JULIO ROMERO DE TORRES

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megaurbanismo
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JULIO ROMERO DE TORRES

Mensaje por megaurbanismo » Mar, 30 Nov 2021, 18:11

Este trabajo recopilatorio está dedicado a Julio Romero de Torres (9 de noviembre de 1874 - 10 de mayo de 1930) fue un pintor español. Nació y murió en Córdoba, donde pasó gran parte de su vida. Hijo del también pintor Rafael Romero Barros (1832-1895), director del Museo de Bellas Artes de Córdoba, comenzó su aprendizaje a las órdenes de su padre en la Escuela de Bellas Artes de Córdoba a la temprana edad de 10 años. Gracias a su afán por aprender, vivió intensamente la vida cultural cordobesa de finales del siglo XIX y conoció ya desde muy joven todos los movimientos artísticos dominantes de esa época.

Sus hermanos Rafael Romero de Torres (1865-1898), Enrique Romero de Torres (1872-1956) también fueron pintores, pero con peor fortuna.

Resumen Biográfico
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Julio Romero de Torres nació en Córdoba el 9 de noviembre de 1874. Hijo de don Rafael Romero Barros, pintor y director-fundador del Museo Provincial de Bellas Artes de la ciudad y de doña Rosario de Torres Delgado, desde muy temprana edad se introdujo en el mundo del arte. Miembro de una familia numerosa, ocho fueron los hermanos de los cuales dos serían pintores como él, dio sus primeros pasos en la profesión de la mano de su padre, de quien aprendió la técnica y el manejo de los pinceles. Del estudio familiar, situado en el Museo de la cordobesa plaza del Potro salieron sus primeras obras, todavía un poco alejadas del estilo tan personal que le haría famoso.

Hacia 1914 se traslada a la capital de España, Madrid, en donde entra en contacto con el ambiente intelectual y artístico de la época de la mano de su hermano Enrique. Asiduo, desde entonces, a las tertulias del café Nuevo Levante, las corrientes filosóficas del momento comienzan a cobrar vida en sus obras, reflejando la influencia que el pensamiento de su estimado amigo Ramón del Valle-Inclán o el sentir de Rubén Darío, ejercían sobre él. El espíritu del modernismo había llegado al alma del pintor.

A través de simbólicos paisajes, recreó el mundo psíquico en todos sus matices. Sus lienzos, de composición muy similar a los del gran maestro del Renacimiento, su admirado Leonardo Da Vinci, son como ventanas abiertas al mundo de los sentidos, en donde la imagen viene a ser una especie de soporte que contiene en sí misma un concepto. La alegoría se convierte así en una de las características predominantes en la pintura del artista cordobés; la otra sería la dualidad, el concepto de opuestos que no es más que un reflejo de nuestra propia condición humana. El bien y el mal, la pureza y la promiscuidad, lo sagrado y lo profano, que son la temática de cuadros como “Amor sagrado” y “Amor profano” o “Las dos sendas”, una visión contundente de la vida tal y como la vemos.

Mucho se ha escrito sobre la originalidad de este pintor que en los albores del siglo XX supuso una revolución en el mundo de las artes plásticas y es que, más allá de su depurada técnica, del uso magistral de luces y sombras, del juego exquisito entre realidad y fantasía, entre sueño y vigilia que está presente en todos sus lienzos, cada uno de sus cuadros es una historia vivida, una historia contada por las manos de quien navegaba por la psicología de sus modelos hasta llegar a lo más profundo de su alma. Y también al alma de la España de su tiempo porque Julio Romero de Torres supo reflejar su momento histórico mezclando, con inigualable sutileza, los elementos propios de la sociedad y el pensamiento de su época.

Dentro de este marco, coloca a la mujer a la que hace protagonista a la vez que espectadora de su propio destino. El pintor la ha de representar como víctima resignada de sus circunstancias y de un mundo de hombres en donde la mujer siente, piensa y se comporta de acuerdo a lo que se espera de ella; pero al mismo tiempo la aleja de los convencionalismos para mostrarla tal y como es, tal y como la ve, dueña de sí misma. La mujer es la gran transformadora y como tal puede transmutar a la vez que transmutarse interiormente. Por una lado la mujer, por otro la dama. De una parte la fiel compañera, de otra la cortesana. De un lado el recato, de otro la pasión. Como vemos aparece de nuevo la dualidad, el eterno combate entre lo que es y lo que debe ser.

La gran capacidad transmisora de la mujer, su innato talento para adoptar formas cambiantes sin perder su propia esencia, sirven al pintor como trampolín para lanzar desde el fondo de sus cuadros su particular visión de la vida: dos realidades distintas, una superpuesta a la otra, que se complementan mas no se limitan. Como bien expresó Ramón del Valle Inclán en una de sus manifestaciones sobre el pintor: “El sabe que la verdad esencial no es la baja verdad que descubren los ojos, sino aquella otra que sólo descubre el espíritu, unida a un oculto ritmo de emoción y de armonía que es el goce estético. Este gran pintor, emotivo y consciente, sabe que para ser perpetuada por el arte no es la verdad aquello que un momento está ante la vista, sino lo que perdura en el recuerdo. Yo suelo expresar en una frase este concepto estético, que conviene por igual a la pintura y a la literatura: Nada es como es, sino como se recuerda” .



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En 1890 Julio Romero de Torres pinta los que sería su primera obra conocida La huerta de los Morales

Julio participó con intensidad en todos los acontecimientos artísticos de Córdoba y España. Ya en el año 1895 participó en la Nacional en Madrid, donde recibió una mención honorífica. También participó en las ediciones de 1899 y 1904, donde fue premiado con la tercera medalla. En esta época inició su experiencia docente en la Escuela de Bellas Artes de Córdoba.

En 1906, el Jurado de la Nacional rechazó su cuadro Vividoras del amor, lo que provocó que el Salón de Rechazados fuera más visitado que las salas de la Exposición Nacional. Ese mismo año marchó a Madrid, para documentarse y satisfacer su inquietud renovadora. Después realizó viajes por toda Italia, Francia, Inglaterra y los Países Bajos.

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Julio Romero de Torres - La chiquita piconera, 1930. Óleo y temple sobre lienzo, 100 × 80 cm. Museo Julio Romero de Torres, Córdoba, España.

En 1907 concurrió con los pintores más renombrados de la época a la exposición de los llamados independientes en el Círculo de Bellas Artes. Poco después obtuvo por fin su primera medalla en la Nacional del año 1908 con su cuadro La musa gitana. También recibió el primer premio en la Exposición de Barcelona de 1911 con el Retablo de amor, y dos años después en la Internacional de Múnich del año 1913. En la Exposición Nacional de 1912, cuando Romero de Torres aspiraba a la medalla de honor, su obra no fue reconocida, lo que provocó que sus admiradores le entregaran una medalla de oro cincelada por el escultor Julio Antonio. Cuando sus cuadros tampoco fueron premiados en la Exposición de 1915 con la medalla de honor decidió retirarse definitivamente de las Exposiciones Nacionales. En 1916 se convirtió en catedrático de Ropaje en la Escuela de Bellas Artes de Madrid, instalándose definitivamente en la capital. A partir de aquí, su obra comenzó a representar el pabellón español en diversos certámenes internacionales, convocados en París, Londres, etc. Sin embargo, el gran momento de éxito se produjo en Buenos Aires, el año 1922. En agosto de ese mismo año Julio Romero de Torres había viajado a la República Argentina acompañado de su hermano Enrique, y en los últimos días de este mismo mes se inauguró la exposición, que fue presentada en el catálogo por un espléndido texto de Ramón Valle-Inclán. La muestra constituyó un éxito sin precedentes. Fue miembro de la Real Academia de Córdoba y de la de Bellas Artes de San Fernando. También exhibió su obra en la Exposición Iberoamericana de Sevilla en 1929, y en múltiples exposiciones individuales en nuestro país y en el extranjero.


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Julio Romero de Torres - La musa gitana, 1907. Óleo y temple sobre lienzo, 97 × 158,5 cm. Se expone en el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo de Sevilla en depósito del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía.

A principios de 1930, Julio Romero de Torres, agotado por el exceso de trabajo y afectado de una dolencia hepática, volvió a su Córdoba natal para tratar de recuperarse. Pintando en su estudio de la Plaza del Potro, realizó entre los meses de enero y febrero la que sería su obra final y más célebremente conocida, La chiquita piconera.

El 10 de mayo de 1930 moría Julio Romero de Torres en su casa de la Plaza del Potro en Córdoba, hecho que conmocionó a toda la ciudad. Las manifestaciones de duelo general que produjo su muerte, en las que participaron en masa desde las clases trabajadoras más humildes hasta la aristocracia cordobesa, dejaron patente la inmensa popularidad de que gozaba el pintor cordobés.


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Valle-Inclán, la actriz María Banquer y Julio Romero de Torres, en su estudio de Madrid en 1926.

Obras más importantes

El grueso de su obra se encuentra en Córdoba en el Museo Julio Romero de Torres, donde se puede admirar el amplio repertorio de cuadros que fueron donados por su familia, por coleccionistas privados o comprados por el Ayuntamiento. Entre las obras más destacadas de este maestro figuran Naranjas y limones, Amor místico y amor profano, Poema de Córdoba, Marta y María, La saeta, Cante hondo, La consagración de la copla, Carmen, y por supuesto, La chiquita piconera o El retablo del amor.

Otras obras como: La Buenaventura, Feria de Córdoba o La Monja pueden contemplarse en el Museo Carmen Thyssen de Málaga.

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Julio Romero de Torres - La Buenaventura, 1922, óleo sobre lienzo, 106 × 163 cm, Museo Carmen Thyssen, Málaga.

Como escribe en su ensayo Fco. Zueras Torrens, las características principales de su obra están repletas de contenido y profuso estudio de cada elemento presente en el cuadro. Así, éstas se pueden resumir en: - Simbolismo - Precisión de forma y dibujo- Luz suave en ropajes y carnes - Extraña luz de escenarios - Poética artificiosidad de escenarios - Dominio de la morbidez - Capacidad enorme para representar la figura humana - Paisajes que refuerzan el simbolismo - Paisajes donde la realidad se convierte en alegoría - Paisajes listos para ser degustados por el alma "sin detenerse en la superficie coriácea de las cosas - Paisajes desmaterializados para su última vivencia con el espectador.

Curiosamente entre las más de mil obras reconocidas..., desde 1922 hasta que cayó enfermo su actividad fue muy intensa, pintó unos 220 cuadros. Admirables son sus mujeres bíblicas: Salomé, Judit, Marta, María, Ruth y Noemí. Entre las obras más destacadas de este maestro cordobés, figuran: Amor místico y amor profano, El Poema de Córdoba, La consagración de la copla, Carmen, La Fuensanta, y por supuesto, La chiquita piconera..., también muy notables son: La Saeta, Malagueñas, Carceleras, Cante Jondo. Entre sus magníficos y senxuales desnudos: El Pecado, La Gracia, La nieta de la Trini, Esclava y Desnudo.

En 1930 en la Exposición Iberoamericana de Sevilla, se le dio un salón en el pabellón de Córdoba. Murió a los pocos días. Al año siguiente se inauguró el Museo Julio Romero de Torres.


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Museo Julio Romero de Torres, Córdoba.

Espero que esta recopilación que he realizado de este pintor español, sea del gusto de los visitantes de esta página y en lo posible contribuya en la divulgación de su magnígica y original obra.

Algunas obras

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Julio Romero de Torres. Autorretrato joven. Óleo sobre lienzo, 74 x 55 cm


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La Fuensanta. Autor: Julio Romero de Torres. 1929. Óleo y temple sobre lienzo. 100 x 80 cm. Colección particular. La modelo del cuadro fue María Teresa López, que también sirvió de modelo para el cuadro de La chiquita piconera.

El cuadro, para el cual posara María Teresa López, muestra a la joven sentada, en tres cuartos y la cabeza mirando directamente al espectador. En la parte superior izquierda se aprecia un caño del que brota agua, sugiendo, quizá, que la mujer se ha sentado a reposar en su tarea de llenar el gran cántaro plateado, sobre que apoya los brazos en actitud relajada. Su sencilla vestimenta, falda roja y camisa blanca, constrasta con el fondo, de tonos neutros, alejándose de otras obras de temática similar en la que aparecen, como sacados de contexto, texturas más lujosas -encajes o seda-. El foco se centra en la parte central del cuadro, resaltando la cara, brazos y torso de la modelo. Ilumina, así mismo, la parte central del cántaro, incidiendo en la textura del mismo y dejando apreciar el minucioso detallismo con el que ha sido representando.

En el oscuro cielo se abre una pequeña banda de claridad, situada a la misma altura que la cara de la modelo. Esto, junto a su fija mirada serena, centran la atención del espectador, contrarrestando el efecto del brillo del cántaro.


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Billete de 100 pesetas en el que aparece La Fuensanta.

Fue exhibido en el Pabellón de Córdoba de la Exposición Iberoamericana de Sevilla de 1929 y, desde entonces, no se supo de su paradero hasta 2007.2 Hasta ese momento, sólo se conservaba del mismo una fotografía en blanco y negro, que fue la que se usó en la reproducción del cuadro en los billetes de 100 pesetas que estuvieron en circulación desde 1955 hasta 1978,3 llegando a fabricarse 981.200.000 unidades.4

A partir de la exposición «Arte en el Dinero. Dinero en el Arte», en el Museo Casa de la Moneda de Argentina, el cuadro fue localizado. Su propietario, un ciudadano argentino que lo compró en 1994, contactó con la directora de Museos Municipales de Córdoba, Mercedes Valverde para su autentificación.2 Una vez comprobado que, efectivamente, se trataba de la obra original, la obra fue puesta a la venta. El ayuntamiento de Córdoba negoció su adquisición, si bien tuvo que renunciar ante la elevada cifra propuesta por el propietario.5 La obra fue finalmente subatada por la galería londinense Sotheby's el 14 de noviembre de 2007.2 Tasado entre 600.000 y 700.000 euros, el Ministerio de Cultura de España participó en la puja. Finalmente, el cuadro fue vendido por 1.173.375€ a un comprador anónimo.


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Alegrías. Autor: Julio Romero de Torres. 1917. Óleo sobre lienzo 161 x 157 cm. Museo Julio Romero de Torres.

Desde 1916 Romero de Torres vive en Madrid, incorporándose al ambiente cultural de la capital: se hace socio del Ateneo, asiste al Círculo de Bellas Artes y frecuenta las tertulias, donde vive intensamente la discrepancia entre sus amigos los escritores -modernistas, con Valle Inclán a la cabeza, frente a los representantes de la Generación del 98-. Romero se siente más cercano a los modernistas y se relaciona con Valle Incán, Jacinto Benavente, los hermanos Antonio y Manuel Machado, Francisco Villaespesa y Sebastián Miranda.

Su afición y devoción por el cante flamenco lleva a Romero a convertir este tema en uno de los ejes de su producción, como podemos observar en esta obra titulada Alegrías. Romero afirmaba que de no haber sido pintor se habría cambiado sin dudarlo por el cantaor Juan Breva. El maestro conocía intensamente el mundo del flamenco y ésa es la razón por la que lleva este tema a los lienzos con genial maestría.

La modelo empleada por Romero es la gitana "bailaora" catalana Julia Borrul. El hombre que toca la guitarra es un gitano, pero las manos son de Rafael, el hijo del artista. De las tres mujeres del fondo, la adornada con una flor en el pelo es la gitana Amalia. La composición es atravesada por la enigmática figura hierática de una joven tumbada, al modo clásico. No participa en la escena y permanece ajena a lo que se desarrolla a su alrededor. La joven no es otra que la hija del pintor, Amalia Romero. La otra zona de la composición es claramente vertical, como si de un tablao flamenco se tratase, aunque al fondo observamos el río y la lejanía, iluminados por la última luz del día.

Resulta curioso los recargados ropajes y el hermetismo de la composición en un cuadro sobre el baile flamenco, acostumbrados a escenas más tipistas. La razón debemos buscarla en que el cante flamenco por "Alegrías" tiene en Córdoba un tinte majestuoso y serio; por eso, Romero de Torres trata la escena con un hondo sentimiento místico, mostrando el clasicismo que existe en el cante. Así, la figura femenina de primer plano transmite un profundo sentimiento en su sereno rostro, acentuado por el dibujo que con sus manos y su cuerpo hace del baile que interpreta. De esta manera, Romero eleva el cante hondo a temática pictórica.


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La chiquita piconera. Autor: Julio Romero de Torres. 1930. Óleo sobre lienzo, 100 x 80 cm. Museo Julio Romero de Torres.

La chiquita piconera es la obra más famosa de Romero de Torres. La escena se desarrolla en el interior de una humilde habitación, con una joven sentada en una silla de enea que se adelanta sobre un brasero, sosteniendo en su mano derecha una badila de cobre con la que mueve el picón, el carbón. Una puerta abierta nos permite contemplar el fondo, con el paseo de la Ribera y el Puente Romano bajo un cielo de anochecer. El hombro desnudo, el incipiente nacimiento de los pechos y las bien torneadas piernas abiertas de la joven embutidas en medias de seda presionadas por ligas de color naranja constituyen la oferta de la muchacha para brindar su joven cuerpo a cambio de alguna moneda que la libere de su humilde condición. La modelo que posó para este cuadro fue María Teresa López, argentina de nacimiento que con 14 años ya era modelo del maestro.

La chiquita piconera es el auténtico testamento pictórico de Romero de Torres al sintetizar toda su concepción de la pintura y el arte. Con una técnica casi fotográfica en el tratamiento de los planos, la modelo mira penetrante, no al infinito, sino de una forma directa y próxima, convirtiéndose en un cuadro expresionista ya que Romero nos transmite algo más que el placer de contemplar un bellísimo y original retrato; nos muestra el sufrimiento y la penuria de una joven que no duda en dedicarse a la prostitución para salir de su delicada situación. En definitiva, en esta obra se expone todo el arte del genial pintor cordobés que falleció en Córdoba, la ciudad que le vio nacer, al atardecer del 10 de mayo de 1930, a la edad de 55 años. La noticia corrió por la ciudad como la pólvora y los comercios, casinos, teatros y tabernas cerraron sus puertas. En el entierro se dieron cita miles de cordobeses de toda condición social, incluso el Ministro de Gracia y Justicia acudió en calidad de representante del rey Alfonso XIII. El féretro fue llevado por los obreros cordobeses hasta el Cementerio de San Rafael, donde el Ayuntamiento de Córdoba había cedido un terreno en perpetuidad para celebrar el entierro, corriendo también con los gastos de los funerales. Fueron necesarios nada menos que 26 automóviles para llevar las coronas que llegaron desde todos los puntos de España. He aquí una muestra del cariño hacia el maestro, cariño que él también supo transmitir hacia todo el mundo.


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Cante hondo. Autor: Julio Romero de Torres. 1930. Óleo sobre lienzo, 168 x 141 cm. Museo Julio Romero de Torres.

Junto con los toros, la gran obsesión de Romero de Torres era el flamenco. Él mismo decía que hubiera preferido ser el cantaor Juan Breva antes que el pintor Leonardo da Vinci. En su juventud no dudó en abandonar la pintura para practicar el arte del cante flamenco en bares y tabernas, llegando a tener una calidad contrastada. Tal era su afición que incluso tenía un guitarrista particular, Juanillo el Chocolatero. En febrero de 1930, cuando ya estaba muy enfermo, Romero pinta esta obra titulada Cante Hondo. En ella se idealizan todos los ingredientes que se aluden en el cante flamenco: el amor -en la pareja de la derecha-, los celos -en la escena inferior-, la muerte -en la escena del fondo-, la religión, las pasiones, etc. La composición se puede estructurar en tres partes: en el centro, y como eje de la escena, aparece la diosa Fatalidad, encarnada en la figura desnuda de la modelo Asunción Boue -que también protagonizaba Naranjas y limones-, majestuosa, como una escultura de bronce sobre trono de platería cordobesa. Bajo el signo hierático e invariable de la Fatalidad o el sino giran todos los sentimientos y las pasiones del ser humano: los celos, el amor y la muerte. En el primer plano, el amante loco de amor acuchilla y mata a navajazos a la mujer que quiere. A la derecha, otra mujer arrodillada besa apasionadamente a un hombre. Al fondo, y sobre el alfeizar de una gran ventana abierta al campo, contemplamos el blanco ataúd adornado con toques de azul de una joven muerta. A ambos lados del féretro lloran dos jóvenes -para estas figuras posaron las hijas del pintor-. Sobre el alfeizar un perro -Pacheco, el can del artista- aúlla desconsolado. En el fondo podemos contemplar un paisaje imaginario bajo un tempestuoso cielo.

Romero de Torres parece preludiar su cercana muerte en esta obra, mostrándonos a sus hijos llorando, su galgo aullando y sus temas favoritos juntos: la belleza femenina desnuda, el cante flamenco, los celos, la pasión, la muerte, ... En suma, el Cante Hondo.


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La nieta de la Trini. Autor: Julio Romero de Torres. 1929. Óleo sobre lienzo, 113 x 177 cm. Museo Julio Romero de Torres.

En el verano de 1929 Julio Romero de Torres regresa a Córdoba aprovechando las largas vacaciones docentes. En la tranquilidad de su ciudad natal espera mejorarse de su dolencia hepática. Ha perdido la apostura que le caracteriza, está demacrado, se le han inflamado las piernas y tiene continuos dolores. Pero, a pesar de su delicado estado de salud, saca fuerzas para pintar apasionadamente, ya que quiere corresponder a la invitación que le ha hecho la Casa de Córdoba en la Exposición Iberoamericana de Sevilla, dedicándole una sala especial en la que exponer 28 de sus trabajos. En estos momentos saldrán de sus pinceles sus mejores cuadros, tratando todos los temas que le obsesionaron a lo largo de su carrera. Entre ellos destaca La nieta de la Trini, cuadro en el que se rinde póstumo homenaje a la famosa cantaora de malagueñas llamada La Trini. En esta teatral composición se descorre una cortina y aparece la joven desnuda, mostrando su escultural anatomía. Se trata de una modelo profesional madrileña que también posará para Ofrenda al Arte del toreo; aparece recostada en un diván tapizado por un oscuro mantón de Manila, resaltando aún más su tonalidad broncínea gracias al empleo del raso de color blanco. El brazo derecho reposa en la cadera, sosteniendo una navaja en su mano, mientras que el izquierdo sujeta la cabeza, adornada por una hermosa mata de pelo recogida en un moño acicalado con una rosa. Los pendientes y una gargantilla roja son sus únicos adornos. Detrás, en las sombras, aparece sentada al filo del diván una mujer morena que avanza hacia el desnudo, sosteniendo la guitarra. Como fondo, tras la ventana, se observa la silueta inconfundible de la ciudad de Córdoba.

La Trini había protagonizado en su tiempo una sensacional historia de amor y muerte al asesinar con una navaja, por celos, a su amante. Julio Romero hizo revivir esta historia en su nieta, ofreciendo el amor con el desnudo cuerpo y la muerte con la navaja que porta en su mano derecha. Una vez aparece la dualidad amor-muerte en las obras de Romero de Torres.

Podemos apreciar cómo el pintor ha oscurecido su paleta, interesándose por las tonalidades ocres y negras, empleando una iluminación más dorada con la que crea un acertado contraste entre las luces y las sombras. Tenemos que destacar el soberbio dibujo de la anatomía desnuda de la modelo, así como la espalda de la mujer que lleva la guitarra. La luz ilumina el pecho y la tela de raso blanco sobre la que se apoya la muchacha, sintiéndose atraído el maestro por los brillos del raso morado. A los pies quedan los zapatos, siguiendo una estructura compositiva ya empleada anteriormente. La composición queda organizada gracias a una línea horizontal muy evidente en el desnudo y una línea vertical en la guitarra, creando una estructura con forma de media cruz. Otro de los grandes logros del pintor es la manera de captar las expresiones, especialmente el pensativo gesto de la joven y el rostro entristecido de su acompañante. El resultado es una icono en la pintura del maestro cordobés.


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La musa gitana. Julio Romero de Torres, 1907. Óleo y temple sobre lienzo, 97 × 158,5 cm. Se expone en el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo de Sevilla en depósito del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. Muestra el desnudo integral de una joven, para cuya realización, Romero de Torres, tomó como modelo a Ana López Carasucia. Este cuadro consiguió la primera medalla en la Exposición Nacional de Bella Artes en 1908, siendo adquirida por el Estado español.


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La Venus de la poesía es un óleo realizado en 1913 por el pintor español Julio Romero de Torres. Sus dimensiones son de 93,2 × 154 cm. Se expone en el Museo de Bellas Artes de Bilbao. Este cuadro es una alegoría que muestra los retratos de la cupletista española Raquel Meller y su marido, el escritor guatemalteco, Enrique Gómez Carrillo.


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La gracia. Julio Romero de Torres, 1913-1915. Óleo y temple sobre lienzo, 203 cm × 218 cm. Museo Julio Romero de Torres, Córdoba. Este cuadro esta concebido como complemento a la obra El pecado, representando la primera a la virtud y la segunda al pecado.1 2 La obra del mismo autor llamada Las dos sendas versa sobre este mismo tema.

La obra fue presentada a la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1915.3 En el año 2000 fue adquirida por el Ayuntamiento de Córdoba por 380.000 libras en la casa de subastas Sotheby's.3 Actualmente se expone en el Museo Julio Romero de Torres.

Una mujer semidesnuda es sostenida por dos monjas, una de pie y la otra de rodillas. Detrás, una anciana contempla la escena y, a la derecha, una joven seca sus lágrimas con un pañuelo que lleva en la mano mientras que porta una azucena en la otra, ambas mujeres visten de luto.

En el fondo, puede apreciarse en la lejanía el río Guadalquivir, el puente romano y la torre de la Calahorra; y algo más cerca, el cementerio de San Rafael a la izquierda y la iglesia de Santa Marina a la derecha.


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El pecado. Autor: Julio Romero de Torres. 1913. Óleo sobre lienzo, 185 x 202 cm. Museo Reina Sofía. El cuadro fue presentado, junto al Poema de Córdoba, a la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1915, pero fue Francisco Domingo Marqués el galardonado con la Medalla de Oro, decisión que fue muy criticada.

Una de las obras más famosas de Julio Romero de Torres es la titulada El pecado, parte integrante de una trilogía también formada por La gracia y Las dos sendas, trilogía en la que Romero plantea el binomio virtud-pecado. La mujer es, como suele ocurrir en la obra de Romero, la protagonista absoluta de esta dualidad. La escena se desenvuelve en un verdoso atardecer, con el castillo de Almodóvar al fondo y en primer plano la iglesia de San Hipólito. El pecado está representado por una atractiva mujer de espaldas, -recordando en su postura a la Venus del espejo de Velázquez- contemplándose en el espejo, indiferente a la escena que se desarrolla a su alrededor: cuatro enlutadas ancianas alcahuetas razonan sobre la conveniencia y la ocasión del pecado, discutiendo animadamente sobre la honra de la mujer desnuda. Las celestinas llevan en sus manos los símbolos del pecado: la manzana y un espejo para que la mujer pueda contemplar su belleza. La modelo que posó para la muchacha desnuda es Mariquilla, una modelo muy habitual en las obras del maestro.

Respecto a la técnica, destaca el perfecto dibujo en el iluminado cuerpo de la joven, produciéndose un interesante contraste lumínico con la zona de las ancianas, con menos luz. También encontramos otro contraste en el colorido oscuro de éstas y el desnudo nacarado, el mismo color que las sábanas. Un nuevo contraste aparece entre el bello rostro de la modelo y los rostros de las celestinas. Romero otorga especial importancia a los detalles: zapatos, collares, flores o telas, interesándose especialmente por los cabellos. A pesar de que la escena se desarrolla en un interior, el maestro se interesa especialmente por los fondos, con los que consigue crear un espacial efecto de perspectiva. Romero de Torres ha conseguido reunir en esta obra sus principales características: sensualidad, simbolismo, excelente dibujo y atrevido contraste entre luces y sombras.


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La saeta. Julio Romero de Torres, 1918. Óleo sobre lienzo, 180 × 177 cm. Colección Cajasur, Córdoba. En este cuadro, Romero de Torres, resume parte de la Semana Santa de Córdoba, uniendo los pasos de la Virgen de los Dolores y el Cristo de Gracia, también conocido como "el Esparraguero", en un paisaje imaginario de la ciudad.


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La guitarrista. Autor: Julio Romero de Torres. 1919. Óleo sobre lienzo, 88 x 98,5 cm. Colección Particular. Julio Romero de Torres inició su vida artística en una época de corrientes pictóricas enfrentadas. El impresionismo que había aparecido en Francia, era seguido en España por Darío de Regoyos y enseñó a pintar la luz mediterránea a Joaquín Sorolla, el retratismo fotográfico en los pinceles de Federico de Madrazo, el realismo tipo Courbet, el dominio preciosista de Fortuny, el simbolismo francés, el prerafaelismo inglés, el romanticismo inspirador de su padre y maestro... Y Romero de Torres fue procesando información, tendencias, gustos personales y oficio. Y con los vaivenes propios de todo creador, acaba pintando muchachas morenas, agitanadas, con una sólida técnica académica y con unos ligeros toques impresionistas. El atrezzo es marcadamente folclórico: guitarras, mantones de Manila, abanicos, zarcillos...


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Naranjas y limones. Autor: Julio Romero de Torres. 1928. Óleo sobre lienzo, 104 x 74,5 cm. Museo Julio Romero de Torres. En la primavera de 1928 Romero de Torres no se encuentra bien de salud y, creyendo que es debido al cansancio, deja de pintar. Para distraerse, sale a pasear muchas tardes, pero su salud no mejora. Se pone en manos de los médicos, diagnosticándosele una grave dolencia hepática, posiblemente cirrosis, debido a su afición a la bebida. Entre las obras realizadas este año destaca Naranjas y limones, una peculiar representación del tradicional bodegón. Frente al frío bodegón de frutas y flores, Romero nos presenta una representación mixta de figura humana y naturaleza muerta. La modelo profesional de origen francés Asunción Boue aparece con el torso desnudo, sosteniendo entre sus manos y su pecho unas naranjas, formando parte así la fruta del protagonismo de la composición. Los limones que dan título a la obra serían los pechos de la mujer. De esta manera, el maestro representa el erotismo femenino, insinuante, con las frutas tapándose o tratando de taparse el pecho, sugiriendo más que mostrando. Técnicamente, Romero sigue haciendo gala de su exquisito dibujo, de un acentuado interés por los pliegues, de los contrastes entre luces y sombras provocados por una intensa luz dorada, trabajando con un sfumato que recuerda al Renacimiento mientras que los paños mojados son una referencia evidente al clasicismo griego. Un vez más, se pone de manifiesto la modernidad de las obras de Romero, a pesar de que durante mucho tiempo han sido vistas como un poso retrógrado en el arte español, especialmente por su folclorismo.


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Machaquito. Autor: Julio Romero de Torres, c. 1911. Óleo sobre lienzo, 165 x 104 cm. Museo de Bellas Artes de Córdoba. Tras pasar las Navidades de 1910 en Madrid, Romero de Torres regresa a Córdoba, donde frecuenta los ambientes bohemios y las tertulias de los cafés Suizo, La Perla, Colón y Gran Capitán, asistiendo con asiduidad al Club Guerrita. En este lugar conoce al torero Rafael González Madrid, más conocido como "Machaquito". Fruto de esa amistad es este retrato en el que el matador aparece en primer plano, vestido con su traje de luces, recortado ante un simbólico fondo donde observamos una plaza y un torero brindando la muerte del toro. A la izquierda encontramos un monumento conmemorativo al toreo, mientras tras la plaza se alza la torre de una iglesia, el Puente Romano, la Torre de la Calahorra y la sierra cordobesa. El artista continúa mostrándose como un perfecto dibujante, sintiéndose atraído por las calidades de las telas y por la perspectiva, uno de sus grandes aciertos, mientras que el colorido es más claro que en obras precedentes, sin existir contrastes entre luz y sombra. El resultado es bastante óptimo pero carece de la fuerza de las obras finales.


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Córdoba cristiana, Poema de Córdoba. Autor: Julio Romero de Torres. 1913. Óleo sobre lienzo, 140 x 71 cm. Museo Julio Romero de Torres. El Poema de Córdoba es una de las obras más interesantes de Romero de Torres. Está compuesto en forma de retablo, formado por seis paneles de igual tamaño y uno central, superior al resto. En las ocho figuras que aparecen en el retablo y en los variados paisajes ideales que les sirven de fondo, el pintor ha querido interpretar el espíritu de su ciudad, a través de las diferentes épocas de la Historia. La esencia y la gran belleza del conjunto residen en el juego de símbolos que se encuentra en la correspondencia mujer-paisaje de fondo.

El panel central representa la Córdoba cristiana. Aparecen dos figuras femeninas bajo un arco, sosteniendo con sus manos un Triunfo de San Rafael, simbolizando de esta manera la devoción que todas las clases sociales cordobesas profesan a su Ángel Custodio. La figura de la mantilla es la modelo Adela Portillo, mujer del famoso guitarrista Andrés Segovia. La figura vestida con un mantón está encarnada por la modelo Rafaela Torres. El Triunfo de San Rafael es una obra de joyería en plata cordobesa que copia la figura de un cuadro de Valdés Leal. Al fondo contemplamos una plaza imaginaria, con fachadas de conocidas casas cordobesas y una fuente central; a lo lejos, el río Guadalquivir y el campo.

El Poema de Córdoba es la expresión de siete épocas espirituales e históricas de la ciudad. El pintor evoca al pasado y subraya cómo influye éste en la personalidad de las gentes cordobesas. Para ello, no duda en emplear su mejor arma pictórica: la mujer como símbolo, mujeres cordobesas con empaque y una fisonomía apropiadas a cada momento histórico. Para ello huyó, en la medida de lo posible, de las modelos profesionales, eligiendo a muchachas que se adecuaran al simbolismo que él intentaba representar, remarcado ese simbolismo con la estatua del personaje más popular de cada época relacionado con Córdoba.

En 1912 es nombrado miembro numerario de la Academia de Ciencias, Bellas Letras y Nobles Artes de Córdoba. El aumento de su prestigio, llevó al pintor cordobés a ser integrante de la tertulia de la Sagrada Cripta del Café de Pombo. Así mismo, frecuentaba con más asiduidad la tertulia de Fornos, donde se reunía con Valle-Inclán, entre otros. Su esperado triunfo en Madrid no llegó hasta 1915. Ese año, se presenta en la Exposición Nacional en una sala especial y sin opción a premio donde muestra, entre otras, el políptico Poema de Córdoba y La gracia, cuadro que junto con El pecado y Las dos sendas forma parte de una trilogía sobre el tema del amor místico y el amor profano, con la mujer como protagonista de esta dualidad.

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El Retablo, junto a El pecado, fue presentado por Romero a la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1915, colocándose en una sala especial sin opción a premio.


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Boceto del Poema de Córdoba. Julio Romero de Torres. 1913. Óleo sobre lienzo, 32 x 84 cm. Colección Carmen Thyssen-Bornemisza en préstamo gratuito al Museo Carmen Thyssen Málaga.

En torno a 1908, Romero de Torres da un significativo giro a su pintura, adoptando un nuevo lenguaje plástico que lo confirmará e identificará como pintor después de una progresiva evolución estética, constatada desde sus primeras obras aún a fines del siglo XIX. Como era habitual entre sus contemporáneos, frecuenta las Exposiciones Nacionales y acomete algunas de sus grandes composiciones simbólicas, como Amor sagrado y Amor profano (Córdoba, colección Cajasur), Nuestra Señora de Andalucía (Córdoba, Museo Julio Romero de Torres), el Retablo del amor (Barcelona, Museo Nacional de Arte de Cataluña) o la Consagración de la copla(Córdoba, Grupo Prasa), realizados entre 1908 y 1912.

Hacia 1913 comienza elPoema de Córdoba (Córdoba, Museo Julio Romero de Torres), que presentó junto con otras catorce pinturas a la Exposición Nacional de 1915. Es ésta, sin duda, una de las obras más expresamente simbólicas de toda la producción pictórica del artista y la mejor exaltación plástica de la ciudad. Resume en buena medida la relación del pintor con Córdoba, a la que siempre tuvo presente a pesar de los años transcurridos en Madrid.

Como punto de partida de la atractiva composición final, se conservan varios dibujos realizados a partir de 1906 en el Museo del Prado (Córdoba, Museo de Bellas Artes) y este interesante boceto, que manifiesta las coincidencias y diferencias entre la idea primera y la composición definitiva.

El Boceto del Poema de Córdoba presenta un formato marcadamente horizontal, resaltando las verticales impuestas por la división de las escenas y siete figuras femeninas –de las ocho que aquí pinta– de pie. De izquierda a derecha representa a Almanzor (posteriormente reconvertido en el Gran Capitán), san Pelagio, Maimónides, Séneca, Góngora y Lagartijo. Guerrero, santo, filósofos, escritor y torero que se reconocen como algunos de los personajes más sobresalientes de la historia local y que son trasladados a la composición definitiva identificados con la Córdoba guerrera,la Córdoba religiosa , la Córdoba judíaCórdoba cristiana, la Córdoba romana, la Córdoba barrocay la Córdoba torera , representadas cada una de ellas por sendas mujeres.

Mantiene prácticamente igual la distribución de las alegorías en el boceto y en la obra final, con las excepciones de un cambio de orden en la ubicación de la Córdoba religiosay la Córdoba barroca . En cuanto a la composición de las diferentes figuras, el cambio afecta de nuevo a estos dos paneles y al central, asociado con la Córdoba cristiana.

Repite Romero de Torres en esta singular composición alegórica el esquema formal de retablo, recurso compositivo de tradición cristiana que utiliza en otras obras como el Retablo del amor (Barcelona, Museo Nacional de Arte de Cataluña) o Santa Inés (Córdoba, Museo Julio Romero de Torres). Por acercarse más fielmente a la obra final, incluso añade en el boceto algunos trazos señalando lo que luego serían los marcos de madera dorada.

Para la Córdoba guerrera, asociada al Gran Capitán, usa como modelo a Dolores Castro, «Pirola la gitana», ataviada con un vestido ricamente bordado y semicubierta con un amplio mantón. Tras ella aboceta un monumento a Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán, que se completa en la composición final con parte de las fachadas del palacio de los Páez de Castillejo (actual Museo Arqueológico y Etnológico) y de la mezquita-catedral.

Siguiendo el boceto del Museo Carmen Thyssen Málaga, Julio Romero representa a san Pelagio, identificado con la Córdoba religiosa, para la que tuvo como modelo a Rafaela Ruiz, a la que pinta de frente, con vestido y mantilla negros y un libro entre sus manos. El fondo está ocupado por el apacible entorno de la plaza de Capuchinos. Modificadas la ubicación del panel y la postura de la figura femenina –que ahora cruza sus manos ante el pecho–, mantiene en la composición final la sobria fachada del convento capuchino y el famoso Cristo que también da nombre a la popular plaza, bajo el cual sitúa el sepulcro del obispo Osio.

Maimónides se identifica con la Córdoba judía, sirviéndole de modelo Amalia Fernández, «la Gitana». Repitiendo actitud y atuendo, cambia ligeramente el fondo, sustituye el paisaje por el Portillo de la calle de la Feria y la casa y fuente de la Fuenseca, delante de los cuales sitúa un hipotético monumento al médico y filósofo judío, asociando una vez más una serie de entornos urbanos físicamente muy distantes en la ciudad.

Para la escena central, de mayor altura que las restantes, sin identificación con ningún personaje en el boceto y asociada a la Córdoba cristiana en la pintura definitiva, tendrá como modelos a Adela Portillo, primera esposa del guitarrista Andrés Segovia, y a Rafaela Torres. Es aquí donde más diferencias se aprecian entre las dos versiones del Poema. Los fondos abocetados se transforman en dos edificios de clara tradición local, ante los cuales sitúa una fuente. Modifica las posturas de las mujeres de aspecto popular, una sentada y otra detrás de pie, en un homenaje al arcángel san Rafael, cuya figura en plata y oro –evocando la importancia y la tradición de la orfebrería cordobesa– copia de Valdés Leal, y es sostenida en alto por dos mujeres, una burguesa y otra popular que unifican la devoción de la ciudad a su custodio.

Adela Moyano encarnará a la Córdoba romana, asociada al filósofo Séneca. Repite similar vestido y mantón al usado en la Córdoba judía, cambiando sólo el color del mantón. Tras esta serena figura, un abocetado edificio que no será otro que la Puerta del Puente, conmemorativa de la entrada en la ciudad de Felipe II, y delante otro monumento imaginario dedicado a Séneca.

El gran poeta Góngora no podía dejar de ser quien simbolizara a la Córdoba barroca, para la que posó Encarna Rojas. Cambia aquí sustancialmente la composición de la figura femenina, que de estar en el boceto casi de frente y con un libro entre sus manos pasa a mantener los brazos recostados sobre un alto pretil en el que descansa un mantón negro. Al fondo, los barandales de la ribera sobre el Guadalquivir, algunos edificios y de nuevo el repetido monumento al personaje homenajeado.

En el último de los paneles, la Córdoba torera simbolizada por uno de los califas del toreo cordobés, Lagartijo. Su modelo sería ahora Ángeles Muñoz, envuelta en un sugestivo mantón rojo y al fondo la plaza de la Corredera, tan ligada a los orígenes de la fiesta de los toros en la ciudad, y en ella el mismo monumento a Lagartijo que poco antes pintó en Machaquito como apoteosis del toreo cordobés (Córdoba, Museo de Bellas Artes).

Una mujer, cuya composición en algún caso retoma de obras anteriores como Flor de santidad (Córdoba, Museo Julio Romero de Torres) o el cartel de la Feria de Córdoba de 1913; un imaginario monumento conmemorativo a grandes personajes cordobeses; una peculiar interpretación del urbanismo cordobés, pues los edificios de las pinturas de Julio Romero a menudo son reales, pero no así su ubicación en la trama urbana de la ciudad; y la aparición de pequeñas escenas o figuras secundarias que se repiten en otras de sus pinturas, son los nexos de unión entre estas siete alegorías de Córdoba.


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Monja. Julio Romero de Torres. 1911. Óleo sobre lienzo, 50 x 35 cm. Colección Carmen Thyssen-Bornemisza en préstamo gratuito al Museo Carmen Thyssen Málaga.

En torno a 1910 comienza a consolidarse la fama que, años más tarde, llevaría a la cúspide a Julio Romero de Torres. Pese a ello, su ascendente prestigio no venía avalado por el reconocimiento de su obra en la Exposición Nacional de ese año, ya que la recompensa obtenida por Musa gitana (Madrid, Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía) en la de 1908, no se repite ahora cuando presenta, entre otras, una de sus pinturas más sugerentes y simbólicas, el Retablo del amor (Barcelona, Museo Nacional de Arte de Cataluña). Esta falta de reconocimiento oficial provocó la indignación de un nutrido círculo de más de cien intelectuales con una protesta escrita presentada ante el Ministerio de Instrucción Pública por Cristóbal de Castro (1874-1953). Protesta que, ya en 1911, le valió la concesión de la encomienda de la orden de Alfonso XII y su nombramiento como Inspector y Comisario Regio en la Exposición Internacional de Roma.

Por la dedicatoria parece lógico pensar que como reconocimiento a su amigo el escritor, traductor, político y pionero feminista Cristóbal de Castro, quien varias veces escribiera sobre el pintor, éste le dedicara con motivo de su boda en el mismo 1911 este delicado retrato de una monja. La relación de Castro y Romero de Torres no se limita a esos reivindicativos momentos, sino que perdura con la familia a lo largo de los años y prueba de ello son los retratos que le hace al propio Castro, a su esposa, la actriz teatral Adela Carboné, y a su hijo, Horacio de Castro Carboné, o la correspondencia mantenida con Enrique Romero de Torres como Director del Museo de Bellas Artes de Córdoba.

Queda por definir el motivo por el cual el regalo de bodas del pintor al escritor sea esta Monja. Es éste un tema que en esas fechas había despertado el interés del maestro al comenzar una larga serie de pinturas con diversas representaciones de monjas, casi todas franciscanas de blancas o negras tocas, que suponen una singular estética y extemporánea iconografía en relación con otros pintores de su época. Interés y repetición de la iconografía que ha llevado a que se considere a estas monjas como uno de los arquetipos femeninos de la pintura de Romero de Torres.

A partir de la representación de La mística, del Retablo del amor de 1910 y hasta llegar a la Monjita (Córdoba, Museo Julio Romero de Torres), que dejó inacabada a su muerte en 1930, Romero lleva novicias y profesas a algunas de sus pinturas de esos años, como Pidiendo para la Virgen, Las dos sendas (Córdoba, Grupo Prasa), La niña de las monjas, La consagración de la copla (Córdoba, Grupo Prasa) o La Gracia (Córdoba, Museo Julio Romero de Torres), realizadas entre 1911 y 1913, y retoma el motivo en el sugerente Baño de la colegiala, de 1925, y en La Virgen de los Faroles (Córdoba, Museo Julio Romero de Torres), de 1928.

Curioso es resaltar que no aparecen monjas en las escasas muestras de sus pinturas religiosas –pinturas murales de la parroquial de Porcuna, capilla de la familia Oriol en Madrid, La Magdalena (Córdoba, Museo Julio Romero de Torres), Santa Inés (Córdoba, Museo Julio Romero de Torres) y pocos ejemplos más–, sino que están presentes en algunas otras de temática claramente profana o con títulos de vagas reminiscencias piadosas, en cuyas composiciones suele identificar a la monja con el amor místico –que no beato–, a pesar de una concepción ciertamente heterodoxa de obras como el Retablo del amor o La consagración de la copla. Elige igualmente esta iconografía para retratos individualizados, de clara inspiración en las composiciones del Renacimiento italiano, como éste conservado en el Museo Carmen Thyssen Málaga, de 1911, o el del Museo Julio Romero de Torres, de 1930.

La composición está centrada por el retrato de medio cuerpo de una joven novicia, con un rosario colgando de su mano derecha sobre un fondo neutro, repitiendo en el ángulo superior derecho algunos de los elementos paisajísticos y arquitectónicos tan queridos por el maestro cordobés, como cipreses y arcadas de un patio con tejadillo, en esa evocación de la arquitectura y urbanismo de su ciudad natal que Romero traslada reiteradas veces a sus lienzos.


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La Feria de Córdoba. Julio Romero de Torres. 1899-1900. Óleo sobre tabla, 72 x 48 cm. Colección Carmen Thyssen-Bornemisza en préstamo gratuito al Museo Carmen Thyssen Málaga.

Desde que en 1889 Julio Romero de Torres realizase la Cabeza de árabe (Madrid, colección Pellicer), primera de sus obras fechada, aunque no la primera de entre las conocidas, hasta La chiquita piconera de 1930 (Córdoba, Museo Julio Romero de Torres), numerosísimas son las pinturas que el maestro cordobés ejecutó. Sin embargo, en este dilatado período de tiempo y en el abundante catálogo de su producción no todas sus pinturas han alcanzado un interés similar.

Su actividad ha estado tradicionalmente dividida en dos etapas diferenciadas en lo conceptual y estético. Una primera, hasta hace relativamente pocos años bastante desconocida, en que su pintura se encauza por derroteros estéticos muy parejos a los de sus contemporáneos españoles, y una segunda –a partir de 1908– en que la obra de Romero de Torres adquiere una singular y personalísima apariencia que, fácil y rápidamente, lleva a identificar su pintura casi al primer golpe de vista, habiendo sido ésta relacionada –con muy diversa fortuna– con movimientos artísticos como el simbolismo, el modernismo o el prerrafaelismo.

En ambos períodos el interés por la representación plástica de la feria de mayo de su ciudad natal fue una constante, que se pone de manifiesto en bastantes de los carteles, acuarelas y dibujos realizados al menos entre 1896 y 1916, o en su participación con diferentes ilustraciones en la revista La Feria de Mayo en Córdoba. A ello hay que añadir esta preciosista tabla adquirida en 1997 para la Colección Carmen Thyssen-Bornemisza, y actualmente expuesta en el Museo Carmen Thyssen Málaga, en el que también se conservan otras tres interesantes obras del maestro cordobés, la Monja, de 1911, el Boceto para el Poema de Córdoba, de hacia 1913 y La Buenaventura, de 1922.

A la que se ha dado en denominar primera época del artista cordobés, pertenece La Feria de Córdoba, conocida en algún momento anterior –por fotografías conservadas en la colección Romero de Torres anexa al Museo de Bellas Artes de Córdoba– como Alegrías, título que el artista repite en alguna otra de sus pinturas de época muy posterior, como la conservada actualmente en el Museo Julio Romero de Torres de Córdoba, de 1917.

De una parte de la composición de la tabla se conserva un ligero apunte a lápiz, denominado Alegrías (Córdoba, Museo de Bellas Artes), en el que se aprecia en primer término un hombre sentado y en un plano posterior un grupo de mujeres también sentadas, todos ellos en clara relación con algunas de las figuras representadas en La Feria de Córdoba.

A medio camino entre una escena al aire libre y las ligeras insinuaciones arquitectónicas marcadas por la estructura de hierro de la caseta municipal en el antiguo recinto ferial del Paseo de la Victoria de Córdoba, sitúa el pintor una de las escenas que se repiten como constante invariable de las ferias andaluzas aún hoy, el baile.

Romero de Torres centra parte de la composición en las airosas figuras de dos mujeres bailando bajo la efímera arquitectura de hierro y los luminosos toldos o «velas» blancas de una caseta de feria. Sobre un fondo de vegetación que marca el cierre de un verde horizonte salpicado de pequeños círculos blancos, apenas insinuados para evocar las guirnaldas de farolillos que iluminan el recinto ferial. El detallismo de ciertos elementos del primer término, como las texturas de algunos tejidos, abanicos, madroños o flores, contrastan con lo abocetado de las figuras del fondo, cuyos rostros –según se van alejando del espectador– ni siquiera han sido pintados, quedando sólo sugeridos por ligeros volúmenes.

La luz y el color son dos de las preocupaciones fundamentales del artista en estos años. Luz intensa que matiza en la gradación de los diferentes blancos usados con delicadeza en los toldos y las nubes o en los atuendos de algunas de las figuras. El rojo de la blusa de la mujer sentada en una silla, en primer término, y los azules y verdes de vestidos y arbolado, sitúan a Romero de Torres entre los pintores más sobresalientes de su época, aquéllos que, como Sorolla, reflejan en sus lienzos y tablas una intensidad de color de fuerte trascendencia y de la que el maestro cordobés se alejaría progresivamente en la denominada segunda etapa de su pintura.

Distintas fechas se barajan para la datación de La Feria de Córdoba. La primera de ellas, aportada por José M.ª Palencia al analizar el tenue dibujo preparatorio, sitúa la pintura hacia 1897, dentro de los límites de 1895 y 1900 en que se publica al ser subastada la obra en 1997, y que es retrasada hacia 1903 en los catálogos de algunas de las últimas exposiciones en que ha figurado.

El análisis técnico y estético de la pintura permite situarla en torno a 1900, guardando ciertas similitudes con La siesta (Córdoba, colección particular), fechada en 1900, Pereza andaluza (Córdoba, Museo de Bellas Artes), A la amiga (Oviedo, colección Masaveu) o Bendición Sánchez (Córdoba, Museo de Bellas Artes), realizadas todas ellas entre 1900 y 1905 y en las que el interés por la luz y el color están presentes con tratamientos similares. Será oportuno, por tanto, mantener la datación de La Feria de Córdoba entre los cortos límites cronológicos de 1899 y 1900, alejándose totalmente de lo que tan sólo dos años antes, en 1897, realiza en Conciencia tranquila (Oviedo, Museo de Bellas Artes de Asturias).

Son estos últimos años del siglo de suma importancia en el desarrollo artístico y personal de Julio Romero de Torres. Se producen los primeros reconocimientos importantes a sus pinturas con los premios obtenidos con Mira qué bonita era (Córdoba, Museo Julio Romero de Torres), de 1895, y la mencionada Conciencia tranquila, de 1897. Triunfos que discurren paralelos a destacados momentos vitales marcados por los fallecimientos de su padre y de su hermano Rafael, la denegación de una beca para ampliar estudios en Roma, su matrimonio y el nacimiento de los primeros hijos o el inicio de su carrera docente.

Tanto en la estructura y grafía de su firma como en el concepto y estética de sus pinturas, en la producción del maestro cordobés hay dos momentos bien definidos. Uno primero en el que firma con letras minúsculas, en las que se aprecian ligeras variantes desde sus primeras obras de adolescente y que va evolucionando razonablemente en la grafía y en el desarrollo del nombre y los apellidos, hasta llegar a un segundo modelo de rotundas letras capitales, con las que firma la mayoría de sus obras de madurez, aquéllas con las que su nombre ha sido comúnmente identificado.

Sin embargo, el análisis de esta firma no llega a poder establecer una datación más precisa de la pintura, ya que su grafía y su estructura son idénticas a las usadas en obras como la ya citada Conciencia tranquila, de 1897, o Mal de amores (Córdoba, Museo de Bellas Artes), considerada de hacia 1905.


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La Buenaventura. Julio Romero de Torres. 1922. Óleo sobre lienzo, 106 x 163 cm. Colección Carmen Thyssen-Bornemisza en préstamo gratuito al Museo Carmen Thyssen Málaga.

Tras las significativas composiciones realizadas desde 1908 en los comienzos de su reconocimiento como pintor, Romero de Torres sigue una trayectoria de indiscutible ascenso en lo personal y artístico. Ascenso que se prolongará hasta su muerte, en un interesante fenómeno de carácter sociológico de adoración por igual desde las clases populares e intelectuales, alcanzando una reconocible identificación de un pintor con su obra como pocas veces sucede.

El año 1922 fue uno en el que obtuvo mayores triunfos, al realizar en la Galería Witcomb de Buenos Aires una exposición que le supuso un considerable éxito y en el que mucho tuvo que ver su amigo Valle-Inclán. La venta de todas las obras expuestas –salvo dos que se reservó por motivos personales–, los numerosos encargos que ejecuta durante los meses que residió en la capital argentina y los repetidos homenajes que culminan con su nombramiento como hijo predilecto de Córdoba, supondrán un espaldarazo definitivo para su consagración.

En ese año se data La Buenaventura, que pudo pintar durante la estancia bonaerense, hipótesis que se establece por la permanencia de la obra en una colección argentina y no figurar en la exposición de 1922, aunque sí en otra de 1943 celebrada en la misma galería.

Sobre el alfeizar de una ventana, dos mujeres sentadas, de perfil y con similar protagonismo, simbolizan la dualidad tantas veces presente en sus pinturas, como Amor sagrado y Amor profano (Córdoba, colección Cajasur), Ángeles y Fuensanta (Córdoba, Museo Julio Romero de Torres) o Humo y azar (Madrid, colección particular). A la derecha, una de ellas, con atuendo popular y las piernas recogidas hacia atrás, no parece que consiga –ni siquiera mostrándole el cinco de oros– atraer la atención de la otra joven que descansa sobre el propio alfeizar, mientras su gesto denota una manifiesta melancolía que trasluce una preocupación amorosa.

Tras ellas, Córdoba, representada ahora por la casa y fuente de la Fuenseca, el Cristo de los Faroles y el palacio del Marqués de la Fuensanta del Valle, en cuya puerta aparece una mujer envuelta en un mantón rojo y recostada en el quicio, recurso compositivo que usará en varias ocasiones desde Mal de amores (Córdoba, Museo de Bellas Artes), de hacia 1905.

Alinea, como telón de fondo, los edificios y el monumento, sin importarle que en realidad se encuentran muy alejados entre sí, como sucede en el Boceto del Poema de Córdoba (p. *).

Y de nuevo, entre la buenaventura y el paisaje urbano del fondo, una escena abocetada y secundaria: una mujer que quiere retener a un hombre, en relación con el motivo principal de la pintura: el amor, o mejor, el desamor.

Es ésta una pintura de compleja lectura que quizá se podría resumir en la tristeza de una joven enamorada de un hombre casado –circunstancia de cuyo peligro le avisa la echadora de cartas–, al que en segundo plano intenta retener su esposa, quedando ésta abandonada, en un tercer plano, en el quicio de la puerta.

Analizando la composición y el tema de La Buenaventura se hace necesaria la comparación con otras obras de Romero de Torres, lo que lleva a considerar el valor de la «repetición» en la pintura del maestro cordobés. La primera repetición se da en el propio título, pues se menciona entre sus pinturas otro lienzo igualmente conocido como La Buenaventura.

En cuanto a la composición, la similitud más evidente se encuentra con el retrato de Conchita Torres (Madrid, colección particular), realizado hacia 1919-1920. A Conchita, sentada aquí también sobre un alfeizar, le invierte la postura, con escasas variantes que se limitan al atuendo y la mirada, convirtiéndola en una joven a la que acecha un doloroso mal de amores. Falta la otra figura femenina, pero de nuevo se repite el fondo arquitectónico y el paisaje, con la sola ausencia del Cristo de los Faroles y la modificación de la escena secundaria.

Ese fondo arquitectónico se encuentra con ligeras variantes en Flor de santidad (Córdoba, Museo Julio Romero de Torres) de 1910 o en La saeta (Córdoba, colección Cajasur) de 1918; individualizando los edificios representados volvemos a Socorro Miranda (Córdoba, Museo de Bellas Artes) de hacia 1911 o al Poema de Córdoba (Córdoba, Museo Julio Romero de Torres) que se fecha en 1913.

La mujer arrodillada y con los brazos extendidos de la escena secundaria repite la postura, aunque invertida, de una figura muy similar que pintó en 1920, en la parte superior de Santa Inés (Córdoba, Museo Julio Romero de Torres), uno de los dos cuadros que no vendió en la exposición de Buenos Aires, por ser muy querido para la madre del pintor, pese a las tentadoras ofertas del Gobierno argentino.

Dos mujeres –sentadas o recostadas sobre distintas bases, amigas o enfrentadas, rubias o morenas, burguesas o rurales, místicas o profanas, vestidas, semidesnudas o desnudas– serán protagonistas recurrentes en el cartel de la Feria de Córdoba de 1916, Musidora (Buenos Aires, Museo Nacional de Bellas Artes) o Los celos (Buenos Aires, colección J. Rodolfo Bernasconi), ambas de 1922, Humo y azar (Madrid, colección particular) de hacia 1922-1923, al igual que Mujeres sobre mantón (Córdoba, Museo de Bellas Artes) y, cómo no, en La Buenaventura.

Como puede apreciarse, es continuo su interés por la iconografía femenina, y en esos años además son frecuentes los lienzos de formato horizontal con dos mujeres que amenizan su tiempo. Repite ese esquema desde las tempranas Ángeles y Fuensanta de 1907, al cartel de la Feria de Córdoba de 1916, Más allá del pecado, Musidora, La Buenaventura, Mujeres sobre mantón, Humo y azar (llamada también Jugando al monte), Seguiriya gitana (conocido durante años como Mal de amores) o La primavera, hasta llegar a La nieta de la Trini, de 1929, ya al final de su vida.

El reflejo de la moda femenina de la época aparece en algunas de estas pinturas, y así queda patente en los zapatos de muchas de sus mujeres, en esas medias de seda que se estaban imponiendo y eran tan codiciadas, en los modernos jerséis de malla verdes o amarillos y el peinado, en ocasiones a lo garçon o de suaves ondas y largas trenzas, que lucen esas modelos que el maestro cordobés tan bien supo inmortalizar.

La baraja de cartas, aun con muy distinto significado que en el lienzo aquí estudiado, será asimismo un elemento repetido en otras obras: La Sibila de las Alpujarras (Córdoba, Museo Julio Romero de Torres) de 1911, Humo y azar, pintada en 1923 para decorar el estanco y administración de loterías de la madrileña calle de Alcalá, La carta (Madrid, colección particular), Cabeza de vieja (Córdoba, Museo Julio Romero de Torres) de 1928, y pudo tener la intención de incluirla en la inacabada Mujeres sobre mantón.

La firma, en letras capitales, se corresponde plenamente con la grafía que usa en su época de madurez, como se ha analizado en diferentes pinturas y carteles del maestro, como La Feria de Córdoba, conservada en el malagueño Museo Carmen Thyssen (p. *).

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megaurbanismo
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Re: JULIO ROMERO DE TORRES

Mensaje por megaurbanismo » Mar, 30 Nov 2021, 18:21

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¡Mira qué bonita era! Autor: Julio Romero de Torres. 1895. Óleo sobre lienzo, 148 x 213 cm. Museo Reina Sofía.

Con esta obra de carácter impresionista se da a conocer Julio Romero de Torres oficialmente en la Exposición Nacional de 1895, en la que obtuvo una Mención Honorífica. La escena que inspiró este lienzo, fue un hecho sencillo y cotidiano: en el popular barrio de Santa Marina, murió una joven de quince años. Julio Romero de Torres la vio en el ataúd y decidió pintar a la joven muerta en la habitación rodeada de sus parientes.

Este lienzo reúne los tres aspectos que conmoverían más profundamente el espíritu de nuestro pintor: la mujer, la muerte y la copla. De ésta última, concretamente de una conocida soleá, es de donde el pintor obtiene el título de esta obra: ¡Mira qué bonita era!

Influenciado especialmente por el tipo de pintura realista de su padre y de su hermano Rafael, que años antes tomó también el tema de la muerte. Los temas que salieron de su paleta en estos años hasta su definitivo rumbo, abordan asuntos de contenido social dentro de un mismo estilo que caracterizan y definen los comienzos del pintor.

La escena representa a una joven que yace muerta en su ataúd, rodeada de familiares, que lloran a su alrededor. La iluminación de la escena procede de una ventana situada a la izquierda, por la que también se asoma un muchacho desde el exterior de la estancia. Custodiando el féretro, se encuentran dos velas que parecen a punto de apagarse por el viento que entra a través de la ventana.


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Lectura. Autor: Julio Romero de Torres, c. 1900-1910. Óleo sobre papel pegado a lienzo, 95 x 160 cm. Museo Reina Sofía.


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Ysolina Gállego de Zubiaurre. Autor: Julio Romero de Torres. 1910 (Córdoba). Óleo y temple sobre lienzo, 167 x 95 cm. Museo Reina Sofía.


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Conciencia tranquila. Autor: Julio Romero de Torres. 1897. Óleo sobre lienzo, 310 x 225 cm. Museo Reina Sofía.


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Las aceituneras. Autor: Julio Romero de Torres, c. 1903-1904. Óleo sobre lienzo, 190,5 x 261 cm. Museo Reina Sofía.


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Manola. Autor: Julio Romero de Torres, c. 1900-1910. Óleo y temple sobre lienzo, 101,5 x 50 cm. Museo Reina Sofía.


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Boceto para el retrato de Ysolina Gallego de Julio Romero de Torres. 1910. Óleo y temple sobre lienzo. Expuesto en el Museo Julio Romero de Torres de Córdoba.


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Conchita Triana de Julio Romero de Torres. 1924. Óleo sobre lienzo. 105 x 85 cm. Expuesto en el Museo Julio Romero de Torres de Córdoba.


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La argentinita de Julio Romero de Torres. 1915. Óleo y temple sobre lienzo. 38 x 32 cm. Expuesto en el Museo Julio Romero de Torres de Córdoba .


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Nuestra Señora de Andalucía de Julio Romero de Torres. 1907. Óleo y temple sobre lienzo. Expuesto en el Museo Julio Romero de Torres de Córdoba


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Ángeles y Fuensanta de Julio Romero de Torres. 1909. Óleo y temple sobre lienzo. 99 x 119 cm. Expuesto en el Museo Julio Romero de Torres de Córdoba


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Retrato del Doctor Jesús Torrellas. 1895. Óleo sobre lienzo. 125 x 105 cm. Diputación de Córdoba


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Pereza Andaluza. 1900. Óleo sobre lienzo. Museo de Bellas Artes. Córdoba


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Conciencia tranquila. 1897. Óleo sobre lienzo. 310 x 221,5 cm. Museo de Bellas Artes de Asturias. Oviedo


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Horas de angustias. 1900. Óleo y temple sobre lienzo. 166 x 96 cm. Museo Julio Romero de Torres. Córdoba


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Mujer asomada a la puerta del jardín. Óleo sobre lienzo. 72 x 47 cm. Colección particular


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Esperando. 1905. Óleo sobre lienzo. 166,5 x 98 cm. Abadía de Montserrat. Barcelona


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La morita. 1903. Óleo sobre lienzo. 50 x 45 cm. Colección particular


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Canto de amor

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El genio y la inspiración. 1905. Mural

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Sin título. 1905. Centro de la Amistad de Córdoba. Córdoba


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Cartel. 1916. Óleo y temple sobre lienzo. 110 x 165 cm. Museo Julio Romero de Torres. Córdoba


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Cartel. 1913. Óleo y temple sobre lienzo. 212 x 130 cm. Museo Julio Romero de Torres. Córdoba


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Cartel. 1912. Óleo y temple sobre lienzo. 212 x 130 cm. Museo Julio Romero de Torres. Córdoba


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Celos. 1907-1908. Óleo y temple sobre lienzo. 72 x 94 cm


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Celos. 1920. Óleo sobre lienzo. 81,5 x 104 cm


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La consagración de la copla. 1912. Óleo y temple sobre lienzo, 230 x 290 cm. Museo de Bellas Artes de Córdoba


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Nocturno. 1930. Óleo y temple sobre lienzo. 140 x 168 cm


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Amor sagrado, amor profano. 1908. Óleo sobre lienzo. 168 x 139 cm. Colección Cajasur. Córdoba


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Retablo del amor. 1910. Óleo y temple sobre lienzo, 398 x 284 cm. Museo Nacional de Arte de Cataluña, Barcelona


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Las Dos Sendas. 1915. Óleo y temple sobre lienzo. 170 x 140 cm


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La copla. 1927. Óleo y temple sobre lienzo, 188 x 82 cm. Museo Julio Romero de Torres, Córdoba


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Carmen de Córdoba. 1917-1920. Óleo y temple sobre lienzo, 96 x 130 cm. Colección particular


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Contrariedad. 1919. Óleo y temple sobre lienzo, 65 x 49 cm. Museo Julio Romero de Torres, Córdoba


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Carcelera. 1918


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Las hermanas de Santa Marina. 1925. Óleo y temple sobre lienzo, 119 x 89 cm. Caja Rural de Córdoba


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La chica de la navaja, h. 1920. Óleo y temple sobre lienzo, 120 x 105 cm


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La primavera. 1925. Óleo y temple sobre lienzo, 110 x 181 cm. Colección particular


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Rivalidad. 1925-1926. Óleo y temple sobre lienzo, 170 x 140 cm. Fundación Prasa


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Muxidora, c. 1922. Óleo y temple sobre lienzo, 112 x 177 cm. Museo Nacional de Bellas Artes, Buenos Aires, Argentina


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La Virgen de los faroles. 1928. Óleo sobre lienzo, 160 x 107 cm. Museo Julio Romero de Torres, Córdoba


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La muerte de Santa Inés. 1920. Óleo y temple sobre lienzo, 152 x 258 cm. Museo Julio Romero de Torres, Córdoba


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Magdalena. 1920. Óleo sobre lienzo, 56 x 79 cm. Museo Julio Romero de Torres, Córdoba


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Salomé. 1926. Óleo y temple sobre lienzo, 72 x 92 cm. Museo Julio Romero de Torres, Córdoba


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Samaritana. 1920. Óleo sobre lienzo, 108 x 88 cm. Museo Julio Romero de Torres, Córdoba


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Amparo. 1920. Óleo sobre lienzo, 96,2 x 95,5 cm


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Retrato de Amalia Romero de Torres. 1917. Óleo sobre lienzo, 48 x 44 cm. Museo Julio Romero de Torres, Córdoba


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Pastora Imperio. 1913. Óleo sobre lienzo, 92 x 66 cm. En el cuadro aparece la bailaora Pastora Imperio, a quien pintaría en más ocasiones. Esta obra fue presentada a la Exposición Nacional de 1912


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Ángeles. 1928. Óleo y temple sobre lienzo. 32 x 21 cm. Museo Julio Romero de Torres. Córdoba


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Bendición. 1926. Óleo y temple sobre lienzo. 30 x 23 cm


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Cabeza de vieja. 1928. Óleo y temple sobre lienzo. 42 x 34 cm. Museo Julio Romero de Torres. Córdoba


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Cabeza sin terminar. 1928. Óleo y temple sobre lienzo. 30 x 30 cm

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Cabeza de santa. 1925. Óleo y temple sobre lienzo. 48 x 60 cm. Museo Julio Romero de Torres, Córdoba

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Carmen. 1928. Óleo y temple sobre lienzo. 46 x 34 cm. Museo Julio Romero de Torres. Córdoba


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Carmen. 1915. Óleo sobre lienzo. 70 x 92 cm. Colección PRASA. Córdoba


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La Salud. Óleo sobre lienzo, 121 x 82 cm


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Ofrenda al arte del toreo. 1929. Óleo y temple sobre lienzo, 144 x 76 cm. Museo Julio Romero de Torres, Córdoba


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La esclava. 1928. Óleo y temple sobre lienzo, 84 x 63 cm. Colección Arturo Uriarte, Argentina


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Retrato de Alfonso XIII. 1905. Óleo sobre lienzo, 128 x 93 cm. Museo Julio Romero de Torres, Córdoba. Propietario: Diputación de Córdoba


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Viva el pelo. Obra de Julio Romero de Torres, 1928. Óleo y temple sobre lienzo, 26 × 20 cm. Museo Julio Romero de Torres, Córdoba. En este cuadro, el peinado, en este caso un moño sujeto por un peinecillo rojo, adquiere la mayor importancia que en el arte de la pintura se le haya dado nunca al pelo.1 Josefa Suárez Paria fue la joven que sirvió de modelo para la realización de la obra.


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Julio Romero de Torres trabaja en un cuadro en su estudio madrileño.

Su padre

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Rafael Romero Barros. Autorretrato, c. 1865

Rafael Romero Barros (1832-1895), pintor, escritor de prensa y líder sindical. Fue maestro y padr de pintores: Rafael Romero de Torres (1865-1898), Enrique Romero de Torres (1872-1956) y Julio Romero de Torres (1874-1930) que sería el miembro de la familia más célebre, donde alcanzaría la fama y el reconocimiento.

Rafael Romero Barros (Moguer, 30 de mayo de 1832 - Córdoba, 2 de diciembre de 1895) fue un pintor español. Padre y profesor del también pintor Julio Romero de Torres.


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Rafael Romero Barros, hacia 1894, rodeado por sus alumnos.

Nació el 30 de mayo de 1832 en la casa paterna de la calle Jilascura de (Moguer). Su padre, Rafael Romero, era un humilde trabajador. Con tan solo tres meses, sus padres se trasladaron a Sevilla por razones laborales. A los doce años cursa estudios en la Universidad Literaria de Sevilla, estudiando Latinidad y Filosofía entre los años 1844 y 1847. Las clases de Retórica y Poética le fueron impartidas por Francisco Rodríguez Zapata. Este fue su maestro y el hombre que logró darle una formación literaria suficiente para que Rafael Romero se defendiera con la pluma con evidente soltura, como lo demostrará en la gran cantidad de escritos que se conservan, tanto de corte artístico como literario. Las clases de Historia Natural le fueron impartidas por el catedrático don Antonio Machado, abuelo del poeta Antonio Machado, que le enseñaría a amar la naturaleza. Poesía y naturaleza serán, pues, dos características principales, perceptibles desde entonces en su obra. Completa su formación intelectual el aprendizaje técnico de la pintura.


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Rafael Romero Barros - Bodegón de naranjas. 1863. Óleo sobre lienzo. 68 x 54 cm. Museo de Bellas Artes de Córdoba.

Por estas fechas inicia sus primeros balbuceos pictóricos, en serio, con el paisajista sevillano Manuel Barrón y Carrillo, conviviendo con los artistas y amigos Valeriano Domínguez Bécquer, Antonio Cabral Bejarano, José Roldán Martínez, Manuel Rodríguez de Guzmán, los hermanos García espaleto. De su maestro tomará bastantes influencias; una de ellas decisiva en el posterior desarrollo pictórico de Rafael, se trata del gusto por el paisaje. El mismo Barrón le trasladará la influencia de Villaamil, David Roberts y los paisajistas ingleses. Años más tarde contraerá matrimonio con la sevillana Rosario Torres Delgado, fruto del cual son sus seis hijos: Eduardo, Carlos, Rafael, Enrique, Rosario, Fernando, Julio y Ángela. Hay que destacar la vocación de padre de Romero Barros. Lo demostró a lo largo de toda su vida, ya que en todo momento se preocupó de que sus hijos consiguieran una buena posición y pleno éxito en sus actividades.

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Rafael Romero Barros - Estudio del pintor, 1875. Óleo sobre lienzo. 34 x 45 cm. Colección particular. Sevilla.

De espíritu extremadamente sensible, llegó a interesarse por el arte en todas sus facetas. Pintura y docencia son actividades que ya no abandonará nunca, a las que unió sus facetas como restaurador y conservador y crítico de arte.

En 1862 marchó a Córdoba para dirigir el Museo Provincial de Pintura. Fundó la Escuela de Música y de Escuela Provincial de Bellas Artes, organizando y dirigiendo además el Museo Arqueológico. Fue un autor prolífico escribiendo numerosos artículos que publicaba en la prensa diaria y en diversas revistas especializadas.


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Rafael Romero Barros - Rincón de la huerta de San Antonio. 1874-1875. Óleo sobre lienzo. 35.5 x 36.5 cm. Museo de Bellas Artes. Córdoba

Fue maestro de una gran cantidad de artistas cordobeses como sus hijos Rafael, Enrique y Julio Romero de Torres, Mateo Inurria, Hidalgo de Caviedes, Villegas Brieva, Tomás Muñoz Lucena, Juan Montis, Serrano Pérez, y una larga lista de once de orfebres y artesanos que vieron un renacimiento en la nobleza de sus oficios al recibir la savia del humanista y enciclopédico saber del maestro moguereño. Debido a su nivel cultural, así como a su conocimiento de la realidad social, tomó parte activa en la Asociación de Obreros Cordobeses, ocupando el cargo de Secretario hasta su muerte.

Al hilo de esta labor como profesor y director de escuela, de sus enseñanzas particulares y de su pasión por la escritura, Romero Barros será el encargado de conservar y restaurar las obras del pasado. Esta labor de restauradora la realizaba en salas habilitadas en el propio Museo. Restauró obras de Valdés Leal, Palomino, Saravia, Antonio del Castillo, Rivera, Zambrano, Alfaro , etc. También se ocupaba de hacer copias de estos maestros; la más conocida es la que hizo de Antonio del Castillo, titulada “Calvario”. Pero sin duda, la restauración más importante que dirigió fue la de la imagen de la Virgen de Linares, data da en el siglo XIII.


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Maja, c. 1865-70. Óleo sobre lienzo, 103 x 74,50 cm. Museo de Bellas Artes de Córdoba. Obra de Rafael Romero Barros. Ejemplo típico del género costumbrista en Romero Barros es esta obra que tiene el rostro de Rosario de Torres - su mujer - como protagonista y el paisaje serrano cordobés del Santuario de Nuestra Señora de Linares como fondo. El estudio grafológico de su firma demuestra que es obra del primer momento de su llegada a Córdoba, todavía cuajada de reminiscencias sevillanas. Es obra, por tanto, fechable hacia 1865-1870 y sirvió de modelo a copiar por los alumnos de la Escuela Provincial de Bellas Artes.


Sus hermanos


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Retrato de Rafael Romero de Torres, Publicado en 1954 en el Diario Córdoba.

Rafael Romero Barros, pintor español nacido en Córdoba en 1865 y fallecido el 29 de julio de 1898 a los treinta y tres años. Era hijo del afamado pintor y escritor Rafael Romero Barros y hermano del célebre pintor Julio Romero de Torres, y del también pintor Enrique Romero de Torres. Como sus hermanos y otros destacados pintores fue discípulo de su padre y de Dióscoro Puebla. La mayor parte de su producción se encuentra en el Museo de Bellas Artes de Córdoba.


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Rafael Romero de Torres - Colón saliendo de la Mezquita. 1892.


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Rafael Romero de Torres - El albañil herido o Los últimos sacramentos. 1890. Museo de Bellas Artes de Córdoba.


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Fotografía del pintor español Enrique Romero de Torres publicada en 1913

Enrique Romero de Torres (1872-1956) fue un pintor español, hijo de Rafael Romero Barros (1832-1895) y hermano de Julio Romero de Torres (1874-1930) y Rafael Romero de Torres (1865-1898), también pintores. A la muerte de su padre en 1895 se incorporó al Museo de Bellas Artes de Córdoba, siendo conservador restaurador hasta 1917 y director del museo hasta 1941, año en que pasó a ser director honorario. Publicó varios trabajos de investigación, como los Catálogos Histórico-Artísticos de las provincias de Cádiz y de Jaén. Fue miembro de la Real Academia de San Fernando, la Real Academia de la Historia, la Real Academia de Córdoba y la Real Academia de Sevilla. En 1943 fue nombrado Hijo Predilecto de Córdoba y en 1955 recibió la Gran Cruz de la Orden de Alfonso X el Sabio.


Enlaces interesantes

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Museo Julio Romero de Torres en Córdoba


Homenaje a la Mujer por Julio Romero de Torres el pintor cordobés


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Monumento a Julio Romero de Torres (detalle) de Juan Cristóbal González. 1940. Córdoba

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Monumento a Julio Romero de Torres, 1934. Escultor: Juan Cristóbal González Quesada (Ohanes, Almería, 1897- Madrid, 1961)
Ubicación: Córdoba (España). Material: Bronce y piedra de diversos tipos, Inauguración: 1940.

El monumento a Julio Romero de Torres es un monumento conmemorativo, dedicado a dicho pintor, situado en los Jardines de la Agricultura de la ciudad de Córdoba (España). Es obra del escultor almeriense Juan Cristóbal González Quesada.

Debido al pésimo estado en que se encontraba, el monumento fue sometido a finales de 2002 a una extensa restauración durante un periodo de tres meses, con un presupuesto de 6.901,86 euros.

Visitar el Museo Julio Romero de Torres -el 30 de abril de 2017-, fue una pasada. Aunque ya conocía las obras por mis libros de arte e internet, no es lo mismo verlas al natural. lástima que no se pudiese tomar fotos.

Pues esto es todo amigos, espero que os haya gustado el trabajo recopilatorio dedicado a Julio Romero de Torres (1874-1930) fue un pintor español. Nació y murió en Córdoba, donde pasó gran parte de su vida. Hijo del también pintor Rafael Romero de Torres (1865-1898), director del Museo de Bellas Artes de Córdoba, comenzó su aprendizaje a las órdenes de su padre en la Escuela de Bellas Artes de Córdoba a la temprana edad de 10 años. Gracias a su afán por aprender, vivió intensamente la vida cultural cordobesa de finales del siglo XIX y conoció ya desde muy joven todos los movimientos artísticos dominantes de esa época. Sus hermanos Rafael Romero de Torres (1865-1898), Enrique Romero de Torres (1872-1956) también fueron pintores, pero con peor fortuna.

Julio Romero de Torres es un excepcional pintor al que admiro desde jovencito, quizá debería estar más reconocido internacionalmente. Conozco su obra personalmente. Especialmente su museo en Córdoba es una maravilla. Recientemente he podido visitarlo y he disfrutado con su arte.

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