierta similar a la que empleó el valenciano.
Esta formación hará que el tratamiento del paisaje en la producción de Guillermo Gómez Gil tenga dos vertientes, siempre moviéndose dentro de lo que es un paisajismo de corte comercial, aunque sin perder por ello la dignidad y el buen hacer. Una será aquella que utiliza el tratamiento de la luz por sus condiciones efectistas, pero en función de utilizarla como factor reivindicativo de lo poético y literario, como elemento puesto al servicio de un concepto del arte que entiende la pintura como vehículo de expresión de sentimientos y vivencias interiores.
Otra es de vinculación positivista, supuestamente más científica, que pretende establecer una relación entre hombre y naturaleza con objeto de profundizar en el conocimiento de ambos para definir sus esencias. Esta línea lo acercará a un registro del natural más aséptico pero igualmente cargado de intenciones.
Con la primera opción Gómez Gil se vincula al centro de pintura malagueña en donde la huella de Haes, Ocón y después de Muñoz Degrain, formarán un estilo paisajístico en el que el realismo es fundamental, pero también la aplicación sobre él de todo un juego de compensaciones: compositivas, cromáticas o narrativas, que en cierta manera desvirtúan las claves esenciales del movimiento.
Con el segundo, pretenderá vincularse a una línea relacionada con otra expresión de la modernidad; esto es, aquella que persiguió un modelo de pintura capaz de plasmar la esencia de lo español, pero a su vez basada en un tratamiento técnico fundamentado en la verdad del registro inmediato, sin especulaciones, como refrendo de esa sinceridad del contenido programático de la obra. Esta línea también tiene una presencia palpable en el paisaje malagueño por sus estrechas relaciones con el institucionalismo y especialmente con Giner de los Ríos y el grupo de intelectuales de Málaga que se relacionaron con él. Ahora bien, al comprobar sobre la obra de Gómez Gil como resuelve técnicamente esta opción, se aprecia que fue la influencia de Madrid y de los paisajistas relacionados con este centro, especialmente Aureliano de Beruete, la que influyó mayormente en él.
En Gómez Gil es destacable además la comercialización y estadarización con las que trató el género de las marinas. En muchas de ellas parte de un esquema establecido al que somete a mínimas variantes tonales, de fondos de costas u horizontes. Gómez Gil no renuncia incluso en situar objetos exactamente iguales en los mismos lugares, con las mismas posiciones y que, sorprendentemente, aparecen como diferentes en base a la fuerza que sabe imprimir a los elementos de la naturaleza, cielo y mar, que suelen abrazarse en tonos encendidos y cálidos de amaneceres y atardeceres.
Éste es el caso de las dos marinas que nos ocupan. La primera, titulada Atardecer sobre la costa de Málaga, se personaliza al tener de fondo la costa de la bahía de Málaga, ciudad que se define por el faro, la catedral y las chimeneas de las industrias del siglo XIX; esquema del que conocemos otra versión en una colección particular malagueña, en la que se repite el mar, la ola que acaricia la orilla, el leño con cuerda que ha sacado la marea y el trozo de alga sobre la arena. Difiere, sin embargo en el fondo, en el que está ausente la ciudad y el sol descendiente al estar oculto por unas nubes. Todo esto nos indica que el pintor se movía dentro de unos esquemas compositivos fijos sobre los que actuaba para dar movilidad a las diferentes marinas, procedimiento que no puede responder, bajo ningún concepto, a esa postura de la modernidad que invitaba a los realistas a acercarse a la naturaleza con el espíritu de trabajar sobre ella directamente y entendiéndola como sujeto capaz de transmitir mensajes poéticos o de pura objetividad.
La segunda obra, Claro de luna, es de los cuadros de la producción de Gómez Gil en los que el efectismo poético es el protagonista del cuadro. Pertenece a un modelo que llega a estandarizar a base de títulos como Puesta de sol, Efecto de luna, Una borrasca y Sol poniente, que repite hasta el cansancio en las exposiciones nacionales y provinciales en las que participa y que indican que el interés del artista es reflejar la luz sobre el mar desde sus condiciones efectistas. El territorio se convierte en mera referencia que centra el paisaje, pero es el mar, la luz sobre el mar, el verdadero tema del cuadro, hasta el punto que técnicamente se plasma con un sistema de pinceladas que aplica la pasta en pequeños y espesos toques que aumentan la materialidad de la superficie registrada y da la sensación de vitalidad de la materia. La soltura de pincel quiere significar una opción estética en la que la mancha, la superficie pictórica se independiza y junto al color son los únicos constructores de la obra. Esta opción renovadora se devalúa cuando la asociamos a la carga de efecto que se le aplica con los juegos tonales y nos vuelve a condicionar su lectura hacia los parámetros de lo comercial y conservador, sin que con ello la obra pierda interés.
La estandarización se comprueba igualmente en el uso de esquemas compositivos: el litoral y el horizonte marcan el perfil superior; el mar, violentado por el reflejo de luz, en este caso de la luna, es el punto de atracción de la obra y el elemento jerarquizador de la misma; y la rompiente, con espuma marina y rocas, marca el límite inferior en esquema que se repetirá sin apenas variantes en su larga producción. El carácter comercial de esta obra nos lo dan también las medidas de escasamente medio metro. Con ella, Guillermo Gómez Gil se inserta en el paisajismo español de fin de siglo, asociable a los movimientos renovadores, pero en la línea menos desgarrada y programática, como un digno representante de un espacio que prefería el aspecto de lo nuevo sin la incomodidad que producía la provocación rupturista.
Teresa Sauret Guerrero / carmenthyssenmalaga.org
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Puerto. Guillermo Gómez Gil. 1899. Óleo sobre lienzo, 48 x 91 cm. Colección Carmen Thyssen-Bornemisza en préstamo gratuito al Museo Carmen Thyssen Málaga.

En esta ocasión Guillermo Gómez Gil juega con el tratamiento de la naturaleza interesándose por ella hasta el punto de construir una marina, y el anecdotario que genera en torno a ella, mediante la recreación de un puerto, configurando una obra que participa de duales claves temáticas: el paisaje marinista y la pintura de género.
Un mar apacible, el paseo en barca de unas señoras en medio de un puerto, barcos fondeados y, en primer término, otro en reparación, nos muestran actividades y movimientos que dan vida y cargan de narrativa la supuesta ausencia de ésta en una composición paisajística.
Especializado en marinas, en esta ocasión Gómez Gil se aleja de su tratamiento habitual, en el que le interesa casi en exclusividad los juegos tonales que le permiten experimentar con las variaciones ambientales de una naturaleza cambiante, poética o agresiva, y la usa como pretexto para expresar la vitalidad de la actividad que se puede desarrollar en torno a ella. Contribuye a esa sensación de vida y movimiento la técnica, de pinceladas cortas y seguras, que mueven las superficies mediante pequeños toques de color.
Se trata de una obra madura en la que todos los accidentes dispuestos sobre la escena no distraen de la personalidad que adquiere en la obra el tratamiento de la naturaleza y de lo pictórico en general. En esta pintura, el autor se rinde ante modos y usos compositivos habituales en los marinistas ¬locales, especialmente en los de Emilio Ocón, su maestro, y se integra en una dinámica pictórica en donde el objetivo de la obra es la plasmación de una visión instantánea de la realidad, en este caso de la naturaleza marítima, haciendo un ejercicio de localismo al pronunciarse por una luminosidad que se había convertido en una seña de identidad.
Su intención podía encardinarse con el movimiento renovador del paisajismo del fin de siglo español, pero cierta estereotipación en temas y juegos narrativos nos lleva a pensar, en este caso, que se mueve más en los parámetros eclécticos de la escuela local, que en los de la modernidad española.
Teresa Sauret Guerrero / carmenthyssenmalaga.org
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Paisaje costero. Guillermo Gómez Gil. 1920. Óleo sobre lienzo, 87 x 117 cm. Colección Carmen Thyssen-Bornemisza en préstamo gratuito al Museo Carmen Thyssen Málaga.
La producción de Gómez Gil está centrada casi exclusivamente en las marinas. Durante décadas le preocupó el mar por sí mismo, como un medio que le permitía experimentar con el color y la luz reflejados sobre su superficie, pero a partir de finales del siglo XIX, muestra interés por personalizarlo. Dentro de esta línea habría que encuadrar la obra que nos ocupa.
Relacionar esta tendencia con la producción de Gómez Gil y concretamente con esta obra, es hacerlo con su estancia madrileña y su posible vinculación con Casto Plasencia o con el Círculo de Bellas Artes de Madrid que se decidieron por un paisaje abrupto de costas, acantilados y puertos del agresivo y accidentado litoral del norte, en las últimas décadas del XIX.
Sin embargo, la marina que estamos tratando no deja de estar en la línea de esos paisajes finiseculares de vinculación al plenairismo haesiano, e incluso del de Beruete, pero que, llenos de resabios académicos, no llegan a plantearse del todo la investigación de la atmósfera o la de la superficie a partir de la fuerza de la mancha y de la pasta, sino que efectúan un trabajo en el que difícilmente falta cierta suavización del tema mediante la elección de la luz ambiental o de los encuadres.
La luz es, por otra parte, el elemento por el que la obra expresa su traducción del nuevo concepto de modernidad, pero está trabajada sin conseguir una clara definición por la línea de expresión de la mediterraneidad o por la de la dramatización del regeneracionismo en manos castellanas o vascas. La superficie está construida a base de zonas trabajadas con una pasta y unas pinceladas fluidas y suaves, contrastando las zonas de luz, en función de conseguir efectos llamativos de características escenográficas. Estos procedimientos acercan la obra de Gómez Gil al uso de estereotipos empleados en el paisajismo de fin de siglo.
En Paisaje costero, Gómez Gil actúa como un pintor interesado por la fijación precisa y minuciosa del entorno, empleando una técnica que denuncia esa postura objetivista en donde el protagonismo de la luz significa el testimonio de veracidad, recordándonos a tomas de la naturaleza realizadas por Beruete pero sin ese punto de dureza reivindicativa y militante propio de sus paisajes, sino en clave de lo amable y dulcificado.
Teresa Sauret Guerrero / carmenthyssenmalaga.org
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Marina. Guillermo Gómez Gil. Óleo sobre lienzo, 91 x 121 cm. Colección Carmen Thyssen-Bornemisza en préstamo gratuito al Museo Carmen Thyssen Málaga.
Dentro de los intereses por el mar que Guillermo Gómez Gil manifestó a lo largo de su carrera, donde mejor se mueve y más honradez muestra en su trabajo es cuando se decide a plasmar la personalidad de los mares según los capta en ese momento de unión íntima entre el pintor y la naturaleza. Es entonces cuando la inmediatez de lo percibido se registra en su retina y con escrupulosidad, aunque también con devoción, y se apresura a registrar lo visto y lo sentido, pero especialmente –y ahí es donde encontramos su coherencia con las estéticas del momento– lo constatado, no tratando de manipular la naturaleza –en este caso el mar acariciando la orilla–, y dejándole expresarse con toda su personalidad.
En esta Marina que nos ocupa, el pintor nos invita a sumergirnos en un mar apacible, apenas exaltado por rayos de sol que se filtran con sosiego entre unas nubes que no desestabilizan anunciando un drama. Los dos puntos de rudeza, equilibrados en la composición para no herir, son esas masas rocosas que se han elegido en el encuadre para activar la composición con ciertos juegos lineales. Van a ser los verdes y los grises los que en suave armonía construyan un paisaje sereno y sincero, en el que Gómez Gil ha huido intencionadamente de poetizar o dramatizar con la paleta violenta y agresiva de las horas extremas como en otras composiciones más comerciales. Por ello, esta Marina se mueve, dentro de su placidez, en el territorio del realismo del Fin de -Siglo español, tras de Beruete, y nos informa de las posibilidades del pintor para trabajar un género con el que se podía estar en la actualidad sin necesidad de grandes riesgos y experimentos, sencillamente ejerciendo de realista.

Teresa Sauret Guerrero / carmenthyssenmalaga.org
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Marina II. Guillermo Gómez Gil. Óleo sobre lienzo, 89 x 115 cm. Colección Carmen Thyssen-Bornemisza en préstamo gratuito al Museo Carmen Thyssen Málaga.
En una primera impresión parece que nos encontramos ante una vista de Málaga desde Bellavista, sin embargo, los episodios arquitectónicos que aparecen recortando el perfil de la ciudad no corresponden exactamente con los existentes en la misma, aunque bien pudieran reproducir la torre de la catedral y el edificio de la Aduana en primer término, así como un incipiente parque urbanizado a principios del siglo XX; sin embargo, el otro conjunto eclesiástico que centra la composición supone una recreación para el caso de que estuviéramos ante una vista de la ciudad desde el mar. Por otra parte, dicho perfil guarda una cercana similitud con otras marinas del autor que presentan accidentes geográficos propios de las costas del norte, lo que nos hace pensar en una «plantilla» que Gómez Gil emplea en diferentes obras de temática marinista.
En esta ocasión la expresividad de la obra la define la embarcación pesquera que sale a la mar desde la orilla y pone una nota anecdótica.
Con todo ello, se comprueba que el pintor sugiere la objetividad en sus obras pero que, en realidad, se halla condicionado por unos esquemas estereotipados puestos al servicio de una temática que en el cambio de los siglos XIX y XX alcanza gran demanda entre la burguesía coleccionista, que no exige más que efectos de modernidad sin alcanzar las propuestas de honestidad interpretativa de ésta.
Técnicamente es la luz de un atardecer la que da personalidad a la composición, reflejándose sobre un mar apacible de connotaciones mediterráneas. Con el cielo pretende vitalizar el conjunto marcando manchas cromáticas a partir de las masas nubosas. La pincelada es fluida y fundida, contribuyendo a aumentar la sensación de placidez que se pretende transmitir en el lienzo que no sale de esos esquemas convencionales de buena parte de su producción, enfocada a un mercado que no aspira recibir de las obras más que sensaciones agradables y sugerencias de realidad.
Teresa Sauret Guerrero / carmenthyssenmalaga.org

Otras obras
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Efecto de luna en Bayona. 1897. Óleo sobre lienzo, 135 x 247 cm. Colección privada. Obra de Guillermo Gómez Gil
Guillermo Gómez Gil (Málaga, 1862 - Cádiz, 1946) Gómez Gil nace en Málaga en 1862. Desde muy temprano se inclina por el arte e inicia su formación en 1878 al ingresar como alumno de la Escuela de Bellas Artes de San Telmo de Málaga. El aprovechamiento de Gómez Gil debió ser positivo pues se aventura a participar en el premio Barroso, gestionado por el Ayuntamiento y que tenía el objetivo de motivar a los alumnos de la Escuela, aunque no consigue ser premiado. Repite la misma suerte en 1881 obteniendo los mismos resultados negativos.
En 1880 participa por primera vez en una muestra colectiva, la organizada por el Ayuntamiento de Málaga bajo el título de Exposición Artística, Industrial y Agrícola. En ella se perfila su preferencia por las marinas al participar con Puesta de sol y Marina; la primera adquirida por el Ayuntamiento por 375 pesetas.
Es presumible que al terminar sus estudios en Málaga se trasladara a Madrid, pues en 1892 figura en el catálogo de la Nacional como residente en la capital. De hecho, desde esa fecha hasta 1910 participa ininterrumpidamente en las Exposiciones Nacionales, y siempre con marinas, como se constata en las de 1892, 1895, 1897, 1899, 1901, 1904, 1906, 1908, 1917 y 1926. Sólo en la de 1895 se presenta con un cuadro titulado Un pasatiempo árabe, pintura de género de corte orientalista, y en la de 1899 con dos cuadros de flores; obras que constituyen en ambos casos una excepción en su catálogo.
Su estilo mereció recompensas de los círculos oficiales y en 1892 se le concedió mención honorífica especial por el conjunto de las tres obras que presentó en esa exposición: Vista del puerto de Málaga, Efecto de luna y Una borrasca; en la de 1897 consiguió con Efecto de luna una medalla de tercera clase, cuadro que fue adquirido por el Estado y hoy se conserva, como depósito del Prado, en la Diputación Zamora; y en la de 1899, otra medalla tercera clase con Un paisaje. El Museo de San Sebastián tiene en depósito Sol poniente, marina expuesta en la Nacional de 1908 y adquirida por el gobierno.
En Madrid simultaneó la pintura de caballete con la decorativa y en 1898 decoró el techo del establecimiento de pinturas Macarrón en la calle Fuencarral.
En 1910 gana la plaza de Perspectiva y Paisaje en Escuela de Artes Industriales de -Sevilla, instalándose en esta ciudad. Desde allí mantendrá sus contactos con la capital, no renunciando a su participación en las Exposiciones Nacionales y estrechando sus contactos con Málaga donde expondrá su obra en las muestras que organiza la Academia de San Telmo en 1916, 1922 y 1923, a la vez que hace lo propio en Sevilla.
Tras su jubilación alternará su residencia en Sevilla con Cádiz, en donde muere el 6 de enero de 1942.
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Campesinos en Murcia. Óleo sobre lienzo, 80 x 100 cm. Colección privada. Obra de Guillermo Gómez Gil
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Atardecer andaluz. 1926. Óleo sobre lienzo, 85.5 x 112.5 cm. Colección privada. Obra de de Guillermo Gómez Gil

Enlace interesante para ver más obras https://pintorescatalanes.blogspot.com/ ... z-gil.html

Pues esto es todo amigos, espero que os haya gustado el trabajo recopilatorio dedicado a Guillermo Gómez Gil (Málaga, 1862 - Cádiz, 1942) fue un pintor español, célebre por sus marinas. Nació en Málaga y se formó en esta ciudad, siendo su maestro Emilio Ocón, catedrático de Bellas Artes que creó escuela en Málaga y dejó varios discípulos. Se especializó en paisajes y marinas por las que se hizo célebre.

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